22 noviembre 2024

¿Quién ha de liderar los cambios que impone la crisis climática?

El cambio climático quizás sea actualmente la amenaza más importante para la humanidad. Sin embargo, hay muchos ciudadanos que seguramente no estén familiarizados con cuestiones que a los académicos podrían parecernos básicas sobre este fenómeno y la transición necesaria para mitigarlo

. Esta fue una de las cuestiones planteadas durante la escuela de verano del BC3 (el Centro Vasco para el Cambio Climático, o Basque Centre for Climate Change), celebrada a principios de septiembre.

Los participantes –una mezcla de politólogos, abogados, economistas, políticos, ambientalistas y representantes de la industria– se encargaron de desgranar distintos aspectos ligados a la pregunta de si el Pacto Verde europeo sería un punto de inflexión frente a la crisis climática.

Tecnologías de secuestro de carbono

Una de las primeras cuestiones planteadas fue sobre las tecnologías de secuestro y captura de carbono, que van desde las plantaciones de árboles de crecimiento rápido hasta las tecnologías de captura de CO₂ atmosférico.

 
Se plantearon las dudas existentes sobre la aportación de estas herramientas a la descarbonización tal como está recogida en los escenarios del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) y sobre los posibles efectos colaterales para la biodiversidad y la destrucción de ecosistemas.
 

Poco después, uno de los ponentes se refería a la inclusión de estas tecnologías en los escenarios del IPCC como “pensamiento mágico”. Parecía estar claro que se tiende a sobrestimar su potencial. ¿Peca entonces el IPCC (y toda la literatura de la que éste bebe) de tecnoptimista?

Cambio en el modelo de transporte

Más adelante se abrió el melón del decrecimiento. Uno de los ponentes recordó que la primera de las opciones de descarbonización que había mostrado en su presentación para cada uno de los sectores (edificios, transporte, industria y agricultura) era reducir la demanda, y aseveró que “algo tenemos que hacer con el consumismo”.

En el caso del transporte, en lugar de sustituir cada coche de combustión por uno eléctrico, habría que replantearse, primero, cómo reducir las necesidades de movilidad (por ejemplo, con planificación urbana). Y segundo, cómo atender las restantes con alternativas limpias sin menoscabar la autonomía de los usuarios (por ejemplo, promoviendo la racionalización del uso de los vehículos y la movilidad activa, o haciendo un mayor uso de la red electrificada de trenes para el transporte de mercancías.

Todo esto podría favorecer a la economía local (comercio de proximidad). Entre otras cosas, se podría restringir la circulación de coches privados en ciudades al tiempo que se ponen en funcionamiento servicios de transporte público gratuitos o con una tarifa plana.

Con un buen funcionamiento de la red de cercanías, el uso del coche se podría restringir a zonas peor conectadas, haciendo más atractiva la opción del alquiler frente a la compra. Esto reduciría considerablemente el número de coches necesarios para que todos nos movamos, y con ello su inmensa huella ecológica y los problemas por la escasez de materias primas para producirlos.

Con un nuevo paradigma de pago por uso se generan nuevas oportunidades de negocio que la industria del automóvil podría aprovechar. Además, esta filosofía del pago por servicios puede de por sí cambiar la forma en que se diseñan los productos, haciéndolos más duraderos y fáciles de reparar, promoviendo así la economía circular y desincentivando la obsolescencia programada o la destrucción de productos nuevos no vendidos.

Concienciación para modificar comportamientos

Respecto al tema del papel de la sociedad civil, hubo un mantra que se repitió varias veces a lo largo del curso: hace falta concienciación de la ciudadanía, hace falta una rebelión cívica. De lo que no se habló fue sobre quién tendría la responsabilidad de hacer ese trabajo de pedagogía hacia la sociedad. Otro mantra que se repitió varias veces fue: cambiar los comportamientos de la población es muy difícil.

