ARTICULO PUBLICADO POR ANTONIO MALPICA/JUAN CAÑAVATE  Y ALBERTO GARCÍA PORRAS EN 2008 EN EL PERIÓDICO GRANADA HOY

En el verano del año 2001, un equipo de arqueólogos del Grupo de Investigación Toponimia, Historia y Arqueología del Reino de Granada llegó a habituarse a la monótona cadencia de los vuelos que aterrizaban o despegaban del aeropuerto que, entonces, simplemente se llamaba «de Granada».

«El de Madrid», «el de Barcelona» o «el de Mallorca» mantenían una exquisita puntualidad que, unida a intensos debates sobre arqueología, política o incluso sobre el Futbol Club Barcelona, constituían las únicas distracciones que daban algo de relajo a una de las excavaciones más duras que recordara el Grupo.

El terreno sobre el que se trabajaba, un escarpado cerro sin ninguna vegetación, se inclinaba en una abru

a tras otro, bajo un implacable sol de agosto y sobre un suelo casi de roca que sólo dejaba de serlo para convertirse en polvo irrespirable, en el Cerro del Sombrerete, se comenzó a excavar Medina Elvira, un yacimiento que en aquellas fechas ni siquiera se había declarado Bien de Interés Cultural y del que quedaba todo por saber.

Cada golpe de pico y cada palada de tierra iban dibujando sobre el duro terreno una realidad que nos iba sorprendiendo con su magnitud a pesar de toda la literatura que, en épocas pasadas, se había escrito sobre Medina Elvira.

Desde finales del siglo XIX las preguntas se habían ido acumulando en torno a ese cerro pelado que, poco a poco, se iba comiendo una cantera que no paraba de reventar roca mientras el equipo seguía trabajando. Y las primeras respuestas empezaron a escribirse ese mismo verano cuando se descubrió que, desde lo más empinado del cerro y en dirección a la carretera de Córdoba -cuya construcción había sacado a la luz el yacimiento-, un enorme murallón, intercalado por torreones a modo de contrafuertes, bajaba ciñéndose a la propia topografía del terreno.

Allí trabajamos durante más de un mes hasta que, acuciados por el tiempo que se acababa, saltamos ya a la cima y abrimos el último sondeo de aquel verano. En él, el tamaño de las estancias que aparecieron nos permitió denominar a aquella zona como la «Alcazaba de Madinat Ilbira» y casi no dio tiempo más que a eso antes de tapar los restos excavados, recoger nuestras pocas herramientas y bajar por última vez el cerro a la espera de que, en un futuro incierto, pudiésemos seguir trabajando en aquel vergel arqueológico que nadie, en más de mil años, había tocado nunca.

Cuando bajamos el último día de excavación no sabíamos si volveríamos, pero sí sabíamos que las respuestas que proporcionaron aquellos dos meses de trabajo fueron muchas y, como siempre, más, muchas más, fueron las preguntas que quedaron sobre la mesa. Sobre todo cuando definitivamente entendimos que no era un yacimiento arqueológico tradicional, sino un núcleo que organizaba política y económicamente un territorio de enorme complejidad y que definía de forma precisa un paisaje que se controló, hasta el siglo XI, desde ese cerro que todo lo dominaba a exactamente «pasaranga y media» de la que luego sería la nueva capital: Granada.

Prácticamente todo estaba allí, a apenas siete kilómetros de distancia; el inicio y el final de la Edad Media islámica europea. El primer asentamiento y el último reino.

Cuando unos años más tarde, ya declarado Zona Arqueológica el gran yacimiento de 360 hectáreas, se aprobó por parte de la Consejería de Cultura el Proyecto General de Investigación La ciudad de Madinat Ilbira, los que habíamos excavado, con la excepción de Antonio Gómez Becerra cuya ausencia aún nos causa dolor, nos sentimos transportados a un estado de entusiasmo que conseguimos trasladar a todos los que en aquella época se sintieron cerca del Proyecto; sobre todo, María Escudero, delegada de Cultura y el propio Ayuntamiento.

Más adelante María Campos se incorporó al improvisado equipo y luego Paqui Fuillerat y muchos otros pero, sobre todo, los vecinos de Atarfe que asumieron como propio el proyecto que se iniciaba.

Los medios de comunicación, sin excepción, ayudaron igualmente a generar amplias expectativas sobre el resultado de las excavaciones y sobre el inmenso tesoro que escondía aquel territorio maltratado. Y la primera campaña del Proyecto de Investigación, en el año 2005, superó esas expectativas cuando apareció el otro lienzo de la gran muralla de cierre de la ciudad junto a una de sus puertas.

