Enrique Migueláñez se dio cuenta de que había perdido el olfato mientras paseaba por el campo con su mujer. «¡Madre mía, cómo huele a estiércol!», le dijo. Pero él no olía nada.

Tenía 36 años y desde entonces tiene alterado el sentido del olfato y del gusto. «Al principio no noté nada especial», relata este madrileño. Y no sorprende, porque es habitual que la pérdida del olfato y el gusto se inicie de manera imperceptible para el afectado.

Enrique es uno de los 400.000 españoles que ya convivían con una pérdida total (anosmia) o parcial (hiposmia) del olfato antes de la pandemia, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aunque algunas investigaciones llegan a cifrar en hasta ¡ocho millones! las personas con hiposmia en España –y 200.000 con anosmia–.

Ahora, la cifra ha variado, pues la alteración de este sentido es uno de los síntomas de la covid-19. Sin embargo, hay otras causas prácticamente desconocidas que lo motivan. Entre ellas: desórdenes congénitos (de nacimiento), traumatismos craneoencefálicos (golpes en la cabeza), tumores (en las fosas nasales, en la base del cerebro), inhalación de químicos tóxicos (tabaco, cloro…), obstrucción nasal (por infecciones virales, desviación del tabique, rinitis alérgica, sinusitis, pólipos…), consumo de algunas drogas, tratamientos de radioterapia para tratar el cá́ncer de cabeza o de cuello, determinados fármacos y enfermedades neurodegenerativas (especialmente el párkinson y el alzhéimer).

El envejecimiento también influye. «Las personas de entre 20 y 40 años detectan entre un 50% y un 75% de los olores, mientras que entre los 50 y los 70 años el porcentaje baja al 30-45%», recoge la Asociación Española de la Anosmia en su web. De hecho, «se calcula que por encima de los 60 años lo sufre en torno al 50% de la población», cifra que se dispara al 80% en mayores de 80.

«Perder el olfato afecta al gusto porque cerca del 80% del sabor se distingue a través de las fosas nasales, no de las papilas gustativas»

¿Y el gusto? Se altera como consecuencia de la pérdida del olfato. El motivo es que, erróneamente, se piensa que la degustación se hace a través de las papilas gustativas, pero lo cierto es que estas solo detectan los sabores básicos (dulce, salado, amargo, ácido y umami). «Lo que nos permite saber que una paella sabe a pescado son los aromas que ascienden hasta la nariz al llevarnos el alimento a la boca, no las papilas gustativas», aclara Raimundo Gutiérrez Fonseca, otorrino y secretario general de la Sociedad Española de Otorrinolaringología (SEORL). Así, aproximadamente el 80% del sabor se distingue a través del olfato. Adicionalmente, el nervio trigémino nos ayuda a diferenciar los estímulos somatosensoriales de los olores (calidez, frescura…).

«Como resultado de ello, muchas personas con hiposmia y anosmia pierden el apetito porque, aunque distingan lo dulce de lo salado, con los ojos cerrados no podrían detectar si lo que mastican es pollo, cordero, lubina o merluza, y esos matices son los que producen el placer por la comida», indica el especialista.

Se potencian otros sentidos

Así le ocurre a Migueláñez, cuya privación del olfato fue fruto de un golpe en la cabeza. «Estaba de viaje en Santander y se me dislocó el hombro, por lo que fui a Urgencias. Allí me sentaron en una banqueta y, del dolor, me mareé y me caí hacia atrás, golpeándome la nuca con la esquina de un mostrador. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en la UVI», rememora. Fue una mala praxis hospitalaria la que le costó ambos sentidos pero, para él, esta pérdida no ha supuesto una gran limitación en su vida. «Nunca he tenido buen paladar, tampoco de pequeño, y desde que me falta el olfato me apoyo en otros sentidos, como la vista y el tacto, que me dan seguridad al comer. De hecho, no ser capaz de oler hasta me ha venido bien, en algunos casos, para evitar malos olores», dice con optimismo. Reconoce, eso sí, que «cuando la gente sabe que no eres capaz de oler o saborear te deja al margen al opinar sobre la comida o el vino».

A otras personas, en cambio, esta circunstancia les puede suponer un grave problema. En concreto, a quienes utilizan el olfato para trabajar, como les ha ocurrido a dos pacientes de Gutiérrez Fonseca que perdieron el olfato por el coronavirus: una mujer que trabaja de cocinera y un hombre que se dedica a instalar cocinas de gas.

«Cuando la gente sabe que no eres capaz de oler o saborear te deja al margen al opinar sobre la comida o el vino»

La pérdida del olfato, además, produce una distorsión de los aromas –por ejemplo, que al oler una rosa a la persona le huela a estiércol– y «puede venir acompañada de sintomatología depresiva, debido a que estímulos olfativos asociados a recuerdos emotivos ya no se pueden sentir, lo cual hace que la persona sienta que ha perdido parte de su capacidad de recordar», alertan desde la Asociación Española de la Anosmia.

