Los profesores -y las profesoras- no pueden transformarse de repente en vigilantes-enfermeros-utilleros-limpiadores porque tengamos una emergencia. La emergencia es -o debería ser- que dispongan de las condiciones adecuadas para enseñar», la opinión de Carles Francino

Hay un par de cosas que a lo mejor no se han comentado mucho con motivo del comienzo del curso escolar. Y a mí -es una opinión personal, ¿eh?- me parecen relevantes. La primera es lo del miedo, que está ahí, a qué negarlo, porque ¡claro que hay riesgo de contagio del covid!, claro que es humano pensar: “ostras, ¿y si le pasa a mi hijo?”, o «si le pasa a mi alumno”.

Se entiende el temor, todos lo tenemos en mayor o menor medida, pero -ahí va la parte de opinión personal- no creo -de verdad- que sea saludable dejarse arrastrar por el pánico. No sirve de nada. Critiquemos las cosas que nos parezcan mal -que las hay-, reclamemos la mejor organización posible, en todos los ámbitos, pero por favor: este no puede ser sólo el curso escolar del miedo. Y creo que ahí todos podemos ayudar, empezando por nosotros.

Y la segunda cosa que quería decir: los profesores -y las profesoras- no pueden transformarse de repente en vigilantes-enfermeros-utilleros-limpiadores porque tengamos una emergencia. La emergencia es -o debería ser- que dispongan de las condiciones adecuadas para enseñar, para transmitir conocimientos, para inculcar valores, para que sus alumnos socialicen, empaticen, se respeten… Más allá de si les cae la mascarilla o han de estar a metro y medio. Digo esto porque tengo la sensación de que han vuelto a ser los grandes olvidados. Y que este curso tan raro era -y es- una oportunidad para hacer cosas distintas, más allá de repartir gel y poner flechas de colores en el suelo. Y no sé si lo vamos a aprovechar.

En fin, David Trueba escribe hoy en ‘El País’ que siente piedad y admiración por los profesores españoles. Y que la patria empieza por ellos. No puedo estar más de acuerdo.

 
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