ATARFE : CAMPAÑA DEL CENTRO DE LA MUJER CON MOTIVO DEL 25N
LOS CUERPOS DE LAS MUJERES NO SON MERCANCÍAS
La prostitución NO es el “oficio” más antiguo del mundo. Es la explotación, la esclavitud y la violencia de género más antigua que los hombres inventaron para someter y mantener a las mujeres a su disposición sexual. Es una clara forma de violencia de género, ya que lo que las mujeres prostituidas tienen que soportar como mínimo, equivale a lo que correspondería a la definición aceptada de acoso y abuso sexual. ¿El hecho de que se pague transforma ese abuso en un empleo al que se quiere dar el nombre de “trabajo sexual comercial”?. Regularla implica legitimar las relaciones patriarcales. Integrarla en la economía de mercado implica reconocer una alternativa laboral aceptable para las mujeres y que no sea necesario remover las causas y las condiciones que la posibilitan.
¿Cómo vamos a educar en igualdad con mujeres tras los escaparates como mercancías o es que acaso es un posible futuro laboral para nuestras hijas?
El trabajo sexual es la versión más extrema de la opresión violenta hacia las mujeres”. Con estas contundentes palabras respondía Toni Van Pelt, la veterana presidenta de 72 años de la Organización Nacional de Mujeres estadounidense en un reciente debate político celebrado en Washington para decidir un proyecto de ley que tiene por objetivo despenalizar el trabajo sexual en la capital. Pelt aseguró que, de hacerse definitivo dicho plan, “Washington se convertiría en el primer destino internacional de turismo sexual” y representaría “una amenaza para las mujeres y niñas”, según recoge ‘The Daily Beast’.
Esto recuerda mucho a las palabras pronunciadas por Carmen Calvo, vicepresidenta del reciente gobierno de coalición, durante una entrevista el año pasado en la que reiteraba la postura firme del PSOE en cuanto a la prostitución: “Que cada hombre que diga que la prostitución es una profesión, que apunte a su hija a una academia”, espetó. Así, se volvía a abrir el eterno debate intrafeminista en el cual hay dos bandos enfrentados: el abolicionista (en el que se encuentra Calvo y su partido, entre otras muchas asociaciones y teóricos feministas) y el regulacionista, representado por varios colectivos que piden que el oficio más antiguo del mundo se legalice y se considere como una profesión más.