Es lo que hacemos antes de salir de casa: escapar de nosotros para proyectarnos en el espejo, y desde nuestra réplica, lanzarnos una mirada valorativa

No es fácil sorprender a un ser humano en el momento de observarse a sí mismo. De ahí el valor de esta fotografía. Lo curioso es que el retratado se observa desde su eco, desde el que no es, quizá porque no nos podemos mirar si no nos colocamos fuera de nosotros. Y eso es lo que hacemos antes de salir de casa: escapar de nosotros para proyectarnos en el espejo, y desde ahí, desde nuestra réplica, lanzarnos una mirada valorativa. La vida cotidiana está tan llena de espejos que no somos conscientes de la cantidad de coyunturas en las que los utilizamos para revisitarnos como el que vuelve al barrio del que salió. Y aunque repitamos mil veces ese gesto, en cada una de ellas sentimos la misma punzada de extrañeza de aquella primera vez, cuando un adulto, colocándonos frente a la luna del armario, nos dijo: “Ese eres tú”.
 
“Ese soy yo”, parece decirse André Gide en 1948, a sus 79 años, poco después de recibir el Premio Nobel de Literatura. Rectificamos: no está diciéndose “ese soy yo”, sino preguntándoselo más bien: “¿Ese soy yo?”. ¿O acaso no perciben ustedes en sus ojos un matiz de interrogación? “¿Esas son mis manos, esos son mis dedos, ese es mi cigarrillo, esas son mis gafas? ¿Y qué dice todo ese conjunto de mí? ¿Por qué ese hombre que me mira desde el otro lado tiene la mano derecha en el lugar en el que yo tengo la izquierda y el ojo izquierdo donde debería estar el derecho?”.
Me pregunto si, cuando le enseñaron la foto, se dio cuenta de que no era exactamente una foto de él, sino de su reflejo. En otras palabras: el eco de un eco. Eso somos.
 
J.J.Millás
A %d blogueros les gusta esto: