Cuando se profundiza en determinados personajes, suelen aparecer datos desconocidos francamente llamativos. Es el caso del escritor y político granadino Pedro Antonio de Alarcón (Guadix, 1833- Madrid, 1891), que no es precisamente ningún desconocido, pero se da el caso de que ninguna de las biografías publicadas –ni siquiera las más amplias y profundas– recogen la relación sentimental que tuvo con la también escritora granadina Enriqueta Lozano.

 
Y no es que fuera algo efímero, ni intrascendente; pero ocurre que la deriva personal de Pedro A. de Alarcón, justo en los años fogosos de juventud, ha propiciado el olvido de sus orígenes sentimentales. Este breve artículo se centrará exclusivamente en Enriqueta Lozano, en su vida y en su producción literaria. Y adelantamos ya que tanto una cosa como la otra son absolutamente sorprendentes.
 
Hay que comenzar diciendo que Enriqueta Lozano fue, en su tiempo, una de las personas más renombradas en Granada y en gran parte de España; una escritora, en efecto, ampliamente reconocida, que gozó de la admiración del pueblo llano y del favor de personas de la más alta alcurnia. Sin ánimo de exhaustividad, diremos a este respecto que fue premiada por la Emperatriz Eugenia, por la Reina Isabel II y por el Rey Alfonso XII; y que fue la escritora española más galardonada en los concursos literarios del siglo XIX. De hecho, en los ámbitos culturales se le llamaba la Safo Granadina (comparándola a la célebre poetisa de Lesbos), y el Ayuntamiento de Granada la nombró “Cronista Oficial de esta Ciudad y su provincia”.
 
Enriqueta Lozano tiene el mérito de haber sido una de las escasísimas mujeres que se entregaron a la literatura en la España del siglo XIX y, especialmente, el haberlo hecho en una ciudad provinciana como Granada, donde la incomprensión y el rechazo hacia las mujeres intelectuales era la norma; por lo que hay que reconocerle, sin paliativos, una valentía poco común. Pero Enriqueta Lozano tiene, además, el valor añadido de su fecundidad literaria, pues su producción total supera en volumen a la de cualquier otro escritor granadino de su época y se empareja con la de los más fecundos de España en ese mismo tiempo. Asombra, desde luego, la capacidad de trabajo de esta mujer, puesto que, además de atender su hogar y a su familia (tuvo siete hijos), sacrificó infinitas horas de sueño para escribir a la luz del quinqué miles y miles de cuartillas. Con profusión inusitada cultivó, en efecto, prácticamente todos los géneros literarios al uso, desde la poesía, la novela y el teatro, hasta el ensayo y la epístola, pasando por el cuento, la leyenda, el artículo doctrinal, la biografía y el artículo de costumbres. Produjo y difundió sesenta y seis novelas -la mayoría por entregas- y un centenar de relatos cortos; los cuadernillos de las novelas Juan, hermano de los pobres (1848), El secreto de una muerta(1860), Lágrimas del corazón (1861), Buena hija y buena esposa, entre otras muchas, eran ansiosamente esperados en infinidad de hogares granadinos y de toda España. Y ella supo abastecer aquella demanda con profusión. Llegó a publicar once libros de poesía, que tal vez sean lo mejor de su producción literaria, entre ellos Ensayos Poéticos, El Ramo de Violetas, La Lira Cristiana y Perlas y lágrimas. Su obra dramática -en verso- es igualmente abundante; cabe citar las obras Una actriz por amor, Dios es el Rey de los reyes, La ruina del hogar y El cáncer social. Objetivamente, fue la suya una ingente labor literaria.
Enriqueta Lozano nació en Granada el 18 de agosto de 1829 en el número 14 de la calle Darro del Campillo (hoy precisamente llamada Enriqueta Lozano, con todo merecimiento) y fue bautizada al día siguiente en la Iglesia del Sagrario con el nombre de María Enriqueta Josefa Elena de la Santísima Trinidad. Era de una familia media –padre oficial del ejército- en la que se sucedieron las desgracias tempranas, circunstancias que impidieron que la suya fuera una niñez del todo feliz: la muerte de su madre, cuando tenía seis años, y de la segunda mujer de su padre dos años después, marcaron profundamente a la niña y determinaron una clara influencia en su vida y en su obra (una de sus novelas se titulará Una herencia de llanto).
 
