Acostúmbrate a las DANA: por qué las lluvias torrenciales serán la norma a partir de ahora
No son fenómenos aislados. Los estudios indican que tendemos hacia periodos de sequía salpicados de episodios de fuertes precipitaciones que pueden provocar inundaciones. El problema: hay que adaptar todas las infraestructuras.
En los últimos días se han multiplicado los fuertes aguaceros y las inundaciones. Los vecinos de Benicàssim (Castellón), Alcanar (Tarragona), varias localidades navarras y Toledo, entre otros lugares, han visto cómo las aguas arrasaban sus calles causando cuantiosos daños. El clima mediterráneo suele dar estos sustos en esta época del año, pero algo está cambiando: demasiados episodios, demasiado intensos y, cada vez con más frecuencia, en zonas poco habituales. ¿Qué está sucediendo?
Aunque los científicos no suelen atribuir hechos puntuales al cambio climático, van acumulando datos y analizando las tendencias. Por eso, cada vez están más seguros de que muchos desastres provocados por fenómenos meteorológicos en los últimos años se salen de la normalidad y de que en un futuro inmediato se mantendrán o irán a peor. El clima es el resultado de procesos físicos y atmosféricos muy complejos y el calentamiento global provoca importantes alteraciones.
“En la zona mediterránea, entraría dentro de la normalidad que se produzcan aguaceros con inundaciones locales en esta época del año, pero no una cantidad de lluvia tan grande como lo que estamos viendo, con más de 200 litros por metro cuadrado en pocas horas”, explica a Teknautas María del Carmen Llasat Botija, catedrática de Física de la Atmósfera de la Universidad de Barcelona. En el caso de otras zonas de España, como el episodio de Toledo, “es una cosa aún más excepcional, muy poco frecuente”, destaca.
Su colega Javier Martín-Vide, catedrático de Geografía Física en la misma universidad, coincide en lo fundamental: “Por una parte, cada caso debe ser estudiado para poder decir si se debe al cambio climático actual o si se trata de un episodio compatible con el periodo anterior. Por otra parte, los estudios nos dicen que el conjunto del planeta está sufriendo más episodios extremos”, añade. Entre ellos, este mismo verano se ha producido el récord de temperatura de Canadá (la localidad de Lytton, en la Columbia Británica, rozó los 50º C) o las inundaciones de Alemania, fenómenos que “es muy probable que sean compatibles con el cambio climático”.
Precisamente, la coincidencia de temperaturas altas y lluvias intensas es lo que sucede habitualmente en el Mediterráneo en los albores del otoño. Las aguas se calientan, alcanzando “temperaturas similares a las que en el Caribe se establecen como umbral a partir del cual aparecen los huracanes, con 27º C o más”, señala el experto. Al mismo tiempo, no es raro que en esta época aparezca una masa de aire frío en altura, lo que se conoce como DANA (depresión aislada en niveles altos), antes llamada ‘gota fría’. El choque con una zona cálida y con abundante vapor de agua es lo que provoca tormentas intensas.
Sin embargo, Martín-Vide y su equipo están observando cambios importantes en la estacionalidad de las lluvias. “En buena parte del interior de España, la época con mayores precipitaciones era la primavera, entre abril y mayo, pero ahora está habiendo más en otoño, igual que en el litoral mediterráneo”, explica. El mar, cada vez más cálido, está ampliando su zona de influencia y este fenómeno probablemente está muy relacionado con la subida generalizada de las temperaturas, con inviernos cortos y veranos que se alargan.
“El cambio climático incrementa los riesgos naturales debido al aumento de la temperatura y de la evaporación. Es decir, que hay una mayor cantidad de agua en la atmósfera que luego puede precipitar”, explica Llasat. Además, acontecimientos como los temporales Gloria (enero 2020), Filomena (enero 2021) o las inundaciones de Alemania (julio 2021) son fenómenos inesperados que se relacionan con esas alteraciones y con otros efectos de la subida de temperaturas, como el deshielo de Groenlandia, que afectan a las corrientes habituales, explica la catedrática.
Una investigación de esta experta de la Universidad de Barcelona, que acaba de publicar la revista ‘Atmospheric Research’, muestra cuál es la tendencia. “Estamos detectando un aumento de las precipitaciones que llamamos convectivas, es decir, lluvias muy intensas que vienen en forma de tormenta y pueden ocasionar inundaciones locales. En la Comunidad Valenciana se ve muy claro y también en parte de Cataluña”, resume. Al mismo tiempo, se aprecia un aumento de periodos secos, por lo tanto, “cuando llueve, llueve más torrencialmente”.