Se asocia, también, con la pérdida de la memoria, pues este sentido reconoce los olores por segunda vez gracias a que están almacenados entre los recuerdos; e influye, asimismo, en la pérdida de la líbido, al no detectar olores sexualmente excitantes. Específicamente, las feromonas, encargadas del aroma particular de cada ser humano y responsables de la atracción y excitación entre dos personas. En cifras, «el 25% de las personas que han perdido el sentido del olfato también pierden una parte de su función sexual», según recoge el neurólogo australiano Alan Hirsch en sus investigaciones.

En cuanto al diagnóstico, no es fácil, en especial si la causa es congénita, pues quien nunca ha tenido olfato no sabe lo que es perderlo. «Cuando un paciente llega a consulta, lo primero que hacemos es preguntarle por sus síntomas, sus antecedentes familiares y sus circunstancias (hace cuánto tiempo detectó la falta de olfato, cómo cree que ocurrió, cómo ha evolucionado…)», cuenta Gutiérrez Fonseca. «La forma de diagnosticarlo depende de la manera en la que se produjo el trastorno. Si ha sido bruscamente, hay que pensar en traumatismos o contusiones; si ha sido de forma progresiva, nos inclinamos por una causa tumoral o degenerativa», aclara.

No siempre se recupera

Después, se realiza una exploración otorrinolaringológica completa con una endoscopia nasal y, más tarde, se lleva a cabo una olfatometría, proceso que implica someter al individuo a estímulos olfativos a partir de una serie de aromas seleccionados, con el fin de valorar si los detecta o no. Algunos son: el limón, el eucalipto, el clavo o el cuero. «A raíz de la pandemia, los test de olfatometría han proliferado mucho. Lo imprescindible para que sean útiles es que estén adaptados a las características culturales de cada paciente», advierte Gutiérrez Fonseca. «Es decir, no puedes poner a un español un aroma típico de Extremo Oriente, porque a lo mejor lo detecta pero no sabe a qué corresponde porque nunca lo ha olido».

El especialista indica, también, que «cuando se sospecha que ha podido haber un traumatismo o la presencia de un tumor, se realiza un diagnóstico por imagen (resonancia magnética, TAC), pero siempre después de la exploración». «Además, es importante tener en cuenta otros síntomas que acompañan a la pérdida del olfato. Por ejemplo, a una persona que además de no oler, le sangra la nariz y se le hincha el ojo, puede que tenga un tumor; si estornuda mucho, a lo mejor es rinitis alérgica; mientras que si presenta mucha mucosidad verde probablemente sea sinusitis».

Por ello, el tratamiento a aplicar se especifica dependiendo del origen del trastorno. «Si hay una fractura en la base del cráneo por un traumatismo no hay recuperación. Las pérdidas originadas por inflamaciones se tratan con medicamentos, como corticoides, y en las motivadas por obstrucciones (pólipos o desviación del tabique nasal) puede ser necesaria la cirugía», orienta el otorrino. «Lo que sí se ha visto que da buenos resultados en ciertas personas es el entrenamiento olfatorio, pero no funciona en todos los casos ni al cien por cien».

Póngase a prueba

Ejercicio para rehabilitar el olfato

La asociación francesa anosmie.org ha elaborado un protocolo de rehabilitación olfativa basado en los estudios de un equipo de investigación alemán que cuenta con gran aceptación y prestigio. Consiste en dos sesiones diarias de cinco minutos, idealmente una por la mañana en ayunas y otra antes de cenar.

Materiales

  • Entre cuatro y seis aceites esenciales con distintos olores (limón, clavo, rosa, eucalipto, menta, café…).

  • Frascos idénticos para no poder distinguir cada aroma con la vista al identificarlo con un determinado recipiente.

Procedimiento

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    Agitar el frasco, abrirlo sin mirar, aspirar cada aroma durante 30 segundos, colocando el frasco bajo la nariz aproximadamente a unos dos centímetros y realizando un barrido de derecha a izquierda (como al oler el vino).

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    Al finalizar, apuntar los resultados obtenidos en la agenda de seguimiento, clasificando los frascos en tres categorías: aromas que le han provocado alguna sensación, aromas que le han provocado dudas y aromas que no le provocan ninguna sensación.

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    Es interesante añadir la información que haya podido influir en el ejercicio, como el estado de ánimo (cansancio) o físico (congestión).

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    Tras repetir la operación durante doce semanas es posible lograr algún progreso, aunque no siempre ocurre.

 

FOTO: Del Hambre
https://www.ideal.es/vivir/salud/perder-olfato-anosmia-20210626165237-ntrc.html
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