23 noviembre 2024

El síndrome de la cabaña, una ‘etiqueta’ que siembra la polémica entre los psicólogos

Los confinamientos, los cierres y los aislamientos producen efectos en la salud emocional de la población, pero los profesionales discrepan en el tratamiento que debe darse a dichos síntomas… ¿Pueden llegar a tratarse de una patología?

Samuel Martínez

14 de marzo de 2020. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declara el estado de alarma. Toda España permanece confinada –con distintos grados de rigidez– hasta el 21 de junio. Son semanas en las que, para muchos españoles, el mundo solo transcurre a través de la ventana o de la pantalla. Nadie sale a cenar (no se puede), nadie sale a practicar running (no se puede) y muchos incluso trabajan desde casa. Irrumpe con fuerza ese verbo tan renombrado a estas alturas: teletrabajar. Pero ese tiempo terminó. Las fases del estado de alarma se fueron sucediendo –y relajando– una tras otra hasta que, un buen día, en los albores de la festividad de San Juan, los españoles se vieron, de nuevo, con libertad para entrar y salir de casa cuando quisieran. Sin embargo, muchos encajaron la novedad con nerviosismo y algunos aseguran que hasta con temor. En ese punto, varios psicólogos explicaron el fenómeno con la siguiente etiqueta: ‘síndrome de la cabaña’. No obstante, otra rama de la disciplina se niega a considerarlo como tal.

Pero, ¿qué es el síndrome de la cabaña? Según el psicólogo Adrián Quevedo, «hace referencia a una serie de respuestas emocionales y cognitivas que se dan en situaciones de aislamiento o de confinamiento forzado como lo que hemos vivido durante el tiempo de cierre». Desde su punto de vista, entonces, es perfectamente aplicable a lo experimentado en los últimos meses a consecuencia de la pandemia. En cambio, el profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Gonzalo Hervás evita dar la categoría de patología a los efectos que un determinado confinamiento puede tener sobre las personas. Él considera que la palabra ‘síndrome’ se refiere a «un conjunto de síntomas que están asociados a una reacción patológica» y que, aunque en la vida cotidiana se utilice la denominación ‘síndrome’ de una forma «más amplia», no sería óptimo «darle tal categoría al conjunto de reacciones normales y transitorias que pueden aparecer tras un período de cierre».

Así las cosas, no hay acuerdo entre ambos psicólogos, si bien es cierto que Quevedo apostilla que «no siempre se le puede dar dicho estatus a los síntomas o sensaciones experimentados tras un confinamiento», pero sí que tiene sentido hacerlo si el sujeto no consigue regular el impacto físico, emocional y psicológico del aislamiento. Ambos profesionales, eso sí, coinciden en que las circunstancias personales de cada persona –tanto las previas como las posteriores al cierre– tienen una gran importancia, toda vez que son las que le permitirán gestionar y relativizar los cambios. 

La variable ‘tiempo’

El profesor Hervás no niega que una época de aislamiento pueda provocar efectos emocionales en las personas. Al contrario, lo que él defiende es que «entra dentro de la normalidad» y que, por tanto, no merecen el rango de síndrome ni de patología. «Si nuestro cuerpo se pone alerta cuando percibe cambios de este tipo, es que funciona perfectamente», resuelve. En lo que sí insiste el psicólogo es en que, para que los efectos emocionales derivados del confinamiento se pudieran considerar una patología, deberían de provocar en el sujeto una «alteración de su vida cotidiana», pero, además, de forma crónica, es decir, no transitoria. Argumenta que «el criterio temporal es importante», habida cuenta de que unos síntomas percibidos únicamente durante una semana deben recibir un tratamiento concreto; pero si se prolongan hasta el punto, como señala el doctor, de obligar a la modificación de la vida del ‘enfermo’, el tratamiento debería de ser otro.

Con todo, las dudas están servidas. Muchos defienden que sí que se está produciendo precisamente ese sufrimiento dilatado en el tiempo, que hay personas que todavía hoy –tres meses después del final del estado de alarma– continúan padeciendo los efectos del cierre. Otros, en cambio, no quieren oír esa música y consideran que en muchos casos «tenemos demasiada prisa por poner nombre a las cosas», tal y como concluye el profesor Gonzalo Hervás, «incluso cuando son reacciones emocionales normales». 

Las redes sociales fueron un salvavidas

Las bondades de las redes sociales durante el confinamiento son otro lugar común entre ambos profesionales. Los dos consideran que fue positivo para los ciudadanos encerrados mantener un vínculo tan activo y constante con el exterior. Sin ellas, la sensación de aislamiento hubiera sido, como señalan tanto Hervás como Quevedo, más asfixiante y agobiante. De todos modos, también avisan: las redes fueron positivas, pero ni son milagrosas ni sustituyen las relaciones presenciales entre las personas.

El viernes, el Gobierno decretaba el estado de alarma en nueve municipios de Madrid. En los últimos tiempos, otras regiones, y no solo la que dirige Isabel Díaz Ayuso, también han ido sufriendo cierres parciales y ‘semiconfinamientos’. Por eso los psicólogos insisten en mantenerse alerta. El profesor Hervás recomienda tomarlo con filosofía y, en caso de nerviosismo, no dejarse vencer por el miedo. «No hay que tener miedo al miedo», desliza… Por lo que pueda pasar en los tiempos que vienen.

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