EL ACCESO A LA ATENCIÓN EN SALUD MENTAL ¿ES COSA DE RICOS?
Ir al psicólogo sigue siendo un lujo en muchos países de la Unión Europea.
Incluso en alguno de ellos la atención de la salud mental no forma siquiera parte del sistema público de salud, como ocurre en Bulgaria, Francia o Letonia, lo que empuja a los pacientes a las consultas privadas. La situación no es mucho mejor en aquellos otros en los que la sanidad pública sí incluye la visita a un psicólogo: los copagos, el número limitado de sesiones, la falta de profesionales y las listas de espera vuelven a provocar que aquellos que sufren de algún problema de salud mental tengan que buscar ayuda en el sector privado.
En los países del este y algunos del sur (Italia, Portugal y Grecia) una sesión con un psicólogo tiene un precio equivalente a más de diez horas de trabajo del paciente, tal y como muestran los datos recopilados por la Fundación Ciudadana Civio. En Rumanía, el país donde más cuesta recibir atención psicológica de toda la UE, requiere más de 18 horas. En la práctica, la barrera económica, unida al estigma asociado a los trastornos mentales, hace que muchas personas desistan en su empeño de recibir tratamiento. Las consecuencias son preocupantes: si problemas como la ansiedad o la depresión, las dos enfermedades mentales más comunes, no se tratan a tiempo y de forma adecuada, se pueden acabar cronificando o generar otros problemas de salud graves.
No es casualidad que los países de Europa del este sean los que presentan incidencias de ansiedad y depresión más bajas y, al mismo tiempo, aquellos en los que la atención psicológica es más cara. Si el sistema nacional de salud falla a la hora de garantizar el cuidado de la salud mental y la alternativa privada tiene un precio prohibitivo, no debería extrañar que la opción más frecuente para polacos, húngaros o estonios, por ejemplo, sea no buscar ayuda de ningún tipo. Lo que sucede, por lo tanto, no es que estos países gocen de una salud mental envidiable, sino que los afectados evitan acudir al médico en muchas ocasiones y el sistema es incapaz de detectar todos los casos.
Con todo, el principal obstáculo para acudir al psicólogo continúa siendo el estigma. Se sigue creyendo que las enfermedades mentales son oscuras, que solo afectan a personas “locas” y que se tratan con altas dosis de fármacos. Por si fuera poco, muchos pacientes tampoco confían en la efectividad de la terapia psicológica, y continúan pensando que su trastorno no tiene solución, que se debe a un evento traumático puntual y que es por tanto algo normal con lo que deben convivir. Esta lógica suele conducir a la persona a buscar ayuda únicamente cuando la enfermedad mental presenta consecuencias físicas, como la fatiga o el insomnio, síntomas ante los cuales se receta directamente medicación y el problema latente es ignorado.
Si el estigma y la desinformación se superan, y el dinero no es un problema, el paciente podrá entonces recibir un diagnóstico adecuado y un tratamiento acorde al problema. Este debería ser en cualquier caso ágil, accesible y rápido, circunstancias que no se dan ni de lejos en la realidad. De hecho, en al menos siete países de la Unión Europea las listas de espera alcanzan el mes de duración, lo que obliga a los afectados a buscar un psicólogo privado o a hacer un uso indebido de tranquilizantes y ansiolíticos. En el peor de los casos, este tipo de trastornos puede acabar en suicidio, lo que es otro problema añadido de salud pública.
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