EntreRíos cuenta la historia de amor de Mariluz Escribano con Granada
Revista literaria. Su número 29-30 repasa la trayectoria literaria y vital de una de las más grandes intelectuales de nuestro tiempo, fallecida el pasado año.
Mariluz Escribano (Granada, 1935-2019) vivió su larga y fructífera vida con el anhelo de repartir una felicidad y una alegría que a veces la propia existencia, con sus azares y pesares, le hurtó. Hija de Agustín Escribano, catedrático represaliado por el bando nacional en la guerra civil y asesinado en las tapias del cementerio de la capital, y de Luisa Pueo, sobrina del regeneracionista Joaquín Costa, vivió desde muy pequeña los rigores de una España cuya inquina nunca entendió. Ese fue uno de sus defectos: no entender de maldad y tampoco a quienes la practicaban, aunque a veces disculpara a estos últimos achacando su ejecutoria a una ignorancia que combatió igualmente. Porque le venía de casta: sus padres fueron fundamentales para la creación de la Escuela Normal, que durante décadas formó a los profesores tanto de Granada como de provincias anejas.
Corría el año 2004 cuando, junto a un puñado de personas entusiastas, fundó EntreRíos, la revista que en su número 29-30, correspondiente a la primavera y verano de este año –esa primavera que una pandemia cruel nos ha robado–, se dedica a glosar, siquiera mínimamente, su vida y su obra. Su ser, en definitiva. Medio centenar de firmas se reúnen en un número titulado ‘Mariluz Escribano, el corazón de la gacela’, que desde mañana estará disponible en librerías. Entre los nombres que aparecen en su índice se encuentran los de los premios nacionales de Literatura Ángeles Mora y Luis García Montero; el de la Premio Nadal de este año, Ana Merino; poetas como Karmelo Iribarren, Raquel Lanseros, Antonio Praena, Fernando Valverde, Alicia Aza, Antonio Enrique o Jorge Villalobos; intelectuales como Gil Craviotto, Remedios Murillo o Manuel Orozco; pintores como Dolores Montijano, y profesores extranjeros como Federico Díaz Granados, Laura Scarano o Marisa Martínez Pérsico. Además de toda una generación de críticos literarios, poetas jóvenes y amigos, todos ellos, de una persona que superó con creces a su personaje.
Definir a Mariluz Escribano es difícil porque siendo siempre fiel a su esencia, supo llenar su existencia de múltiples causas, la inmensa mayoría de ellas relacionadas con su Granada, ciudad a la que perdonó, generosa, el asesinato de su padre, y en la que quiso continuar la labor que iniciaron sus progenitores. Una niña que, como recuerda la profesora y crítica literaria Remedios Sánchez, quien ha ejercido como su hija en los últimos 18 años y es albacea de su legado literario, en el artículo que abre la revista, «era de ojos profundos, alegre, tranquila y sonriente». Tras una época de dolor y destierro, volverá a Granada con cuatro años, una ciudad de la que escribirá: «Mi ciudad era dorada / con un fondo de nieve / y un olor a frutales, / linos y tabacos / y trigo en la pradera». Llegaron sus primeras lecciones de violín y de piano, y se fue formando en ella el espíritu que aunque no comió «pan de padre, por causa de la guerra», sí que fue capaz de reclamar para su tierra el pan y la sal que otros querían negarle.
Compromiso y memoria
La profesora Sánchez, quien a partir de ahora se hace responsable de la dirección de EntreRíos, define a Mariluz Escribano como «poeta esencial del compromiso y la memoria». Lo hizo con sus escritos y sus palabras en más de 1.000 páginas de prensa, muchas de ellas publicadas en IDEAL. Sin perder de vista lo vivido y lo sentido, siempre atenta a lo que el presente mostraba y el futuro deparaba. Supo anticipar la necesidad de una enseñanza dinámica, lejos de la lección magistral que solo ella podía dar –porque era maestra ante todo–, pero que dejó de lado por una pasión que iba más allá de lo que los ‘pedantegogos’ (neologismo por ella difundido) ofrecían en aulas de sopor y marasmo. Y supo también identificar a los que, agazapados en las sombras, gobernaron Granada con el secreto anhelo de desplumarla en su beneficio. Mariluz Escribano no usó su memoria para saldar cuentas pasadas, aunque bien hubiera podido, sino para intentar que esta ciudad se enmendara, evitando desastres como la pérdida del Carmen de los Mártires, un lugar histórico al que ella y un grupo de valientes salvaron del insaciable monstruo especulativo.
