EL CONCURSO DE CANTE JONDO DE 1922: «JAYULLADAS, CARACOLADAS Y PIPIRRANAS»
Las fechas previas al Concurso de Cante Jondo se consumían entre fiestas flamencas (caracolas en las Chirimías; gazpachadas en los días más tórridos y jayulladas (de hallulla, término albaicinero adaptado por la Academia de la Lengua que alude a un “pan que se cuece en rescoldos, en ladrillos o piedras muy calientes). Manuel Ángeles Ortiz recuerda, en los días previos al certamen, una jayullada en el Bar El Tres y Medio, en el Albaicín, con La Niña de los Peines, Antonio Chacón, La Malena, La Macarrona, Manuel Torre y los organizadores, entre ellos Federico García Lorca, que acabó de madrugada en la Plaza de San Nicolás, el escenario fallido del concurso. El propio Ángeles se encargó de dibujar los figurines diseñados por Zuloaga. Mientras, se sucedían las pruebas selectivas de los concursantes en la Casa de Castril.
El Carmen de los Mártires, el entonces museo de antigüedades Meersmans, fue finalmente el escenario elegido para colgar la exposición de Zuloaga. El pintor vasco llegó en tren el 30 de mayo. Tras visitar la Plaza de San Nicolás, y a la vista de la expectación levantada, decidieron trasladar el concurso a la Plaza de los Aljibes de la Alhambra.
El 7 de junio se organizó una velada en el teatrillo del Hotel Alhambra Palace que ha pasado a la historia: El vicepresidente del Centro Artístico, Antonio Gallego Burín, leyó un extracto del trabajo de Manuel de Falla sobre el cante jondo; el guitarrista Manuel Jofré tocó una petenera y una seguiriya y Lorca leyó por primera vez un adelanto del Poema del cante jondo, que no se publicaría hasta 1931, que incluyó la Baladilla de los tres ríos. El acto lo abrochó Andrés Segovia, que compareció con su maestro, el guitarrero Porcel, Niño de Baza, con unas soleares. El Defensor tituló que la tarde en realidad fue de Federico: “Granada cuenta con un poeta. Este chico, soñador y enamorado de lo bello y lo sublime, mañana será un poeta”.
Isabel García Lorca, que entonces contaba once años y asistió a una de las audiciones en la Casa de los Tiros en la que actuó Manolo Caracol, recuerda que Federico repetía una y otra vez esta letra: “No quiero comer contigo / gallinas ni pavos reales; / quiero comerme unas sopas / con persona que me iguale”.
Granada se preparaba para los dos días grandes. Los organizadores, que por fin habían encontrado en un catálogo la silla adecuada, recomendaron a las mujeres llevar “el maravilloso traje romántico de los años 1830 y 1840”, como los figurines de Mariana Pineda o Doña Rosita la soltera, el poema “granadino del novecientos” que Lorca escribiría en 1935, y a los hombres sombrero andaluz con el apercibimiento de que estaban prohibidos los sombreros de copa y los trajes de etiqueta.
Zuloaga empezó a decorar la plaza a última hora el 12 de junio con colgaduras “luminosas y coloristas, cobres y mantones”, y a disponer la iluminación que debía dar la impresión al espectador de un “incendio en la Alhambra”.
Descartados Stravinski y Ravel, que pese a la insistencia de Falla no fueron invitados por falta de presupuesto municipal, la lista de asistentes e invitados procedentes de medio mundo fue extraordinaria. Eduardo Molina Fajardo la resume: Ursula Greville, cantante inglesa; el director de la Schola Cantorum de Nueva York, Kurt Schindler; de Londres procedía el director de la revista Fanfare, Leigh Hennry; dos viejos conocidos de Falla, Maurice Legendre y el crítico de The Times John B. Trend; los duques de Alba; los escritores Ramón Gómez de la Serna, Edgar Neville y Ramón Pérez de Ayala; los músicos Fernández-Arbós y Óscar Esplá, más cantaores viejos y jóvenes, guitarristas, bailaoras, periodistas y, desde luego, aficionados, unos cabales y otros bisoños. También estaba listo el jurado: Antonio Chacón y Andrés Segovia; Antonio Ortega y Gallego Burín (Centro Artístico), Amalio Cuenca, Gregorio Abril y José López Ruiz.
El sector agorero, por su lado, cuando comprendió que el concurso era imparable, apuntó un deseo: ¡Que se hunda la Plaza de los Aljibes! Y el periodista Valladar apostilló: “Los tablados vuelven a levantarse para servir de patíbulo o trono a un cantaor”.