Buena y amplia formación, primero en el Colegio de Las Dominicas y luego con profesor particular. Desde muy joven escribía y publicaba poesías. Con tan sólo dieciocho años escribió su primera obra teatral, una comedia en verso. Tan manifiestas fueron sus aptitudes literarias que pronto se incorporó al Liceo Artístico y Literario de Granada –que por entonces iniciaba su andadura- participando activamente en tertulias y conferencias, hasta el punto de que le fue concedido el título de Profesora en Ciencias y Literatura (hay que decir que, curiosamente, el Liceo se inauguró con una comedia en la que Enriqueta Lozano, con quince años, era protagonista). Colaboró en la Revista Literaria Granadina y en Guadalbullón; en 1854 colaboró también en el prestigioso El Eco de Occidente, que dirigía Pedro Antonio de Alarcón, con quien, como adelantábamos en la entrada de este artículo, Enriqueta Lozano tuvo una relación sentimental amorosa, interrumpida, según parece, por la evolución ideológica del escritor accitano. Fundó, y dirigió ella misma, dos revistas muy significativas de su época, La Aurora de María y La Madre de Familia, ya en plena madurez profesional, editadas en la imprenta que la propia Enriqueta montó a tal efecto.
 
Enriqueta Lozano de Vilches, su firma literaria por asunción del apellido del marido, fue todo un fenómeno literario en Granada y en España, pues no podemos olvidar, además de lo hasta aquí dicho, que se le reconoció su mérito otorgándole el Primer Premio nada menos que en veintitrés certámenes nacionales. Y, entre otros reconocimientos “de altura”, en 1856 la reina Isabel II le obsequió con un brazalete de brillantes y 6.000 reales por sus versos a la Virgen de las Angustias.
 
Los sucesivos domicilios familiares una vez casada -hasta un total de cuatro- fueron a menudo centros de tertulias culturales a las que acudían intelectuales como Antonio Afán de Rivera, Ángel Ganivet o Francisco de Paula Valladar. Fue además, siempre, una incondicional favorecedora de los pobres. Decía al comienzo de esta semblanza que Enriqueta Lozano es algo sorprendente, y ya hemos tenido ocasión –creo- de comprender por qué. Aunque todavía quedan cosas en el tintero; falta decir, por ejemplo, que fue ella quien implantó y difundió, especialmente por la Alpujarra, las representaciones festivas de “moros y cristianos”.
 
Con todo, no fue fácil la vida de Enriqueta Lozano. Muy dura en ocasiones. Con circunstancias extremadamente encontradas, como ocurrió el día 12 de marzo de 1865, cuando, casi simultáneamente, tuvieron lugar el nacimiento de su hija Carlota y la muerte de su hija menor, Enriqueta.
 
Mujer infatigable. Fue muy admirada en su ciudad (Luis Seco de Lucena la llamó «amor y orgullo de Granada»). Los últimos años de la vida de esta ilustre granadina estuvieron marcados por los apuros económicos; tanto, que se vio obligada a desprenderse de objetos personales, algunos de tan alto valor sentimental para ella como una escribanía que le había regalado el mismísimo rey de España, Alfonso XII, la cual fue adquirida por el Ayuntamiento de Granada (hoy está sobre la mesa del Alcalde de Granada). Tres meses antes de su fallecimiento la Corporación Local la nombró Cronista de Granada con una pensión de 1.500 pesetas anuales, que no llegó a cobrar. Su muerte, acaecida en su casa de Ancha de la Virgen, nº 10, el 5 de mayo de 1895, produjo en Granada un enorme sentimiento de tristeza. Enriqueta Lozano está enterrada en el tercer patio del cementerio de San José, señalada por un discreto monumento funerario que costeó el Ayuntamiento granadino.
 
(Remito a quienes estén interesados en saber más sobre la vida y la obra de esta granadina a la biografía titulada ENRIQUETA LOZANO, de Juan Rodríguez Titos, Ediciones DMC, Granada, 2010).
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