Ares González: «En la crianza, como en todo, los adultos tenemos la obligación de ponernos límites a nosotros mismos»
Aunque a veces parezca que en la crianza, como en la conducción, hace falta un GPS para guiarnos en el camino, puede que en realidad llegar al destino con éxito requiera de menos indicaciones de las que pensamos. Si observamos a los niños sin la mirada infantilizadora a la que estamos acostumbrados, podremos ver que son personas autónomas capaces de resolver sus necesidades y que no necesitan mucho más de sus progenitores que su presencia y acompañamiento.
En su último libro, Educar sin GPS (Planeta), el maestro y formador en educación y crianza, también padre de familia numerosa, Ares González, habla de «educar simplificando» y «educar en la vida real». Un anti-método para el que no hace falta haber comprado el último modelo de carrito, aunque pueda resultar muy cómodo para el bebé, ni una cama a ras de suelo, aunque pueda favorecer su autonomía. Lo que el profesor defiende a lo largo de las páginas de este libro es que el bienestar de las niñas y los niños depende en gran medida de la destreza de sus progenitores para explorar y desarrollar una maternidad y paternidad propias. Esta tarea no es fácil, a los condicionantes sociales y publicitarios ahora se suma la ‘infoxicación’: demasiados libros, demasiadas recetas, cientos de manuales con la fórmula perfecta de la crianza.
Habla de la necesidad de educar en la vida real, ¿cómo estábamos educando entonces hasta ahora?
Un poco bajo las leyes del mercado. Todo el mercado y la sociedad nos lleva a cosas que no son necesarias para nuestros hijos e hijas, y lo que hace el libro es poner en el centro lo que es necesario para el bienestar de todos los miembros de la familia. Por ejemplo, preguntarnos: ¿Los niños tienen que saber de todo y apuntarse a mil extraescolares, o pasar tiempo con los padres? Pues impera lo primero, pero el sentido común dice que lo segundo.
Dice que la ausencia de los progenitores en la crianza provoca mayor dependencia en los hijos, en vez de favorecer su autonomía.
Cuando estamos ausentes hacemos que nuestros hijos sean supervivientes. De lo que hay disponible, cogerán lo que puedan, pero para coger o hacer lo correcto necesitan a alguien que acompañe sus emociones y sus pensamientos. Necesitan a los padres como figura de referencia. La mera presencia crea el vinculo que nos va a dar la seguridad cuando nos alejemos. Si hay ausencia, generaremos dependencia porque el niño o la niña se siente inseguro pensando que tiene que ‘sobrevivir’.
¿Cuál es la edad en la que los niños se encuentran más perdidos, o se sienten más incomprendidos?
La edad en la que sufren más incomprensión por parte de los adultos es la de los dos años, y sobre todo cuando tienen rabietas. Cuando hablo de rabietas las defino, de hecho, como un momento de incomprensión del mundo hacia el niño o del niño hacia el mundo. En este último caso es porque no tiene la capacidad cognitiva para aceptar que las cosas no van a ser como quiere. Pero la realidad es que la mayoría de las veces es el mundo el que no comprende al pequeño. No respetamos su ‘tempo’, les llevamos más rápido de lo que sus ritmos le piden, no tienen sueños regulares, están cansados, les ofrecemos cosas o actividades cuando no corresponde les sobreestimulamos con pantallas… Un ejemplo es cuando un bebé está pasando de mano en mano de un grupo de gente y llora, en ese mismo momento o quizá después. Pues llora porque se ha frustrado con lo que ha vivido.
Cómo respetar ese ‘tempo’ del niño cuando los progenitores tienen que hacer encajes de piezas imposibles para conciliar…
El estrés que vivimos a nivel social lo sufrimos todos: los que tenemos hijos y los que no. Al final, una reflexión que me gusta es que los adultos tenemos la obligación de ponernos límites a nosotros mismos: si tenemos que trabajar, no podemos ver todas las pelis que queremos, o si queremos cuidarnos no podemos comer todo lo que nos apetece. Pues es lo mismo, cuando eres padre o madre tienes que decidir lo que quieres y lo que no quieres.
El sistema nos lo pone difícil y normalmente no nos damos cuenta. Habría que hacer una lista de qué cosas hacemos a lo largo del día y si nos conduce a lo que realmente queremos conseguir. Por ejemplo, para escribir este libro tuve que quitarme tiempo de otras cosas, como por ejemplo ver redes sociales. Cuando tenemos hijos esta distribución del tiempo se complica porque tenemos muchas más demandas por su parte y todos los horarios son más rígidos. .
