Los esperpentos de Valle-Inclán nos mostraron la realidad desfigurada de la España de su época, como reproducida en los espejos desenfocados del madrileño callejón del Gato.

Por sus piezas esperpénticas se derrama un sutilísimo juego de cinismos, contradicciones, personajes visionarios, desgarros y miserias, muy propios de unos años en que España se jugaba en una desesperada partida el encontrar un lugar decente bajo el sol de la Historia. Las cartas, marcadas o no, salieron pésimas, se perdió la partida y una España más siniestra que nunca, como una pintura negra de Goya, nos ocupó desde 1936 a la Transición. Y desde entonces hemos convivido a trancas y barrancas, con alternancia de poder entre izquierda y derecha y prácticamente alejados de radicalismos.

Duelo a garrotazos, Francisco de Goya

        Pero los últimos años nos devuelven a la realidad inexplicable, a la carencia de una política lógica, a una falta de respeto hacia el papel que las urnas hayan otorgado a cada partido, pues la aparición de los llamados partidos emergentes (Ciudadanos y Podemos) ha descabalado el juego de fuerzas que siempre nos había garantizado un cierto equilibrio. Desde las elecciones de 2016, este país es un juego permanente de tensiones originadas en los partidos, no en la ciudadanía. Si en los noventa, José María Aznar repitió mil veces aquel «Váyase, señor González», un cuarto de siglo después parece que el juego democrático y el  veredicto inapelable  de las urnas han desaparecido. Ya no vale más que una situación, según parece: la derecha, más fatua que nunca, tiene que ganar. Se siente legitimada para ganar elecciones de manera incuestionable, pero se da la circunstancia de que las pierde, y eso tiene mala digestión, de donde se produce el enrarecimiento que nos tiene más sofocados que nunca. Todo lo que haga el gobierno legítimamente constituido está mal hecho, incluso cuando coincide con las medidas de las presidencias autonómicas controladas por el PP y sus socios.

         Que Sánchez haya ganado dos elecciones seguidas no parece tener para ellos relevancia alguna: el poder, como por inequívoco designio divino, tendría que haber sido sobradamente para ellos. Que el electorado no lo haya entendido así es un simple accidente que hay que corregir a través de contradicciones, falsedades, insultos y descalificaciones. No he oído ni una sola idea positiva por parte de Pablo Casado y sus lugartenientes. Nada que ayude a resolver los problemas reales de la gente, nada que haga un país más justo o habitable. Cualquier noticiario es una cadena de trallazos al gobierno. Reconozco el derecho de todos a la crítica, estaría bueno. Pero es que no se hace crítica, sino que se miente y se envenena el clima social, hasta el punto de adivinarse un futuro sombrío donde se instaure el insulto, el meme destructivo, la noticia tergiversada, el exabrupto o la acusación absurda.

El abrazo, Juan Genovés

        Con esta situación como telón de fondo, nos llega una gravísima pandemia. En otros países han comprendido que la situación es un problema de todos y se ha apoyado, con más o menos reticencia, al gobierno. Aquí no, aquí se crea ruido de fondo, se hacen acusaciones absurdas y parece que el único objetivo de la derechaa es debilitar al gobierno, hacerlo morder el polvo y, si hay suerte, ganar las eventuales elecciones anticipadas con que, irresponsablemente, sueñan.

         El drama de la pandemia, con sus curvas de infectados, muertos y parados, con la desolación, la incertidumbre, el miedo y el penoso confinamiento suponen una verdadera tragedia a la que el bloque de la derecha ha enriquecido con  inoportunos toques de humor ácido e inoportuno. Porque supongo que muchos de sus actos son simples boutades, o es que son más irresponsables de lo que parece. Sánchez ha decidido usar dos estrategias: curar a los enfermos hasta donde ha sido posible y aislar al resto en un confinamiento monótono, aburrido y, sobre todo, preocupante. Cada cual tendrá su opinión sobre ambas medidas. Desde luego, el aislamiento, el quédate-en-casa me parece que ha evitado una catástrofe mucho mayor. Pero en su chiste supremo, la caverna decide considerarlo un abuso de poder, una inaceptable restricción de sus libertades (¡ellos, que jamás creyeron en la libertad, que se han opuesto sistemáticamente a la libertad de las mujeres, que han votado contra la Ley de Igualdad, que son los hijos ideológicos del régimen franquista…!). Ahora se erigen en paladines en de una libertad de movimientos que ya me hubiera gustado que airearan en los tiempos convulsos de la dictadura. Los de las cacerolas, los de los memes insultantes, los socios de los neonazis… máximos defensores de una libertad a la que media España ha acogido como la única medida terapéutica segura, como el cable al que aferrarse cuando se está a punto de ahogarse.

         El esperpento está servido. Ver a los de la caye-borroka enfundados en sus banderas patrióticas, golpeando el mobiliario urbano con palos de golf, o llevando a la asistenta uniformada para aporrear la cacerola y que la vieja dama no se canse… Pero nada de esta carnavalada es inocua. Detrás de la función de teatro de calle hay algo más grave y estos días eran el momento de mostrar un gesto (uno más) para debilitar al gobierno.

        Por un lado, la doble hipótesis de trabajo: salvar vidas o salvar empresas. Por otro, a punto de pasar al proceso de desescalada tiene que ponerse sobre el tapete un tema muy desagradable: ¿quién va a pagar la ruina en que España va a quedar con los negocios cerrados, los EREs prolongados y la gente acudiendo masivamente a Cáritas? ¿Lo van a hacer los poderosos o lo vamos a hacer, como siempre, la sufrida clase media, los trabajadores y pensionistas? Curioso que por los mismos días de la mascarada de la Sra. Ayuso vestida de Dolorosa y la revolución de los palos de golf, el alma negra del gobierno, el diablo materializado y reencarnado en Pablo Iglesias, haya lanzado la sonda delicada del impuesto para las grandes fortunas. La diferencia ideológica, con ser acusada, se queda en agua de borrajas cuando se empieza a intuir que la pandemia puede enfermar la glándula más sensible, la que está al lado del corazón: la cartera. Ante eso, a echarse todo el mundo a la calle a reclamar libertades. Valle-Inclán se quedó corto. El verdadero esperpento es esta pieza burlesca: Luces de pandemia.

Alberto Granados

FOTO : La primera pandemia data de 1347

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