22 noviembre 2024

¡A LAS TRINCHERAS!  POR JUAN ALFREDO BELLÓN  para el domingo 22-XI-2015

 Cuando uno se va haciendo mayor, tiende a mirar con la perspectiva de la edad lo vivido y lo por vivir, como cuando Luis Cernuda escribió aquello de pasada se halla ahora/ la mi tad de mi vida (ojalá) y, en esas, llevo tiempo pensando y diciendo con orgullo insensato que pertenezco a la primera generación de españoles que probablemente se morirá sin haber conocido la guerra, lo que implica dar por sentado el hecho de que, a pesar de la creciente globalización e integración de las vivencias nacionales en este puñetero siglo XXI, los españoles nacidos en los años Cuarenta del siglo XX no hemos podido padecer ni protagonizar la II Guerra Mundial y hemos tenido la gran suerte de esquivar otros conatos bélicos de nuestra época, lo cual solía entenderse como una bendición celestial de la historia. Claro que, sin dejar de ser pacifistas o, mejor dicho, amigos de la paz, hemos de enterder que nuestro país no estaba para guerras en 1939, bien que su alianza espiritual con las potencias del Eje lo habían puesto en el punto de mira de la desafección de los Aliados, hasta que -cosas de la Historia- la configuración del Comunismo Internacional como el principal enemigo de Occidente nos colocó de nuevo del lado de los buenos y permitió que el general Franco se propusiera y se soñara como el Vigía de Occidente, afianzando la concepción bélica con que el Franquismo concebía la «singladura nacionalista».

No tuvo más que producirse el milagro económico y la «normalización» española para que, coincidiendo con la muerte del dictador hace hoy cuarenta años, hubiéramos de sortear a la baja el primer casus belli que se nos presentó, como fue la crisis de Sahara, donde las apetencias anexionistas de Marruecos concibieron y organizaron la famosa Marcha Verde en la que nos salvamos de la guerra muy poco gallardamente, haciendo un bochornoso mutis por el foro por el que todavía nos sentimos deudores con el pueblo saharaui, pero que permitió a los herederos del Antiguo Régimen sacar pecho legionario y proclamarse actores de la salvaguardia de la paz. Cosa que ya no fue posible con motivo de la crisis del Golfo Pérsico de 2003, cuando Bush Junior y el ahora arrepentido premier británico Toni Blair obligaron, bien que gustosamente por su parte, al protagonismo oligofrénico de Aznar a dejarse fotografiar con ellos en las Azores, proclamando así la guerra a Sadam Hussein aunque aquella participación bélica, por lo alevosa y torticera, fue y no fue real y no dejó de ser vergonzosa ni de tener un alto coste para nuestra nación: los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004, que precipitaron el cambio de Gobierno y el triunfo relativamente inesperado del PSOE y de José Luis Rodríguez Zapatero.

Pues bien, con todo, seguí pensando ser cierta la idea de que los de mi generación pertenecemos por suerte hasta la fecha a la primera de españoles que no ha tenido que participar formalmente en una experiencia bélica, gracias a Dios, según suele decirse. Pero henos aquí que, el fin de semana pasado, François Hollande ha proclamado solemnemente, tras los recientes atentados de París, que estos han consistido en un acto de guerra, apelando implícita y explícitamente a los aliados formales de Francia entre los que nos contamos ineludiblemente, no valiendo ya (como en la crisis del Sahara de 1975) ningún tipo de subterfugio ni escaqueo, dada nuestra pertenencia patente a la Alianza Atlántica y la desgraciada inclusión de víctimas y heridos españoles en la terrorífica lista de la noche del pasado viernes 13 de noviembre. En efecto, esto es la guerra y España se ve inmersa en ella con todas las consecuencias.