El sexto informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático), que se conoció hace menos de un mes, “afirma explícitamente que el calentamiento actual ya hace más frecuentes y más intensos los fenómenos climáticos extremos, entre ellos, las precipitaciones torrenciales”, recuerda Martín-Vide. El pasado martes, la Organización Meteorológica Mundial (WMO, por sus siglas en inglés) publicó un informe demoledor sobre los desastres naturales que han ocurrido en los últimos 50 años (1970-2019): en este periodo, se notificaron más de 11.000 catástrofes, que se llevaron por delante la vida de más de dos millones de personas. Entre ellos, los peligros meteorológicos, climáticos y relacionados con el agua representaron el 50% de todos los desastres, el 45% de todas las muertes reportadas y el 74% de las pérdidas económicas.
Para el futuro, no se espera que la tendencia vaya a cambiar. “Los modelos climáticos apuntan a un reparto de lluvia más irregular, con una lluvia más compulsiva, concentrada en pocas horas y en pocos días, que va salpicando periodos largos con escasas lluvias, de auténtica sequía”, comenta Martín-Vide. ¿Se puede modificar ese patrón? “La lucha está en conseguir que no siga aumentando la temperatura en el planeta”, recuerda Llasat. Siendo muy optimistas, si a mitad de siglo no hubiese apenas emisiones, se podría esperar que la situación comenzara a revertirse. En cambio, “si mantenemos grandes emisiones de gases de efecto invernadero, la frecuencia de los desastres será cada vez mayor”, con especial incidencia en ciertas zonas del planeta, como el Sudeste Asiático, donde anualmente “ya se producen centenares de muertes por inundaciones”, una situación agravada porque “no tienen herramientas para defenderse”.
Cómo adaptarnos
En nuestro caso, factores económicos y sociales hacen que la situación no sea tan dramática, pero no está exenta de riesgos y, a corto y medio plazo, ante la imposibilidad de revertir el cambio climático, la única solución es adaptarse. “Frente a las inundaciones, tenemos una importante infraestructura, que son los embalses”, señala la investigadora de la Universidad de Barcelona. “Habría que revisar para qué frecuencia de avenidas están construidos algunos de ellos, aunque normalmente tienen unas cotas de seguridad importantes”. La gestión del alcantarillado es otro de los puntos clave. En otros lugares, sería aconsejable la construcción de mejores encauzamientos o diques, pero, en general, “no son grandes infraestructuras”.
Fernando Prieto, director del Observatorio de la Sostenibilidad, también concede importancia al uso de pavimentos drenantes, un factor que “habría sido importante para evitar lo que ha sucedido en Toledo”. En las zonas urbanas donde no existen, todas las aguas tienden a ir hacia los mismos sitios, aumentando las probabilidades de inundación. Asimismo, considera que hay que tener en cuenta las cuencas de los ríos en su conjunto para buscar soluciones basadas en la naturaleza. Por ejemplo, «reforestando las zonas altas, de manera que la vegetación retenga el agua y no llegue de forma tan rápida a las zonas inundables».
En ese sentido, también es fundamental recopilar todos los datos posibles sobre los lugares con más riesgo, tal y como recogía un informe del Observatorio. “Sería importante asignar a cada edificio una probabilidad de inundación”, destaca, “existen los medios tecnológicos, pero en España aún no se ha hecho”. Es decir, que “un alcalde no sabe si su pueblo tiene una zona inundable”, salvo por la memoria que puedan tener los vecinos de episodios pasados.
¿Y si todo falla? Los expertos también hacen hincapié en la importancia del factor humano: una buena alerta puede salvar vidas. A pesar de que no nos enteramos, “donde más llovió este 1 de septiembre fue en los Pirineos”, apunta Llasat, pero al tratarse de zonas deshabitadas no hubo daños. “Nos preocupan los ecosistemas, pero sobre todo el impacto de estas lluvias en la sociedad, así que se necesitaría una mayor inversión en sistemas de observación como los radares meteorológicos y los medios para la predicción”, apunta. Además, los avisos no son solo una cuestión de meteorología y tecnología: “La gente debe saber qué procedimiento tiene que seguir para poder salvar su vida”.
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