¡Cuánto hemos crecido!
Cada vez son más los españoles que superan el 1,80 de altura, pero ver la vida desde ahí arriba también tiene sus problemas. Para empezar, es más caro
Cuando Begoña y su marido pensaron en reformar su casa, lo último que se imaginaron es que la imponente altura de todos los miembros de su familia «engordaría tanto» el precio final de la obra. Pero así fue, entre otras cosas, porque tuvieron que hacer muchos de los muebles a la medida de los casi dos metros que miden sus hijos, Daniel y Javier. «Eso sí, en esta casa se aprovecha al máximo la altura de las paredes y armarios», bromea su madre, la más ‘bajita’ de la famila, con 1,78 metros de estatura. Además de tener que comprar unas camas especiales adaptadas a la envergadura de sus hijos –«bastante más caras, por cierto»–, también decidieron elevar unos centímetros la altura de la encimera de la cocina y el lavabo de los baños. «Puede parecer una tontería, pero subir un poquito los muebles nos ahorra muchos dolores de espalda, sobre todo a mi marido (1,91 metros) y a mis hijos (1,93 y 1,95)», explica Begoña, acostumbrada a lidiar con los «desafíos diarios» que le supone a su familia mirar la vida desde las alturas. «Desde encontrar ropa adecuada a nuestro tamaño, a la odisea que supone viajar en transporte público o, directamente, tener que reservar siempre las últimas filas del cine para que nadie se moleste si le tocas delante», enumera esta informática bilbaína de 52 años.
Porque aunque a mucha gente le pueda parecer lo contrario, ser alto –muy alto– no es la panacea. Tiene sus inconvenientes. «Y son muchos, sobre todo para las chicas», confiesa Covandonga Paredes, empleada de banca madrileña y exjugadora del baloncesto desde sus 181 centímetros de experiencia. «En el colegio lo pasé bastante mal porque le sacaba una cabeza a todo el mundo y yo solo quería ser como mis amigas. Es muy frustante, sobre todo en la adolescencia. Solo estaba a gusto con mis compañeras de equipo, el Real Canoe, porque todas eran más o menos como yo», recuerda. Covadonga es, con diferencia, la más espigada de su familia. «Mis padres y mi hermana son altos, pero desde luego no tanto como yo». Y su marido mide 1,85, «que para un chico tampoco es tanto». Los que van camino de destronarla son sus hijos, sobre todo la pequeña Blanca, que con solo 5 años ya mide 1,27 y calza un 33 de pie. «Parece la madre de todos los de su clase», confiesan sus padres.
Más presupuesto en comida
Pero, ¿por qué Covadonga mide 1,81 y su hermana pequeña 1,72? ¿Qué influye? ¿Por qué unas personas son más altas que otras? «El 80% se debe a causas genéticas y el 20% restante a factores medioambientales como pueden ser la práctica de ejercicio físico o la alimentación. La diferencia de estatura entre un individuo y otro depende básicamente de tres millones de pequeñas variantes genéticas. Son pequeñas, pero son muchas. Y cada una de ellas tiene un efecto del orden de entre uno y dos milímetros sobre nuestra talla», explica el doctor Juan José Tellería, secretario de la Asociación Española de Genética Humana (AEGH) y profesor en la facultad de Medicina de Valladolid. De manera que si unos padres son altos, lo más probable es que sus hijos también lo sean. «Es cierto que los genes nos marcan un techo del que no vamos a poder pasar, pero lo que nosotros hagamos con nuestra vida –ese 20% de factores que no son genéticos– nos colocará más cerca o más lejos de nuestra estatura máxima. Esa frase tan de madres de que si comemos bien y hacemos ejercicio creceremos más es totalmente cierta», apunta el también responsable de la consulta de Genética del hospital Clínico de Valladolid.
Las personas crecen mientras sus huesos no se calcifiquen del todo, por eso es habitual que cuando un niño tiene problemas de talla o pega un estirón desproporcionado se le haga una prueba en la muñeca para saber de una manera aproximada cuánto le queda por crecer todavía o si ya ha alcanzado su techo. «La osificación se hace desde el centro hacia los extremos y viceversa, de tal manera que cuando ambas partes se encuentran, el hueso deja de crecer. Y lo que se mide en esa prueba es precisamente el tamaño del disco de cartílago que queda en medio (metáfisis). Cuanto más grande sea, más le quedará a ese hueso por crecer», precisa el doctor Tellería, para quien ser demasiado alto «no es ninguna ventaja». «Para empezar porque es más caro. Las personas con mucha talla tienen un gasto calórico mucho mayor que las de estatura media, así que solo en comida ya se les va un presupuesto», razona.
