21 noviembre 2024

Me he puesto mi anillo de boda para escribir este artículo.

Siento ahora su policía dorada bajo los ojos, mientras los dedos se mueven por las teclas del ordenador. No es que me controle de forma autoritaria. La policía tiene que ver, según la etimología y el diccionario, con el buen orden, la limpieza en el trato, el aseo, la cortesía, la buena crianza y la urbanidad, valores con los que merece la pena escribir y vivir.

Yo me quito con frecuencia el anillo, lo guardo en el cajón de la mesa de noche. Cuando sale el asunto en las conversaciones con mi mujer, suelo decir que no estoy acostumbrado a llevar sortijas en las manos, porque soy poco esteticista y tradicional. Pero ella me dice que en realidad he ido engordando más de la cuenta, tengo hinchados los dedos, y un recuerdo de hace 25 años me queda ahora demasiado incómodo.

Ella no se ha quitado nunca el anillo, pero se lo cambia de dedo con mucha frecuencia. Es una estrategia para recordar las cosas. Cada vez que tiene algo que hacer, comprar algo, llamar a alguien, enviar un artículo, cumplir un encargo de alguno de nuestros hijos, se cambia de dedo el anillo a modo de recordatorio. Un anillo apegado a la verdad de la vida.

Cuando decidimos casarnos, llevábamos ya mucho tiempo viviendo juntos, sin más alianzas que las del amor. Así que el anillo fue más una complicidad de amor que un signo de estar encadenados o poseídos por una ley ajena a nosotros. El amor siente una autoridad fuerte, profunda, que tiene poco que ver con el autoritarismo. Es la autoridad de la vida en común, de la lealtad y los vínculos entre personas, de la vulnerabilidad y las ilusiones compartidas, del respeto a la libertad ajena y propia. Nada que ver con el autoritarismo del que ejerce la fuerza contra el otro confundiendo el orden con una jerarquía de dominio y obediencia ciega.

Durante un tiempo fue tema literario el amor arrebatado como pasión incontrolable. Las locuras poéticas fueron utilizadas por la mentalidad machista para justificar violencias y crímenes mal llamados de amor. Más que locuras de amor, se trataba de una locura antisocial y antiamorosa que tenía que ver con la soberbia, la prepotencia y la impunidad.

Prefiero otras miradas literarias que han identificado, en el teatro, la novela y la poesía, los anillos de boda con el contrato social y la suerte de una relación íntima para vivir en común con el pacto de intereses privados y públicos para fundar la felicidad pública. Las consideraciones de Moratín y Galdós, o de Diderot y Jovellanos, supieron pronto distinguir el matrimonio irracional como sacramento perpetuo de otro tipo de nuevas alianzas: un pacto libre y de mutuo acuerdo para acordar una comunidad. Desde hace años, en una sociedad acostumbrada al machismo, la literatura ha querido meditar sobre el significado del sí de las niñas y de los problemas de educación que sustentan las mentiras y las injusticias.

Ella no se ha quitado nunca el anillo, pero se lo cambia de dedo con mucha frecuencia. Es una estrategia para recordar las cosas. Cada vez que tiene algo que hacer, llamar a alguien… se cambia de dedo el anillo. Un anillo apegado a la verdad de la vida.

Por eso la policía del amor y la policía social deben relacionarse con el buen gobierno y la limpieza, no con la agresividad y la represión. Resulta difícil entender una sociedad que confunda los derechos cívicos con el vandalismo y la ciudadanía con la delincuencia. Que haya vándalos no supone adoptar el vandalismo social como respuesta. Resulta difícil asumir que haya representantes políticos que quieran una policía sin controles que detecten posibles abusos o errores.

Ser policía es una profesión tan respetable como la de los que se dedican a la enseñanza o la medicina. Resulta difícil pensar en una ley mordaza, respaldada fuera de los peores gremialismos, para ocultar un error médico o un acoso en las aulas. Intentar hacer incompatibles la dignidad policial con la vigilancia ética o el orden con los derechos es un verdadero atentado contra las alianzas democráticas. Y una falta de respeto político a la policía.

La oposición debe medir sus acciones tanto como el Gobierno. Confundir una reivindicación salarial justa para las fuerzas de seguridad con la mordaza y la impunidad ética es un paso muy grave hacia el Estado totalitario. A la sociedad le puede pasar como a esas parejas sin amor para las que los anillos de boda sólo esconden el aburrimiento, el desprecio, la falta de respeto, el miedo y la renuncia a la felicidad. Quien ha tenido la suerte, la imborrable suerte, de vivir el buen amor no puede aceptar ni comprender ese tipo de confusiones.

LUIS GARCIA MONTERO