«LEYENDA DE LA RAJA SANTA» por Miguel I. Prados Osuna

No sería sincero redactar un artículo por el sólo hecho de gastar papel o servir de relleno en una publicación anual, como ésta que se adosa a la programación de Fiestas.

Desde hace mucho venimos inquietando sobre  lo necesario de la creación de un periódico semanal, mensual o trimestral, en el que tanto los atarfeños, como los vecinos de otros municipios, expresemos todo lo que tengamos que decir sobre Atarfe; sería una publicación tan universalista que abarcara facetas literarias, técnicas, históricas, artísticas, ecológicas, laborales o económicas, sin limitación a la creatividad atarfeña, por un lado, porque ya llegaron las aguas mansas y, por otro, porque los atarfeños y los que nos conocen, hagamos en Atarfe el universalismo atente que en un pasado muy reciente  hemos hecho gala.

Sé que ha habido al menos dos intentonas, una tildada exclusivamente, pues así fue pensada, para fines políticos reivindicativos y destructivos, estudiada para dividir a los atarfeños; otra se centró de forma radical para el ámbito de la docencia.

Con anterioridad a ellas, conocimos otra publicación, cien por cien universitaria, nacida un tanto ajustada en el tiempo, y quizás con su propia raíz, con la Revolución de Mayo de 1968, se llamaba “Nuestra Voz”, la que por problemas económicos de su sustento hubo de desaparecer dado el carácter de gratuidad de esta publicación quincenal.
En varios números de ella publicamos una serie de romanzas o relatos antiguos sobre “historietas” atarfeñas traídas a nuestros tiempos con la tradición oral, una de ellas fue la transcribo como Leyenda de la Raja Santa.

«En día 20 de enero de 1654, se bautizaba en la iglesia de San Ildefonso de Granada, una niña que, según consta en el Archivo Parroquial, era hija de los honrados tejedores habitantes en este barrio, Juan de la Rosa y María Liñán, y que por indicación de sus padrinos se le puso el nombre de María Catalina. Yendo mal el oficio de sus padres, hubieron de trasladarse a Atarfe, dedicándose a la labranza de unas tierras que les dieron en arrendamiento, y aquí fue creciendo en años y belleza esta su joven hija.

Siéndole imposible subsistir en Atarfe, por la escasez de recursos de sus padres, se marchó a Granada para procurarse con su trabajo lo que éstos no podían proporcionarle. Entró a servir en una casa de honrados comerciantes, y allí hubiera continuado largo tiempo, si la desgracia no le hubiera perseguido desde su llegada a la ciudad.

Por el pueblo de Atarfe no apareció más la joven María Catalina. No obstante muchos paisanos la vieron a los dos años paseando por las calles de Granada engalanada con trajes y adornos de un lujo deslumbrador, conquistados según las murmuraciones a costa de la perdida de su honra.

Los murmuradores lo iniciaron en Atarfe, y el párroco de la localidad tuvo que calmarlos varias veces, lo que no impidió que acosados por la mala fama los padres de la infeliz muchacha entristecieron y murieron de pena. Un honrado labrador, Pedro Jiménez, prometido en esponsales con María Catalina desapareció también de su casa, avergonzado de la conducta murmurada de que iba a ser su prometida contratada.

Más de una vez, anónimos donativos se recibían en la iglesia para los pobres y para la parroquia, con toda la recomendación de pedir a Dios por un alma que estaba en pecado. Pasaron después seis años de estos sucesos. De pronto los pastores trashumantes del camino real de Sierra Elvira, notaron que en la cueva lindera con dicho camino real vivía un anacoreta tan por completo cubierto su rostro, que persona humana pudo nunca descubrirle. Vivía en espantosa soledad, e infundía tal respeto a todos los del pueblo, que a más iba siendo objeto de peregrinaciones por todos los afligidos.

A la misma puerta de la gruta había plantados unos sarmientos, y pretendía con sus lágrimas regarlos, diciendo, que el día en que florecieran estaría salvada su alma, que hasta entonces permanecía en pecado. El párroco conferenció con el anacoreta, y es cierto, que conmovido por su confesión, ponía siempre como ejemplo de arrepentimiento sincero, el del solitario de la Sierra de Elvira.

Pasó algún tiempo, y un cierto día, avisado por un pastorcillo, llegó a la gruta, confesó al penitente, volvió al pueblo por el viático y todo el pueblo le acompañó a tan solemne acto. En el camino se les incorporó todo el que encontraron, y entre ellos un pobre fraile  mendicante que acertaba a cruzar la sierra. Llegaron a la gruta y observaron, floridos y hermosos, los sarmientos plantados en la puerta de la misma.

El solitario tuvo que descubrirse, y ante la expectación de todo el pueblo, del fraile, que no era otro que el desaparecido hacía tiempo
Pedro Jiménez se vio que el tosco sayal, y el capuchón ocultaban a la pobre María Catalina, que durante siete años expió sus faltas en aquella cueva desde entonces llamada de la Santa de Sierra Elvira.

Murió la penitente en olor de santidad y obtuvo, a petición suya, el perdón de Pedro y de todo el pueblo y desde entonces, a quien acierte atravesar la sierra, le enseñarán con gran respeto lo que aún hoy se llama La Raja Santa (Publicado en el Liceo de Granada el día 12
de enero de 1871). Escuchada por mi casi literalmente de boca de Carmen Romero y Antonio Martín el Capataz»

Artículo editado por Corporación de Medios de Andalucía y el Ayuntamiento de Atarfe, coordinado por José Enrique Granados y tiene por nombre «Atarfe en el papel»

 

FOTO: CERRO DEL SOMBRERETE Y TAJO COLORAO DONDE SE ENCUENTRA LA RAJA SANTA

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