Como dice el profesor y poeta Fernando Valverde en su artículo, Mariluz Escribano dejó tras de sí una herencia que mezcla tierra, viento, campo, versos, cielos, perros, días de luna llena y noches oscuras como tinieblas. Y un legado que incluye, como recuerda Miguel Carrascosa en su colaboración, «18 obras de acreditada solvencia literaria, cultural, reivindicativa y humana, que han merecido el aplauso y reconocimiento de exigentes críticos y no pocos lectores granadinos, andaluces e hispanoamericanos». Esa misma solvencia hizo que su voz se escuchara, como recuerda Manuel Orozco, cuando se destruyó el histórico bulevar de Calvo Sotelo, cuando hubo que defender, como ya se ha citado, el Carmen de los Mártires, o cuando se instaló la obra ‘La piedad’ de Eduardo Carretero, en el cementerio de San José, recordatorio y testimonio permanente de una lucha fratricida que nunca debería reproducirse.
Quienes la conocieron en la intimidad, como Francisco Gil Craviotto, hablan de ella como una mujer siempre irónica y amena, de enorme cultura, recta y generosa. Generosa hasta perdonar a quienes motivaron aquella carta de despedida de su padre a su madre: «Queridísima Luisa: Adiós: muero inocente, tú lo sabes. No podré dejar a nuestra hija más que un nombre honrado, procura inculcarle los mejores sentimientos cristianos. Cuando puedas ir a Pedrosa abraza a todos como yo los abrazaría en este instante supremo; también a María le dirás que la he querido como a una hermana (…). Adiós otra vez, hasta que nos veamos en la otra vida. Agustín».
Activista cultural
Este número de EntreRíos también hace mención a otra de las importantes facetas que jalonan la existencia de Mariluz Escribano: la de editora de algunas de las revistas más influyentes del panorama cultural y literario andaluz. Como recuerda el profesor José Sarria en su artículo, mantuvo actitudes y posiciones «en clave femenina», no como algo pasajero ni como juegos de moda ocasionales, sino como una auténtica proclama de su condición de mujer decidida a encontrar la plenitud en su ser femenino. Fruto de esa visión creció Extramuros y nació esta EntreRíos que ahora glosa su figura. Una figura que definió muy bien Antonio Gallego Morell en 2006, en un texto que ahora recupera la revista: «Mariluz Escribano, la múltiple». Quien fuera intelectual de referencia en Granada escribió entonces: «Coincido con Mariluz en el doble empeño de convertir la literatura en palabra y en acción, y así somos porque Dios nos hizo y no sabemos permanecer callados ni con los brazos cruzados».
Un magisterio de complicidad y cariño
A lo largo de este número de EntreRíos, aparecen las firmas de un buen número de alumnos de Mariluz Escribano. Su magisterio, sin perder un ápice de rigor, derramó complicidad y cariño con sus pupilos, sabedora ella de que se consigue siempre mucho más con miel que con hiel, y con perdón que con inquina. Carmen Morente, una de sus alumnas, recuerda con detalle su concepto de la formación personalizada, su capacidad para orientar inquietudes, su facilidad para superar las barreras de las lecturas obligatorias para abrir los ojos hacia nuevos mares, o su extraordinaria habilidad para narrar historias en la «sala de lectura clandestina».
Granada, Andalucía y España reconocieron en vida, afortunadamente, el esfuerzo de Mariluz Escribano por ser fiel a su palabra, a esa bandera que heredó de su padre, como recuerda la portada de la revista. Medalla de Oro de la Ciudad, Bandera de Andalucía, Premio de la Crítica, Premio Antonio de Nebrija… Y el premio de quienes la conocieron, que ella otorgó en un certamen que renovó con alegría, buen humor y una pizca de pícara inteligencia durante todos los días de su vida.
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