22 noviembre 2024

Un recorrido por algunas propuestas para simplificar la ortografía

Diferenciar a los ricos de los pobres

Desde que existe internet, se ha vuelto bastante habitual toparse con argumentos en contra de la ortografía vigente: ¿de qué sirve ese lío de haches, bes, uves, ges, jotas, elles, i griegas…? ¿Por qué tenemos más de una letra para representar un mismo sonido e incluso una letra que no representa ninguno? A menudo se desprecian estos argumentos como el producto de mentes iletradas, pero lo cierto es que no les faltan autoridades que invocar. Ahí está Juan Ramón Jiménez, poeta ‘jenial’ que rechazaba la ge cuando sonaba como jota y que prefería usar la ese en palabras como ‘escelente’. O, de nobel a nobel, Gabriel García Márquez, que en 1997 la lio parda al proponer «jubilar la ortografía» en el discurso inaugural del Congreso Internacional de Lengua Española: «Enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota y pongamos más uso de razón en los acentos escritos», clamó. O, en fin, Miguel de Unamuno, que defendía la simplificación ortográfica como un mecanismo de igualación social: «Si se adoptase una ortografía fonética sencilla, que, aprendida por todos pronto, hiciera imposibles, o poco menos, las faltas ortográficas, ¿no desaparecería uno de los modos de que nos distingamos las personas de ‘buena educación’ de aquellas otras que no han podido recibirla tan ‘esmerada’? Si la instrucción no nos sirviera a los ricos para diferenciarnos de los pobres, ¿para qué nos iba a servir?», ironizaba don Miguel.

Esas letras que comparten oficio

La posibilidad de ajustar de manera más exacta la ortografía del español a su fonética se lleva tanteando desde hace muchísimos años. Ya a finales del siglo XV, Antonio de Nebrija se planteó suprimir letras innecesarias que comparten «oficio», como decía él: abogaba por desterrar del sistema la ka, la cu y la i griega y por deslindar de manera más sensata la ge y la jota, entre otras novedades. En el siglo XVII, Gonzalo de Correas argumentó con gran empeño en favor de dar «a kada letra un sonido solo», en obras como ‘Nueva i zierta ortografia kastellana’. «Eskrivamos komo se pronunzia, i pronunziemos komo se eskriva, kon deskanso i fazilidad, sin mengua ni sobra, ni abuso, komo es de kreer lo hizo el primer inventor de las letras», argumentaba, y hay que puntualizar que mantenía la hache porque en aquellos tiempos, en algunos casos, aún conservaba el sonido aspirado.

Qesos y rrosas al estilo chileno

De todas las propuestas de reforma, la que llegó más lejos fue la que publicaron en 1823 el lingüista venezolano Andrés Bello y el escritor colombiano Juan García del Río, ya que pocos años después se convirtió en la ortografía oficial de Chile y desde allí se extendió a países como Argentina, Colombia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. En la llamada ‘ortografía chilena’ desaparecía la hache, la y se escribía como i cuando tenía valor vocálico (lei, rei), la erre se doblaba siempre que sonaba fuerte (rrosa, alrrededor), se suprimía la u muda (qeso)… «Tan lejos estoi de considerar completo mi trabajo, qe no lo miro sino como un simple bosqejo de lo qe a de ser una obra destinada a presentar la istoria de Chile», escribía un prócer del país sudamericano. Con mayor o menor rigor, este sistema se mantuvo hasta 1917, cuando el Gobierno restituyó las normas de la Real Academia Española.

Una ración de ‘ghoti’ con ‘ghoughphtheightteaus’

Claro que, si algunos hablantes de español se quejan con amargura de las discrepancias existentes entre pronunciación y escritura, ¡qué tendrán que decir los angloparlantes! En inglés, a veces da la sensación de que cualquier letra puede representar cualquier sonido. El diario ‘The Times’ repasaba hace un par de semanas algunos ejemplos partícularmente ridículos de esta caprichosa ortografía: el más clásico es el que propuso en 1855 el editor Charles Ollier, al plantear que la palabra ‘fish’ (pez) podía escribirse perfectamente como ‘ghoti’ si se usaba la ‘gh’ de ‘cough’ (tos), la ‘o’ de ‘women’ (mujeres) y el ‘ti’ de ‘nation’ (nación), que de verdad suenan como ‘f’, ‘i’ y ‘sh’. Este tipo de sustituciones ha dado lugar al juego de buscar la manera más complicada de transcribir una palabra, con resultados tan demenciales como ‘ghoughphtheightteeau’ en lugar de ‘potato’ (patata).

FOTO: Pintada en una valla de obra. / JORDI ALEMANY