El pasado viernes leí en El País digital la columna de Antonio Muñoz Molina que aparecería en la versión física en el Babelia del sábado: Prosa de infamia.

En ella, el ubetense universal daba cuenta de los anónimos recibidos en que se ataca a su esposa y a él mismo por haber firmado un manifiesto en que un grupo de intelectuales pedía el voto para las opciones políticas de izquierdas en las recientes elecciones autonómicas de la comunidad madrileña que tan ampliamente ganó Isabel Díaz Ayuso. Horas después, el diario Público se hacía eco del hecho.

          Como denuncia el columnista, que ya ha recibido amenazas anteriores, el lenguaje del odio está tan extendido en cierto tipo de prensa y en las redes fecales, que los anónimos le resultan a la vez intimidatorios y esperables, dado el deterioro democrático a que nuestra sociedad ha llegado.

          Me resulta curioso que el autor, que desde siempre ha defendido a Salman Rushdie desde que éste se vio amenazado de muerte por la intolerancia del Islam más exaltado, reciba ahora estas intimidaciones, que a mí me preocupan por lo que conllevan: el ascenso de la derecha y la extrema derecha, que tienen un sentido casi patrimonial del poder político, los errores de Sánchez, la demagogia en torno al desvirtuado concepto de libertad durante la pandemia, etc. suponen un toque a rebato, una labor de desgaste del gobierno y la urgencia descarada de hacerse con el poder por los medios que sean, sin descartar los más impresentables. Esta es la situación: la vida parlamentaria convertida en un lavadero público de sainete; el debate público, reducido a las trampas demagógicas de las redes sociales; las urnas y sus resultados, soslayadas, excepto que beneficien a los partidos de derecha, que se sienten los únicos depositarios del poder porque no han sido nunca demócratas. No debemos olvidar al general que propugnaba una bala para cada uno de los 26 millones de hijos de puta, ni los envíos de balas a Marlaska o a Pablo Iglesias durante la campaña de Madrid o de la navaja a Reyes Maroto.

          La historia no es nueva: el poder tiende a ser conservador y ese poder siente un intenso pavor a las ideas que le incomodan, por lo que las persigue de mil formas: censura, quema de libros desafectos (en este mismo blog escribí Biblioclasmos, sobre el tema), destierros y separación de cátedras universitarias (desde Fray Luis de León a Quevedo o Unamuno, Agustín García Calvo y Tierno Galván), la vergonzosa aparición del llamado Índice de Libros Prohibidos… La extrema derecha ya amenazó anónimamente a Buero Vallejo en los primeros tiempos de la transición. Roberto Saviano tuvo que ausentarse de Nápoles tras escribir su novela sobre la camorra, Gomorra. Rushdie, ha vivido escondido demasiados años tras publicar Los versos satánicos. Los humoristas de Charlie Hebdo murieron en un atentado del terrorismo islámico, curiosamente, el mismo día en que se iba a presentar Sumisión, la novela de Michel Houllebeck que daba claves muy realistas sobre la presencia del Islam en Francia… Y qué decir de las purgas a los escritores soviéticos que se desviaban de la ortodoxia estalinista, con Solchenitzyn como paradigma. De la destrucción de libros a la amenaza al autor, la humanidad siempre ha manifestado un miedo absoluto a la circulación libre de ideas, especialmente por parte de los partidarios del poder absoluto y por ello, incuestionable.

Quema de libros llevada a cabo por los nazis (Diario Correo)

          En la España actual hay demasiadas amenazas sobre el mundo de las ideas, una falta absoluta de respeto a las libertades sagradas de pensamiento y expresión, una tácita exigencia de pensamiento único. Me da miedo a lo que puede llegar la prensa: el fantasma de la autocensura planea sobre una sociedad que recicla las lacras más indecentes del franquismo.

          Conozco (diría que bastante bien) la obra periodística de Muñoz Molina. Me llama la atención el hecho de que contra ETA escribió bastantes columnas llenas de valentía, especialmente en los tiempos en que, por vivir en Madrid, hubiera podido ser un objetivo fácil para los gudaris nazis de la causa vasca. Espero que esa valentía no se resienta por las amenazantes cartas anónimas de un descerebrado fascista. Es que el país no está como para acallar a las mentes más lúcidas, entra las que cuento a Elvira y Antonio. Nuestra historia ya está llena de trabas al pensamiento libre como para repetir ese feo vicio nacional de imponer las ideas propias por encima de la lucidez de otras mentes menos obtusas.

          Espero, igualmente, que la policía detenga al payaso que se dedica a menesteres tan nobles y que los jueces, por una vez, sean independientes y sentencien con la lógica de una sociedad plural. También espero que ambos columnistas se sientan respaldados y necesarios: lo son por enriquecernos con cada uno de sus textos.

Alberto Granados

foto: Elvira y Antonio en el acto de ingreso del segundo en la Academia de Buenas Letras de Granada. El Mundo, 24/09/2017

El miedo a las ideas

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