Todo iba enc ajando; los dos impresionantes murallones se juntaban en el cerro y, junto a la zona más accesible de la ladera, la puerta se abría mirando a Córdoba, la capital del estado cuya caída y destrucción provocaría la propia caída y destrucción de Madinat Ilbira, la desaparición de su razón de ser, la falta de justificación de su existencia, de necesidad de sus murallas y de la propuesta de traslado que con tanto agrado acogieron los de Elvira según narran las memorias de Abd Allah para buscar «una posición estratégica de cierta elevación en la que construir sus casas y a la que trasladarse  todos, hasta el último; posición de la que harían su capital y en cuyo interés demolerían la mencionada ciudad de Elvira».

Al año siguiente, los investigadores siguieron dando respuestas en la fase menos visible del trabajo.

En la nave que el Ayuntamiento puso a disposición del Proyecto, los materiales fueron concienzudamente inventariados, clasificados, estudiados y, desde ellos, se continuó dando respuestas claras a las cada vez más ricas preguntas que el yacimiento generaba y que permitieron tener suficientes garantías como para encarar la campaña de este año, el 2007, como una apuesta arriesgada pero necesaria: saltar de los sondeos en que los restos se observaban en superficie, a zonas en las que no había evidencias a simple vista pero que habían sido especialmente señaladas por las referencias de Gómez Moreno a final de siglo XIX y por las prospecciones del georradar del equipo de Rafael Gómez en el actual.

Así se inició otra dura prueba que, en este caso, era de perseverancia: una excavación a mano de un sondeo que no dio resultados hasta que se alcanzó una profundidad de cerca de dos metros y medio bajo el terreno, aunque probablemente más profunda era la herida en el ánimo de los nuevos incorporados: Ana, Guillermo, Ángel, Luca, Narváez y hasta que por fin comenzaron a aparecer los primero s restos y, de nuevo, las expectativas de la investigación han sido amplia y satisfactoriamente superadas con la presencia de estructuras de viviendas que dan consistencia a un modelo de habitación y de organización urbana de Madinat Ilbira. «La ciudad de Elvira, situada en una llanura, se hallaba poblada por gentes que no podían sufrirse unos a otros ý» dicen las ya conocidas memorias de Abd Allah, último rey zirí de Granada.

La ciud ad, en efecto, estaba en la llanura y ya localizada y, de esta forma, cada día que pasa en Medina Elvira, se amplían las respuestas a las preguntas y el Proyecto de Investigación se consolida como uno de los más importantes de la arqueología medieval europea.

  Sin embargo, y a pesar de la claridad de las respuestas, el yacimiento sigue guardando preguntas porque, entre otras cosas y sin olvidar la importancia del Proyecto, Medina Elvira es más que una investigación; es por encima de todo, patrimonio.

Y como tal exige, de igual forma, medidas que conduzcan a su consideración como un bien público para que se cumpla lo que dice textualmente la Carta de Atenas. «La mejor garantía de conservación de los monumentos y de las obras de arte viene del afecto y del respeto del pueblo». Y esas medidas que se esperan y tardan en llegar generan dudas y preguntas.

Porque preguntas son las que interrogan sobre los proyectos de difusión que han de trasladar esta riqueza patrimonial a la población.

Y preguntas son las que nacen de las dudas sobre al tratamiento urbanístico que se debe dar a uno de los espacios más cualificados y protegidos de la Vega de Granada. Y preguntas son las que sobrevuelan sobre la eficacia de esa protección. Y preguntas son las que se esconden sobre el modelo de gestión de un yacimiento de semejante envergadura. Y más preguntas que tienen que ver con la nueva Ley de Patrimonio Histórico Andaluz y la Red de Espacios Culturales.

Como preguntas finalmente son las que nacen del papel que jugará en el Milenio si no olvidamos que fue el abandono de Medina Elvira lo que propició la fundación de Granada y del reino zirí.

Hoy Medina Elvira, tras la campaña finalizada, confirma que el esfuerzo que se realizó en su momento estaba justificado, que las benditas cuestas que subimos y bajamos las subimos por algo y que el bendito polvo que tragamos, también lo tragamos por algo. Pero sobre todo Medina Elvira confirma la necesidad de articular todos y cada uno de los esfuerzos que habrán de realizarse en el futuro con el único fin de investigar, proteger, conservar y difundir uno de los más importantes yacimientos medievales de Europa.

En el verano del año 2001, un equipo de arqueólogos del Grupo de Investigación Toponimia, Historia y Arqueología del Reino de Granada llegó a habituarse a la monótona cadencia de los vuelos que aterrizaban o despegaban del aeropuerto que, entonces, simplemente se llamaba «de Granada».

 

 

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