Es muy frecuente observar faltas de ortografía en señales, rótulos, carteles o paneles situados en la vía pública o en cualquier local para anunciar algo, incluso en medios de comunicación. El lenguaje es patrimonio del pueblo español y, por ello, debemos señalar, para que lo corrijan, todo aquello que esté mal escrito.

 Los letreros son una fuente de errores ortográficos que nos avergüenzan con solo mirarlos, y no solo en las carreteras, sino también en los rótulos de los medios de comunicación y en los carteles de fincas y empresas privadas. Me permito añadir unos cuantos. Una proclama en la puerta de un bar anuncia: “Servicio y giénico”. Otro aviso, a la entrada de una finca, indica: “Se proive tirar vasura”. Una tercera expresión, escrita en una hoja de cuaderno pegada a un surtidor de una gasolinera, dice: “Fuera de servisio”.

Todas estas agresiones al lenguaje se podrían evitar tan solo preguntando, antes de escribirlas, a cualquier persona instruida. Y pienso que, en cualquier ámbito, siempre habrá alguna de ellas que podrá ayudarnos. Tenemos una memoria visual que almacena las palabras leídas y, posteriormente, las recupera cuando las necesitamos, por ello es tan importante escribirlas bien. Las palabras son los ladrillos del lenguaje. Bien colocados y ordenados construyen la frase, pero si tienen faltas o defectos pueden hacerla caer. Es lo que le ocurre a las palabras con faltas de ortografía.

Y es que la expresión correcta de una oración y su escritura sin faltas de ortografía van unidas. Y hemos de darle la importancia que merecen. No sé si les ha pasado alguna vez, a mí, como docente, me pasaba con alguna frecuencia. Corrigiendo exámenes, llegaba un momento en que había leído tantas veces una palabra mal escrita, que ya dudaba si se escribía así o no. Más que aprendiendo reglas ortográficas, que siempre vienen bien, se escribe sin faltas de ortografía leyendo mucho en obras correctamente compuestas. Teniendo en cuenta que, según el Centro de Investigaciones Sociológicas, uno de cada tres españoles no lee nunca o casi nunca, el panorama es desolador. Si con lo único que aprenden estas personas es con las frases escritas en los letreros, podemos hacernos una idea de cómo será su escritura. Una queja constante de los maestros en los colegios es que los niños no saben leer ni escribir. Ello condiciona todo el aprendizaje posterior. Pues empecemos por ahí. En mi opinión, si no queremos una sociedad de iletrados, los niños deberían dedicar, diariamente, por lo menos dos horas a esta tarea.  

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