En el libro dice que cuando llega la paternidad o maternidad «la persona que somos se va diluyendo». ¿Por qué es importante no llegar a permitir que eso ocurra?
Hay una evolución natural cuando eres padre o madre, por una especie de explosión hormonal, que te lleva a un «estado de enamoramiento» durante algunos meses: miras al bebé todo el rato, te fijas incluso en cómo ha movido el dedo meñique o en cómo respira. Y esto, que se junta con que el bebé necesita mucha atención y presencia, hace que a veces nos olvidemos de nosotros mismos por el camino. En algún momento hay que parar a preguntarse: ‘oye, la persona que yo era, que iba al gimnasio, que salía a tomarse algo con amigos, que iba a cenar con su pareja… ¿dónde está? ¿Cuándo es la última vez que habéis ido al cine? Conviene ir haciendo poco a poco tu vida porque de lo contrario no vas a estar bien. La crianza requiere mucho esfuerzo y energía y si no estamos bien nuestros críos tampoco lo van a estar. El otro día mi hijo me dijo que le apetecía estar conmigo esa tarde, pero le dije que no podía porque tenía que leer, que tengo otros intereses y era mi momento. Yo me puse a leer, y él se puso a leer a mi lado. Si ellos reciben el ejemplo de que nos cuidamos, de mayores se cuidarán, si no, no.
Habla a lo largo de las páginas de estar presente en la vida de los hijos, de mostrarse contento, de tener paciencia, de comprenderles… Pero, ¿cuál es la vía de escape cuando ya no podemos más?
Cuando te desbordas lo mejor es irte unos minutos por tu lado, bajar las emociones y volver a la realidad. En algún momento todos y todas sentimos que no podemos más porque la crianza es un momento intenso, pero puede tener sus partes maravillosas o ser un sufrimiento absoluto. Por eso el libro habla de disfrutar, de anticipar lo que va a ocurrir y de tener una actitud de ‘oye, aquí estamos para disfrutar y no para sufrir’, y liberarnos.
¿Qué influencia tienen los juicios externos sobre esa auto-exigencia que nos imponemos y que no nos deja disfrutar? Se ha pasado del ‘qué dirán’ en los corrillos de vecinos al ‘qué dirán’ en los grupos de WhatsApp de padres y otras redes sociales.
Aquí lo que pasa, y lo tenemos que reconocer todos, es que desde el parto, algo tan complejo, y cuando tienes a tu hijo en brazos, sufres un miedo y una inseguridad tremendos y te preguntas: ¿cómo sacamos ahora esto adelante? Te llegan consejos externos que te dicen qué y cómo tienes que hacer las cosas con tus hijos. Lo primero que nos condiciona es nuestra cultura de origen, cómo nos han educado a nosotros. Luego los 200 libros que nos leemos porque tenemos la suerte de tener mucha información. Y por último cómo educan o qué pautas siguen nuestras amistades. Por ejemplo, en un entorno en el que dar el biberón es lo normal, puede sonar raro que tú decidas dar la teta, y viceversa. Te juzgan. Depende mucho de la cultura que rodea a la madre. Sabemos mucho más de lo que sabemos hace veinte años de lo que necesitan los niños y niñas para crecer, ahora el reto es simplificarlo al máximo.
Nos hemos dejado la influencia de la publicidad…
Sí, las necesidades que nos generan a nivel márketing: la bañera no sé qué, el termómetro con luz, la leche en polvo omega 3 con dos mil cereales, y una cama Montessori para fomentar su autonomía. Pero lo que necesitan nuestros hijos, en realidad, es mucho más básico. Sueño regular, alimentación, presencia, espacio para desarrollar su autonomía, límites, y bienestar familiar. Nos estamos metiendo necesidades que no tenemos.
¿Cómo equilibrar nuestra presencia con dejarles libertad para que adquieran autonomía, o el amor incondicional sin caer en el amor ciego?
El amor incondicional es aquel que está ahí independientemente de lo que ocurra, y el ciego es el que no es capaz de distinguir las necesidades de los niños con las suyas propias. Un buen ejercicio es observarlos. Siéntate a su lado y observa, déjales actuar. A veces, por amor ciego no le dejo subir solo un escalón, por si le pasa algo, pero la realidad es que tiene que hacerlo porque tiene que explorar. Si les hacemos nosotros la exploración, ni van a ser autónomos ni van a aprender. Se trata de estar al lado y permitirles desarrollar sus propias capacidades. Nosotros en el aula, por ejemplo, les decimos: aquí tienes tu ropa, cámbiate tú.