Daniel Morales Escobar: «Viaje a la Prehistoria granadina»
Desde hace años siempre que explico a mis alumnos algún momento de la Historia, sea próximo o lejano en el tiempo, procuro aludir a lo que en nuestra tierra supuso o quedó de ese momento.
Por eso, incluso cuando en clase nos transportamos a la Prehistoria, intento hacerlo recalando en nuestros yacimientos arqueológicos, en los propios restos materiales de aquella lejana época que nos ofrecen y en nuestros monumentos prehistóricos, que los tenemos —y muy valiosos— como son los dólmenes de Montefrío, que vi por primera vez cuando uno de los profesores de Prehistoria de la Universidad organizó para sus jóvenes aprendices, entre los que me encontraba, una visita a los mismos, donde asimilamos inmediatamente qué fue el megalitismo.
Y entre los mejores lugares prehistóricos de nuestra tierra está, en Galera, al norte de nuestra provincia, el yacimiento del Castellón Alto, que en el año 2005 recibió el Premio Nacional de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Es un sitio espectacular del que tengo las suficientes imágenes, tomadas por mí en el 2008, como para hacer de una clase sobre el tema un rato muy interesante para mis alumnos, a los que siempre he recomendado ¡cómo no! hacer la visita.
Pues bien, en los meses recientes han sido varias las noticias que he leído en la prensa alertando sobre un futuro precario para este enclave arqueológico. La última, el pasado día 11 en Granada Hoy, titulada “Galera busca apoyos para mantener abiertos los yacimientos de Castellón Alto y Tútugi en 2022” (También en Europa Press, El independiente de Granada, Ahora Granada,…).
Según parece, si el yacimiento está actualmente abierto al público durante varios días a la semana es gracias a los fondos del Ayuntamiento de Galera; pero ahora se intenta conseguir que para el próximo año la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía arrime nuevamente el hombro para hacer frente al mantenimiento económico de este lugar y al coste de su apertura al visitante.
No obstante, en este artículo no pretendo entrar en el espinoso tema de a quién corresponde el gasto. Ni si lleva razón el Ayuntamiento o la Consejería. Para mí, se trata de garantizar la investigación y la conservación, a la vez que el aprovechamiento educativo, cultural y turístico, de un tesoro de nuestro patrimonio histórico —el de todos los granadinos, andaluces y españoles, así como de cualquiera que, sea de donde sea, lo valore como tal—. Y me da igual, puesto que no entiendo, a qué institución le toca poner el dinero; el caso es que se ponga y se asegure su buen uso y el del yacimiento.
Porque el Castellón Alto nos enseña, mejor que cualquier libro o documental, cómo podía ser la vida de una pequeña comunidad agropecuaria durante el segundo milenio antes de Cristo; más concretamente, entre el 1900 y el 1600 a. C., cuando a nuestra península todavía no había llegado —y faltaba bastante— el gran invento de la escritura, aunque ya sí dispusieran de él en lugares lejanos como Egipto y Oriente Medio.
Lo primero que llama la atención es la ubicación del poblado, en lo más alto de una colina escarpada, como tantos y tantos castillos posteriores que buscaban el lugar más fácilmente defendible. En esa cima, aprovechando distintas terrazas del terreno, construyeron sus cabañas e, incluso, dispusieron unas estrechas calles protegidas por un muro en su lado exterior. Pero no solo eso: en la zona más elevada fueron capaces de hacer una cisterna para almacenar el agua de lluvia. Y junto a las viviendas o dentro de ellas estaban los espacios funerarios, covachas donde sus habitantes eran enterrados individualmente en la mayoría de los casos, con un ajuar compuesto por unos pocos instrumentos y armas, vasijas de barro donde se habrían depositado alimentos y abalorios de cobre o plata. No obstante, hay también sepulturas dobles y otras de más individuos, adultos de ambos sexos y niños, lo que lleva a pensar que fueran enterramientos familiares.
Precisamente este es el rasgo más característico de la que se ha llamado Cultura de El Argar, a la que respondería el Castellón Alto: la “convivencia” entre los vivos y los muertos, que ¡algo insólito! ocupan el mismo espacio. Si tenemos en cuenta el citado ajuar y que a los difuntos se les dispone siempre en la llamada posición fetal, tenemos todos los ingredientes necesarios para intuir también unas creencias funerarias propias.
En cambio, las tierras de labor estarían bajo la colina, junto al río Galera, que pasa bordeándola. En sus orillas se cultivarían los cereales y las legumbres que serían la base de su alimentación, como indican los molinos de piedra encontrados en las viviendas (imagen de portada).
Todo esto, y mucho más, se aprende (y se comprende) allí mismo; haciendo el viaje, en el espacio y en el tiempo, a ese rincón de hace casi cuatro mil años. ¿Y no hay dinero en la Junta o en el Ayuntamiento para mantenerlo abierto? Desde luego, cerrarlo sería un gran fracaso imputable a ambos. Luchemos para que no ocurra, porque todos tenemos derecho a ese viaje a nuestra propia Prehistoria.
Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)