Pero, ¿de verdad es así? Hace décadas alguien se preguntó cómo convencer a la gente para que comprara su producto y así nació la publicidad. Nuestros hábitos han cambiado mucho en los últimos años: el móvil, internet, los vuelos en avión, los alimentos ultraprocesados, la mascarilla, etc. Detrás de este cambio de hábitos está el bombardeo publicitario, cada vez más ingenioso, en el que las compañías invierten millones esperando un retorno aún mayor.

Así que parece que cambiar el comportamiento de las personas es factible. Eso sí, hace falta dinero. Pero ¿quién va a invertir en campañas publicitarias que inciten el cambio drástico de comportamientos que está pidiendo la comunidad científica para evitar el desastre?

Podría plantearse la necesidad de campañas públicas como las de la DGT, o mensajes como los de las cajetillas de tabaco cada vez que repostemos en una gasolinera, o compremos un billete de avión (“Quemar combustibles fósiles mata”, ¿se imaginan?). Ya existen iniciativas para prohibir los anuncios de combustibles fósiles.

Esta concienciación es crítica para que ciertas políticas impopulares pero imprescindibles (como la imposición ambiental o el principio del que contamina, paga) no tengan una contestación social tal que quite del poder a gobiernos que quieren actuar y ponga en su lugar a otros gobiernos que hacen oídos sordos a la ciencia.

El papel de los políticos

La intervención de otro de los ponentes tuvo que ver con la dimensión política. Reconoció que el cambio climático es un problema que lleva encima de la mesa décadas, pero como algo secundario. Explicó que hay dos “mesas”: la grande, donde se toman las decisiones importantes, es la mesa de la agenda económica.

La agenda climática está en la mesa pequeña, siempre supeditada a las condiciones que marca la primera. Según parece, los mensajes de “emergencia”, “código rojo” y “el mundo debe despertar” están condenados al fracaso hasta que no se altere el orden de prioridades en las “mesas” donde se gobierna o la mayoría de la sociedad reaccione por su cuenta.

Otro problema que se apuntó es el hecho de que las elecciones sean cada cuatro años. Si bien esto puede ser muy sano para la democracia, no ayuda a afrontar un problema a largo plazo como el cambio climático. Algún ponente sugirió que se debería de abordar este tema con un pacto de Estado, para evitar que se den pasos atrás que no nos podemos permitir.

No obstante, se habló de un caso de éxito liderado por el actual Gobierno de España: el de las mesas de diálogo para la transición justa de las zonas mineras. Este modus operandi se presenta como la manera de gestionar los conflictos que la transición ecológica puede generar en algunos sectores concretos, como el del automóvil, toda su cadena de valor y servicios asociados. Muchos en la sala creían en este enfoque basado más en innovación social que tecnológica.

En concreto, una ponente habló de la necesidad de cocrear las soluciones de transición, lo que significa que se involucre a todo el mundo y se siga un proceso deliberativo (como también se explica aquí). Otro ejemplo de cocreación serían las asambleas ciudadanas. Algunos recordaban que, también en el caso de la covid-19, el papel de la innovación social ha sido clave, siendo lo que ha permitido mantener abiertas las escuelas y recuperar otras muchas actividades hasta que la ciencia y la tecnología “nos han salvado” con las vacunas.

Finalmente, uno de los presentes nos señaló que serían los jóvenes de la sala (y todos los que vienen detrás) los que sufrirán el cambio climático en plena madurez de su vida, recordándonos que esto no es algo que vaya a suceder a final de siglo, sino de aquí a unos 30 años.

Este mismo ponente habló de cómo el cambio climático podrá ocasionar estados fallidos, de cómo uno de los detonantes de la guerra de Siria fue una sequía que llevó a miles de personas del campo a la ciudad. Parece que no serán sólo los fenómenos extremos o la sequía los que matarán a miles o millones si el cambio climático no se frena a tiempo, sino probablemente también la guerra.

Ya hace más de 10 años desde la primera escuela de verano organizada por el BC3, en su compromiso por difundir su conocimiento entre la sociedad. Hemos asistido a unos cuantos y siempre aprendemos y nos deprimimos a partes iguales. Ojalá la tortilla dé la vuelta y en próximas ediciones las ponencias nos den esperanzadoras noticias sobre los logros conseguidos colectivamente.

The Conversation