7 frases que deberíamos dejar de decir a los niños
20 noviembre 2021Hay un montón de decisiones sobre la vida y la educación de los niños a las que damos enorme importancia. Cuál es el mejor colegio, qué pueden y qué no pueden ver en la tele, a qué actividades extraescolares deben asistir… Sin embargo, hay cosas al menos igual de importantes que no sometemos a ese nivel de reflexión. Entre esas cosas están las palabras que utilizamos para dirigirnos a ellos. Quizá tengamos clara nuestra intención al hablarles, la idea que queremos transmitirles, pero no solemos analizar los términos que elegimos para llegar a ese fin. A menudo repetimos fórmulas que nuestros propios padres emplearon con nosotros, sin pensar demasiado en lo que un niño puede entender al escucharlas.
No es cuestión de pasotismo, sino de costumbre. Son frases que tenemos completamente normalizadas e interiorizadas. A veces hasta tal punto que nos resulta casi imposible eliminarlas de nuestro vocabulario. Pero vale la pena prestar atención, pararnos a examinar nuestro discurso y hacer un esfuerzo sincero por llevar a cabo los cambios oportunos. En el curso «Crianza respetuosa en la primera infancia», la psicóloga Soraya Sánchez nos ofrece ejemplos de frases muy comunes que convendría evitar. Aquí tienes algunas de ellas.
1. «Deja, que ya lo hago yo»
Son las 8 de la mañana, tu hija de 5 años está calzándose y no termina de encajar el pie en el zapato. El tiempo apremia, sabes que habrá tráfico camino a la escuela y no quieres llegar tarde al trabajo. La solución más rápida y aparentemente eficaz es coger el zapato con tus propias manos e introducir en él el piececito de la niña. No hay que dar más importancia de la que tiene a hacerlo por ella, siendo una excepción; pero probablemente deberías buscar otras palabras. Porque con esta frase le estarás diciendo que no es capaz, que prefieres hacerlo tú porque no confías en que lo consiga.
Alternativa: «¿Necesitas ayuda?»
2. «No ha sido nada»
Imagina que estás caminando por la calle con tu pareja. De repente, tropieza con un adoquín y cae al suelo. ¿Se te pasaría por la cabeza soltarle que «no ha sido nada»? Seguro que no. Entonces, ¿por qué solemos hacerlo con los niños? Normalmente, porque somos nosotros los que nos ponemos nerviosos y necesitamos pensar que «no ha sido nada». Por motivos similares recurrimos al «no llores» y construcciones parecidas. «El llanto es una expresión necesaria en los niños, sea para transmitirnos algo o simplemente para desahogarse», explica Soraya Sánchez.
Alternativa: «¿Estás bien?» / «¿Te ha dolido mucho?»
3. «Mira cómo lo hace tu hermano. ¿Es que no puedes hacerlo igual de bien?»
Ni tú ni yo lo hacemos todo bien. Nadie lo hace. Sin embargo, los adultos no solemos vernos sometidos a comparaciones tan crudas y directas. Además, el mensaje es peligroso tanto para el que presuntamente lo hace bien como para el otro. «No beneficia ni motiva al niño que se supone que lo hace peor, ni al que lo hace bien. A este último estaremos otorgándole un estatus que puede hacerle pensar que es superior de alguna manera», apunta Soraya.
Alternativa: «Estoy segura de que puedes intentar hacerlo mejor»
4. «Si vuelves a hacer eso, jamás volveremos a…»
Nos referimos aquí a las amenazas desproporcionadas, a aquellas que intentan deliberadamente infundir miedo. Pensamos que diciendo a los niños que les quitaremos algo que adoran obedecerán nuestras órdenes. El problema es que normalmente es mentira, porque no cumplimos la amenaza. «Esto no favorece el apego seguro, porque no hay consistencia y no se aporta seguridad a los niños», advierte Sánchez. Les estaremos enseñando que lo que decimos no importa, porque tal vez hagamos otra cosa. Pero cumplir la amenaza puede ser incluso peor. No vale la pena hacer algo ‘terrible’ sólo por ser coherente. Las promesas que no sabemos si podremos cumplir funcionan de la misma forma: son mensajes vacíos o semivacíos.
Alternativa: busquemos maneras de comunicarnos que no comprometan nuestros actos posteriores.
5. «¡Porque lo digo yo!»
Todo un clásico. Es un comodín verdaderamente útil. Nos evita argumentar, negociar y debatir… pero como es obvio, no resulta muy enriquecedor. Por un lado, no es justo que siempre sea el adulto el que decide lo que se debe hacer, de forma unilateral. Por otra parte, genera muchísima rabia y tensión, sin favorecer el aprendizaje. Si nos comunicamos con un adulto al que apreciamos y respetamos, nunca emplearíamos esta expresión; ni otras similares al estilo de «¡que te calles!». Podemos evitarlas también con niños y niñas.
Alternativa: «Ya te he explicado por qué creo que es importante hacerlo de este modo»
6. «Pero, ¿cómo puede darte miedo eso?»
Por lo general, al recurrir a esta frase pretendemos ayudarles a ser y sentirse más fuertes. Pero el miedo es irracional; y como explica Soraya Sánchez, «las fortalezas no se consiguen así». En el curso «Miedo en la infancia», Blanca Torres nos ayuda a entender los miedos de los niños y nos muestra un montón de herramientas para estar junto a ellos mientras tratan de superarlos. Es muy importante comprender los motivos por los que no debemos decir «no tengas miedo» a un niño.
Alternativa: «¿Quieres explicarme cómo te sientes?»
7. «No le hagas caso, ese niño es tonto»
El objetivo aquí es proteger a tu hijo, que quizá ha tenido un problema con otro niño. Incluso es posible que hayas sido testigo y tengas claro que tu hijo no tiene ninguna culpa. A pesar de todo, usando estas palabras estarás diciéndole que está bien juzgar a otros cuando no nos gusta cómo se comportan. No es necesario llegar a este punto para ofrecer consuelo o para aconsejarle que ignore a quien le molesta.
Alternativa: «Si no te ha sentado bien lo que te ha dicho, quizá sea mejor que no le hagas caso»
POR
TOMÁS MAGAÑA
FOTO BLOG DE AVERROES