Y más después de haberse dado lugar a mezclar el culo del islamismo con las témporas del fútbol y con la geopolítica, no solo por el ataque terrorista al desarrollo del partido Francia-Alemania del pasado viernes trece de los corrientes, sino por la extensión de sus consecuencias al territorio vecino belga, a donde parece que huyó uno de los integrantes de un comando y obligó a suspender el encuentro internanional amistoso del domingo en el estadio Balduino I entre los anfitriones y nuestra selección nacional, lo que nos ha privado de saber si en Centro Europa también se pita y abuchea a Gerard Piqué y se aplaude a Andrés Iniesta.

Y luego, la suspensión, por alerta inminente de atentado, del partido Alemania-Holanda y la posterior alerta y el asalto en la madrugada del miércoles de la vivienda refugio de Saint Denis, nos está permitiendo ver la extensión internacional del conflicto y cómo se frotan las manos no solo los terroristas, sino también los profascistas, con la militarización preventiva y la extensión del escenario paranoide donde cuanto peor, mejor para sus designios belicistas y el ascenso de los planteamientos contrarios a la paz que no sea la de los cementerios, deseada por los nacionalismo beligerantes. Ya habrá tiempo para aplaudir a los nuevos gendarmes internacionales que apliquen la receta del jarabe de palo para imponer su concepto de armisticio vinculado al autoritarismo al que parecían llamar los toques de clamor y a rebato de los campanarios de Nôtre Damme: ¡Marchemos a las trincheras y sálvese quien pueda!

¿O eran clamores (ojalá que sí) de de libertad, igualdad y fraternidad en defensa de las personas y los pueblos del mundo, hermanados en un protagonismo cívico desconocido en París desde mayo del 68? Habrá que verlo. Mientras, la población europea se encoge paralizada, aterrada y perpleja como un gazapillo de conejo, inmóvil y tembloroso, bajo la mirada penetrante de una gran sierpe, que se relame ante la inminencia del festín.

Y ya van tres granadinos que han pagado con su vida las ganas de divertirse en la Ciudad de la Luz cuyo turismo ha quedado en tenguerengues, incluyendo Euro Disney, el Louvre, la Torre Eifel, las Toullerías y el Trocadero. Como Egipto y Jordania, como Petra y Alepo, como Túnez, Turquía, Argelia y Marruecos. ¿Y cuándo le tocará a Granada y a la Alhambra, la perla de Al-Ándalus? ¿Y al museo del Prado y a Toledo? ¿Y a Barcelona, donde hasta antes de ayer había un enorme y enconado conflicto separatista? ¿Quién era Mas, qué era la CUP y JXS? Como poco, habrá que reconocer que nuestras prioridades informativas, incluyendo la campaña del 20-D y el 40 aniversario de la muerte de Franco, han saltado hechas añicos y el modelo turístico internacional está entrando en una profunda crisis de consecuencias tan inmediatas como imprevisibles.

Y esto sigue avanzando vertiginosamente, desbocadamente, hacia un conflicto generalizado en el que ya estamos inmersos y del que parece -¡ay!- que no nos podremos librar. Ahora Bélgica y Alemania, tras Beirut y el mismo Reino Unido, que hay que enlazar con los sangrientos acontecimientos de Nueva York, Madrid y de tantas otras masacres que habrá que estudiar en los libros de historia a cuyos anales hay que incorporar las manifestaciones de la estupidez humana que suelen ocurrir en torno a estos acontecimientos, como las del actual obispo de Córdoba (España) que se ha descolgado diciendo con la mayor solemnidad e impudicia que no es lícito matar en nombre de Dios. Decíamos en mi pueblo los chiquillos cuando alguno decía con aspavientos haber detectado un pedo a su alrededor: «El que lo huele, debajo lo tiene». Mírese el mosén bajo sus propios faldones y conozca la historia de su Iglesia, para no ir más lejos, durante la Guerra Civil Española y luego en la Postguerra. Recuerde dónde nació la Inquisición y cómo nació el término Cruzadas y luego respire hondo para callar su boca y superar el rubor clamoroso que seguramente le sobrevendrá y observe que los islamistas del Daesh prometen atacar de nuevo París y USA y Roma.