“Abuela” de Ana María Guerrero por José Enrique Granados

Hace unos días que nos dejó Ana María Guerrero Pozo. Sin embargo su prolífica participación en los especiales de las fiestas de IDEAL durante estos últimos 30 años, nos permite volver a leer sus escritos. Concretamente este texto, titulado “Abuela” se publicó en 2004, meses antes del nacimiento de su nieta. Siempre en el recuerdo.

Siempre he oído que los nietos son lo que uno más quiere, pero no podía ni pensar hasta donde llega ese amor. Y desde la primera vez que le vi, gracias a la ecografía, la emoción que sentí fue tanta que no pude contener las lágrimas, ya que la experiencia de ver al bebe antes de nacer, no la había sentido nunca. Cuando fuimos a la segunda ecografía nos dijeron que sería niño, y no por haberle visto antes fue menos emocionante para mí.

Por fin nació mi nieto. La enfermera llevaba en brazos a un ser humano diminuto, envuelto en una manta blanca, que no dejaba de agitar desesperadamente las manitas y los delgados dedos. Abrió los ojos y me miró, y para mi corazón fue como si me llamase abuela. A veces me pregunto como me sentí en ese momento, y no tengo la menor idea de que responder. No encuentro los calificativos precisos: alegre, no lo expresa bien; ni dichosa es lo bastante dulce, ni feliz lo bastante intenso, ni placida lo bastante tranquilo. Es una sensación diferente y un sentimiento que nunca había experimentado. Quién me iba a decir a mí, con mi edad, que había una forma de amor distinto.

Yo conocía el amor filial, el amor de esposa, amor de madre a mis hijos, pero no conocía este amor hacia mi nieto, que no por ser el œltimo en llegar, es menos intenso. Al contrario, es un amor que te llega al alma y que llena todos los espacios de tu ser. Cuando dejaron al niño en su cuna, cerró los ojos, pero así y todo, se me escaparon las lagrimas, y en ese instante supe que llegaría a ser una buena abuela. Lo mimaría hasta donde fuese posible, y acercándome al cristal que me separaba del nido, contemplé al diminuto ser humano que me cambiaría la vida para siempre. Mi nieto se llama Antonio, un nombre muy querido en nuestra familia, pues muchos de sus miembros responden y han respondido a él, llevándolo con orgullo y dignidad. Han sido hombres dignos y padres de familia ejemplares, muy queridos por su carácter alegre y bondadoso.

Así que con estos antecedentes, espero que mi nieto lleve su nombre con orgullo. Antonio, mi nieto, es muy despierto y con casi dos años, es la persona más inteligente que conozco. Quién lea esto pensará, ¿Qué va a decir si es su abuela?. No creáis que exagero pues a los seis meses silbaba y a partir de ahí ha avanzado muy rápidamente. Le encantan los libros y la música.
La música y la lectura son caminos abiertos de la cultura y sensibilidad, por los que hay que avanzar y que nos dan perspectivas inimaginables, pero reales, del infinito y variado caleidoscopio que es el mundo por el que recorrerá su pasado, presente y futuro. Por causa del trabajo de sus padres, me he quedado con él durante cuatro noches a la semana. Le he visto crecer día a día y he sentido decir sus primeras palabras. He sentido el contacto de su piel cuando te da un beso y no hay puesto, por encumbrado que sea, que pueda reemplazar el dulce momento en el que un niño se queda dormido con la cabeza apoyada en el pecho de una abuela. No hay nada que valga tanto como ver crecer a tus hijos, y después a tus nietos.

El tiempo que paso con Antonio no es una distracción de mi mayor propósito en la vida. Es justo la razón de ser de ese propósito. Los hijos y los nietos son una fuente inagotable de amor y aprecio a sus padres, pero éstos tienen que realizar aunque sea un pequeño esfuerzo para hacerlos brotar, y alimentarlo para que nunca se pierda. Eso no quiere decir que seamos permisivos, pues las nuevas generaciones parecen ser más inteligentes y despiertas, y tampoco hay que dejarlos sueltos, pues ellos saben desde pequeños lo que quieren. A mi no me parece un sacrificio tener a mi nieto siempre que me necesite, todo lo contrario, pues tiene tanta alegría que te contagia, y el tiempo que paso con él se hace muy corto. Cuando me mira con sus penetrantes ojos azules, tan pícaros, que se iluminan cuando ríe, ávidos de aprender todo lo que hay a su alrededor para enseguida repetirlo, a mí, como a todas las abuelas, me desarma.

Yo nunca me he sentido utilizada por mis hijos, he intentado siempre darle lo que puedo y ellos me han devuelto el regalo de su dedicación, cariño y desvelos, a la par que yo les daba los míos. A lo mejor la vida, o la historia, te retrata como abuela sacrificada, pero para mí, es lo más lejos de la realidad. Por mucho que una le de a los nietos, ellos te dan mucho más, su cariño incondicional y tantos ratos alegres y vivencias tan intensas, que no se pueden expresar con palabras. Sin ellos estaría vacía y ya no concebiría la vida.

Faltan pocos meses para que la familia de mi hija aumente. Espero con la misma ilusión que esperé el nacimiento de Antonio. También he visto la ecografía, y aun no sabemos el sexo del nuevo bebe. Lo que venga, bienvenido será. Siento la misma emoción y alegría. Otro personajillo sonrosado y tierno vendrá a completar esta familia y nos llenará de bendiciones, pues cada hijo es un regalo del cielo, y se que me hará sentir ese cosquilleo que te llega desde el fondo de tu ser, que te hace ser la más feliz de las personas cuando te mira y te sonríe, o cuando oyes sus primeras palabras, o recibes su primer beso, o cuando te pellisquea la cara sonriendo maliciosamente, o cuando te coge de la mano, para llevarte donde quiere ir sin aún saber expresarlo, y lo alegre que muestra cuando ha conseguido lo que quería. Todos estos pequeños detalles y vivencias diarias de mi nieto, hacen que me sienta de nuevo una niña, una nueva mujer que vuelve a sentir en su interior sensaciones y sentimientos que sólo se experimentan en la locura que da la niñez.

Supongo que todas las abuelas, y los abuelos, sentirán «esto» tan «inexplicable» que siento yo al ver a mi nieto. Gracias Antonio, por hacerme sentir viva.

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