«DEDICADO A AQUELLOS QUE AL SOL QUEMARON SUS VIDAS» por Francisco L. Rajoy Varela

Sí, dedicado a todos aquellos atarfeños que se dedicaron a la agricultura y la ganadería, que trabajaron de sol a sol expuestos a las duras inclemencias del tiempo.

Trabajos nunca valorados, ni económica ni espiritualmente y jamás recompensados en su justa medida. Va en su recuerdo este pequeño homenaje a todos aquellos que al sol quemaron sus vidas y cuyo esfuerzo y sacrificio sirvió de ejemplo a muchas generaciones.

Relataba en el anterior artículo acerca de la cultura de bares, tabernas y barberías. En aquellas tertulias no sólo se comentaban anécdotas personales, chismes y bulos que circulaban por el pueblo referentes a cuestiones individuales y sociales y experiencias personales que servían de referencia a otras personas, también se transmitía la cultura agrícola y ganadera por parte de aquellas personas que se dedicaban a estas actividades.

Sirvan de ejemplos los siguientes hechos. Cuando eran más aconsejables la siembra y recolección de determinados productos en las diversas épocas del año, los productos químicos a emplear como fertilizantes y abonos entre otros, las semillas más recomendables y los terrenos más fértiles y productivos y así un largo etcétera. También se establecían los turnos de riego, días y horas, a través de una red de acequias que disponían de una compuerta metálica que hacía de tope y canalizaba el agua al terreno a regar. Otra cuestión importante era la delimitación de las lindes que asignaban las pertenencias individuales de los terrenos. Y aquí aparece una figura muy importante en aquella época, la del Juez de Paz. Era una persona que vivía en el municipio y conocía los usos y costumbres del lugar. Solía intervenir en cuestiones menores y su función era conciliadora tratando de mediar en las discrepancias y evitar pleitos en sede judicial.

Cuando recuerdo aquellos tiempos, pienso en aquellas cuadrillas de jornaleros que faenaban en el campo. Aquellos rostros curtidos en largas jornadas de sol a sol, aquellas manos encallecidas. Personas silenciosas y de miradas tristes. Recuerdo también, en aquellos casos que las tierras pertenecían a algún terrateniente, como éste hacía preparar unas ollas enormes de comida y las hacía llevar al mediodía, a la hora de almorzar, al lugar donde trabajaba la cuadrilla. Las labores de arado de la tierra se realizaban entonces con una yunta de bueyes y también con mulos. Otras faenas duras eran el trillado y cribado del grano que se realizaban en las eras con una mula arrastrando la trilladora. Jornadas de gran dureza que afortunadamente hoy en día se han mecanizado.

En cuanto a los ganaderos, algunas veces, el que poseía vacas y otro, toros, acordaban el apareamiento y negociaban las condiciones económicas del mismo u otro tipo de acuerdos que satisfacían a ambas partes. Había una figura en aquellos años conocida como el mamporrero. Era un oficio que en aquella época gozaba de gran prestigio pues de su diestra habilidad dependía la procreación de los mejores caballos. Su misión consistía en conducir el pene del caballo hacia la vagina de la yegua para conseguir una prontitud en la cópula y evitar que el macho hiciera daño a la hembra. También solía actuar en el caso de animales de envergadura, por ejemplo, una vaca y un toro. Otra figura de aquellos años era el capador de marranos, esta acción tenía como objetivo evitar que, en edad adulta, la carne del cerdo huela demasiado fuerte. El inconveniente era un crecimiento más lento y más engorde. Al igual que existía una cultura agrícola, también existía una ganadera que se transmitía a lo largo de generaciones. Donde llevar a los rebaños de cabras y ovejas para un buen pasto, en caso de partos de animales cómo actuar a la hora del alumbramiento. En aquellos años, la intervención del veterinario se daba en casos muy puntuales. Las tareas de los ganaderos, era bastante sacrificada y exigía una gran dedicación la crianza y cuidado de los animales. No obstante, y al igual que ocurre con las labores agrícolas, las ganaderas también se han mecanizado, un ejemplo sería el ordeño mecánico que ha sustituido al ordeño manual.

Hay un aspecto que es incuestionable, tanto las labores agrícolas como las ganaderas de aquellos años hechas de forma manual no alteraban el equilibrio ecológico, más bien contribuían al mantenimiento y sostenimiento de este. Los productos que se obtenían eran tan naturales como fiables y sus sabores eran únicos e inconfundibles. Hoy se han sustituido por productos congelados y plastificados.

Pese a la dureza de estas labores, pese a sus oficios ingratos y no reconocidos, tenían que haberse mantenido y no haber abandonado nunca la agricultura y la ganadería. Si la vida es un círculo que se cierra, actualmente el ser humano está cerrando una época equivocada. No sería extraño que volviésemos a los orígenes, aunque el daño ya está hecho. No tiene precio el pasear por la mañana por el campo y percibir el olor de la hierba fresca recién segada.

COLORES Y OLORES

Un cielo azul inmenso, infinito.

Una luz intensa

que al espíritu quiebra,

lo embriaga y lo eleva.

Suspendido el corazón queda,

palpitando en su pura esencia

y sobre la tierra se eleva,

como paloma, como halcón.

Y allí, desde la altura observa

el verdor de los álamos de la Vega,

las cristalinas lágrimas de sus acequias,

aspirando los sensuales perfumes de sus esencias.

Su batir de alas abanica a la Ermita de la Sierra,

pasa besando a los olivos centenarios

y en sus alas miles de perfumes impregnados quedan.

Campos de verde alfalfa,

flores amarillas, mariposas de magia y esencia.

Poesía de rojas amapolas

en sus alas suspendidas quedan.

El tiempo en su cuna se acuesta.

Dulce perfume de hierba fresca.

Olor a frutos de la tierra.

Multicolor acuarela

en las feraces huertas

que riegan las acequias.

Suspendido en el aire,

lluvia de mil perfumes,

el viento lleva

y al espíritu embruja y anega.

Campos de trigales que el viento peina,

mazorcas de maíz duermen en la era.

El viento al atardecer, a los juncos acuna

y bandadas de aves regresan a su cuna.

Sobre el balcón del horizonte,

desnudo el ocaso se asoma,

medio escondido entre la sierra y el monte bajo.

Penumbra, paz y silencio, ¡dulce remanso!

Sobre el cielo, acuarela de mil colores.

En la tierra, sabor de mil olores.

Y bajo este azul intenso,

un color blanco eterno, inmenso,

de blancas casas y cortijos

escondidos entre centenarios olivos.

Y en los balcones y ventanas

de estas inmaculadas casas

colgadas macetas multicolores

y por sus calles, expandidos mil sabores.

Francisco L. Rajoy Varela

prajoy55@gmail.com

Julio 2020

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