Estos días he acabado por fin de entender que la sentencia ésa de que cualquiera puede alcanzar un improbable sueño por un golpe de suerte fue ocurrencia de un español para referirse a gran parte de la clase política.

Un ejemplo rotundo es Isabel Díaz Ayuso, la Presidenta de Madrid, convertida en protagonista fija de titulares porque poca gente con mayor incapacidad y menos méritos logró llegar tan alto. Seguramente habrá quien diga que la señora es alevosamente inepta, y, como todos los ignaros, posee una rara habilidad para la malicia como forma de supervivencia -política-, pero yo me quedo en la constatación de que su insolvencia para gestionar la desgracia brutal de Madrid se supera diariamente con un triple salto mortal de estulticia mayor. El último, pedir cambiar de fase a sabiendas de que el Gobierno del Estado, con datos en la mano, estaba obligado a impedirlo. Así se creaba bronca, y ya estamos otra vez enzarzados derecha contra izquierda, con veintiséis mil muertos silentes encima de la mesa.

Conste que tampoco soy adalid del ministro-filósofo Salvador Illa; mayormente, porque en cualquier país se escoge un médico reputado para liderar el ministerio de Sanidad, dado su carácter técnico y su valor esencialista. Por aquello de que sepa algo del tema del que habla, como Fernando Simón; lo que pasa es que, aquí, frecuentemente, al que sabe se le cesa, se le excluye o se le obliga a dimitir. Verbigracia, la doctora Yolanda Fuentes, que ha renunciado al cargo de Directora General de la Salud Pública madrileña por decencia, porque no estaba por la labor de que un rebrote esperable -si los cambiaban de fase- cayera sobre su conciencia de persona honesta y de científica prestigiosa con un currículum intachable. Pero, claro, esta crisis feroz se produce en una España con un exceso de políticos bisoños y atrabiliarios que buscan sólo votos y publicidad a cualquier precio. Lo cual que les molestan los expertos independientes y acaban por sustituirlos por inexpertos dependientes.

Por eso bastante gente, creyendo que tanta desgracia se ha convertido en un juego de políticos trileros, está saliendo a la calle con un grado de irresponsabilidad tan temerario como estúpido. Basta ver imágenes de Granada, Madrid o Barcelona para entender las razones que justifican que no vayamos a entrar en fase 1 de desescalada. En este país aún hay una falta de civismo y de empatía que hiere y espanta a partes iguales. Demasiadas personas ya se nos han ido, tan inocentes, tan necesarias para sus familias, seguramente tan desconcertadas en el último instante, cuando aún nadie entendía cómo podía ocurrirnos esto. Honrarlas implica que su muerte no fuera en vano, proteger y protegernos del dolor, de la angustia y la muerte, ahora que se tienen algunas certezas científicas. Y, entonces, es cuando pienso en nuestros sanitarios. Ellos no piden aplausos; demandan a políticos y ciudadanía herramientas válidas, responsabilidad y coherencia. No este desfase que, por la inconsciencia de algunos, va a seguir robándonos a todos el derecho más elemental: el derecho a vivir.

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