Hoy se cuestiona a Canal Sur bajándole el presupuesto, pero mañana puede ser a cualquier otro

Diciembre y anochece el frío de la tarde entre las hojas que amarillean dormidas en la acera del tiempo. Qué largo es 2020, qué manera de prolongar la agonía de un año que tiene la dureza de pedernal en sus ojos de calendario y que se resiste a dejarnos siquiera un resquicio de serenidad para asumir tantos golpes inesperados de la vida y este futuro incierto que hay que ir construyendo cada día. Los jóvenes nos refugiamos en el trabajo para no escuchar los gritos del silencio; los mayores, en la televisión o la radio, que se han convertido en interlocutoras válida y en una compañía imprescindible. “Radio, Noche, Nocturno”, escribía Elena Martín Vivaldi en las madrugadas encendidas de su balcón. Pero en Andalucía, no vale cualquier televisión; nuestra idiosincrasia, esta identidad plural de cultura milenaria la debe reflejar una televisión pública como Canal Sur. No hablo aquí de esas estrellas contratadas para subir audiencias, a los mercenarios que van al sol que más calienta. Me refiero a los profesionales que inician la jornada con voluntad de mostrar lo que pasa en esta tierra, a los reporteros mileuristas, a los que pasan horas cubriendo actos o buscando la noticia, a los que dan voz a quien tiene algo que decir, porque su pasión es informar.

Evidentemente, Canal Sur necesita un planteamiento audiovisual eficiente que responda a la pluralidad andaluza desde la más radical independencia del poder político, pero esto lo que debe implicar es dar el mando a los profesionales, no rebajar su presupuesto en catorce millones para 2021. Pareciera esto la apertura a un camino a la externalización y a la privatización de unos servicios que ahora mismo son de todos porque son públicos y deben dar respuesta por tanto a las demandas ciudadanas. Nadie puede exigir a un canal privado un compromiso con la verdad ni marcarle una línea de actuación, pero a un canal público sí. Márquesele pues ese sendero, pero mediante el análisis de errores pasados por profesionales andaluces de la comunicación, no por mandamases sombríos con ideología antañona, herederos de una Españeta en blanco y negro que presionan al gobierno cada vez que hay presupuestos. No es permisible que estos individuos (siguen siendo una minoría minoritaria, valga el pleonasmo) condicionen hasta tales extremos la gestión de la comunicación y pongan en riesgo el pan de mucha gente, su vocación y su sacrificio. Porque cada vez que un medio audiovisual o de prensa pierde fuerza, cada vez que a un periodista se le paga un sueldo miserable o es despedido, se pone en riesgo un sector trascendental que nos conecta con la verdad de la palabra o la imagen que sirve para formarse luego opiniones. Hoy se cuestiona a Canal Sur bajándole el presupuesto, pero mañana puede ser a cualquier otro. Ya lo vimos venir con la televisión valenciana, gestionada durante décadas por cantamañanas sin criterio y reconvertida en agencia de colocación de políticos cesantes hasta llevarla a la quiebra. Con estos precedentes no se puede errar precisamente ahora, no se puede dañar más la imagen de los obreros de la palabra que son siempre los perjudicados. Hay que darles herramientas para que vuelen en libertad desde un compromiso ético con la ciudadanía. Para que sean una ventana abierta a la verdad, a la opinión argumentada, al entretenimiento y a la esperanza.

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