La edad de crecimiento depende fundamentalmente del sexo. Las niñas dan el estirón antes (entre los 9 y 10 años) y dejan de crecer cuando les baja la primera regla. Los niños, sin embargo, entran en la adolescencia más tarde (entre los 11 y los 12 años), pero su etapa de crecimiento puede prolongarse hasta los 18 años. Con una excepción, los llamados niños tardanos. «Críos que son muy bajitos hasta los 17 e incluso 18 años y, de repente, dan un estirón pasada ya la veintena», explica el genetista Juan José Tellería.
Los habitantes de la localidad oscense de Sabiñánigo son los hombres más altos del país. Concretamente, tres centímetros por encima de la media española, situada para los varones en 1,73 metros. Según los expertos del departamento de Anatomía e Histología de la Universidad de Zaragoza que investigaron el secreto de los gigantes del Alto Gállego su envergadura se debe a su alta calidad de vida. Parece ser que la altitud, siempre que no sea excesiva, facilita la síntesis de la vitamina D, a lo que se sumaría una alimentación sana y equilibrada. Aunque algunos lugareños mantienen que la causa de su envidiable altura «es que la invasión árabe no pasó por Biescas».
Los más altos y los más bajos
- 1,82 metros
- es la altura media de los hombres holandeses, los más altos del mundo, seguidos de los belgas, estonios y daneses, un centímetro por debajo. En cuanto a las mujeres, no queda muy claro si son también las holandesas o las letonas las número 1 del ránking mundial. La posición varía según las fuentes. En cualquier caso, ambas superan el 1,68. En el otro lado de la balanza se sitúan los varones de Laos, que apenas superan el 1,60 de altura media, mientras que en el caso de las mujeres son las filipinas las que cierran la lista, con una estatura media de 1,49 metros.
- 2,72 metros
- es la altura del considerado hasta nuestros días el hombre más alto del mundo. Se trata de Robert Wadlow (1918-1940), conocido como el Gigante de Illinois. Más de dos metros de diferencia con el nepalí Chandra Bahadur Dangi, que con sus 55,8 centímetros de altura es el hombre más pequeño de la historia jamás medido.
La Guerra Civil nos ha costado varios centímetros
Los españoles se encuentran entre los ciudadanos del mundo que más han crecido en el último siglo al conseguir estirar la cinta métrica hasta los 173 centímetros de media, 14 más de lo que medían sus paisanos en 1914. Las mujeres también han escalado posiciones en el ránking mundial –1,62 metros de media–, aunque su progresión ha sido más tímida que la de sus compatriotas.
Españoles y franceses median casi lo mismo en el año 1780 (poco más de 1,63). Sin embargo, el desigual desarrollo industrial a ambas partes de los Pirineos hizo que ellos crecieran un centímetro y nosotros lo menguásemos. En cuanto a la estatura, la Guerra Civil afectó a la piel de toro mucho más que la Segunda Guerra Mundial al resto de países del continente. Sin olvidar que el hambre de la posguerra –muy larga y dura– tampoco ayudó demasiado a acortar las distancias de talla con nuestros vecinos. Pero llegaron los años 60 y, con ellos, la mejora de las condiciones sanitarias y de la calidad de vida en general. Aquellos niños bajitos y escuchimizados empezaron a ganar centímetros y España pasó de ser un país de retacos a dar el estirón. «De hecho, es bastante frecuente que los hijos más pequeños de la generación que tiene ahora entre 50 y 70 años sean los más altos de todos los hermanos», argumenta el secretario de la Asociación Española de Genética Humana (AEGH).
La progresión está ahí. ¿Y el techo? «Creceremos hasta que lleguemos a nuestro techo genético, que no creo que sea muchísimo más. Es evidente que nos queda mucho trecho para alcanzar la talla media de los holandeses, pero también es verdad que las nuevas generaciones han ganado altura respecto a sus padres. Es muy habitual ver a chavales de más de 1,80 o ni