5 diciembre 2024

Tranvía de la Sierra: el sueño de un duque que se hizo realidad

Rodeados de castaños y con el runrún del Genil de fondo, recorremos el antiguo trazado de aquel tranvía que conectó, una vez, Granada con el corazón de Sierra Nevada.

Si uno hace el esfuerzo, si aprieta muy fuerte los ojos y se concentra en escuchar, quizás oiga aún aquel traqueteo inconfundible que advertía, ya desde lejos, de la llegada del Tranvía de la Sierra a cada estación. Su eco aún retumba en las paredes de esos oscuros y profundos túneles que debía atravesar hasta alcanzar su meta: el Barranco de San Juan, la última de las paradas, se hallaba en el corazón mismo de Sierra Nevada.

De aquel hito histórico poco queda en el presente: ya casi no se encuentran raíles ni catenarias, tampoco vagones ni viajeros, pero sí permanece para el recuerdo un trayecto de un puñado de kilómetros que respeta parte del trazado original. 

 

Partiendo de la localidad serrana de Güéjar Sierra, y hasta alcanzar el apeadero que indicaba el final de la ruta, se extiende la Vía Verde del Tranvía de la Sierra, por la que cada día pasean excursionistas y aficionados al senderismo conscientes de que el recorrido que hacen es un pedacito de historia. Una historia que comenzó mucho tiempo atrás.

¿EL ORIGEN? TE LO CONTAMOS

Cuentan que aquel tranvía no fue, sin embargo, el primer intento de conectar Granada con Sierra Nevada por raíles, pero el reto había supuesto siempre una obra de ingeniería de tal envergadura, que las ideas solo quedaron en papeles: nunca prosperaron. No contaban, claro, con la astucia –y sobre todo, el empeño– de un personaje que cambiaría para siempre la historia de la ciudad. Julio Quesada-Cañaveral y Piédrola, nombrado por Alfonso XIII duque de San Pedro de Galatino, sería el visionario que al fin lograría la gesta.

 

Hablamos de comienzos del siglo XX, una época en la que el duque buscaba crear una Sierra Nevada que se asemejara más a los Alpes suizos que a las montañas castizas y cubiertas de blanco del sur andaluz. 

Parque Nacional de Sierra Nevada Granada

Parque Nacional de Sierra Nevada.

Getty Images

Para empezar, puso en pie uno de los referentes hoteleros de la ciudad en la época, el Alhambra Palace, con la intención de atraer al turismo más elitista. Adelantado a su tiempo, y pionero de la industria azucarera en España, aprovechó sus riquezas –se dice que llegó incluso a acuñar monedas con su cara– para abrir, tiempo más tarde, la primera instalación turística de Sierra Nevada, el Hotel del Duque. El tranvía serviría para unir ambos alojamientos de manera directa.

Pocos apostaban por que aquel sueño se hiciera realidad y, sin embargo, se consiguió: con una obra sin precedentes, se salvaron desfiladeros y cortados, montañas y ríos, y se logró hacer frente a la dura orografía de la zona. Para ello se construyeron hasta 14 túneles y 21 puentes, de manera que el 21 de febrero de 1925 se inauguraba el Tranvía de la Sierra con toda la pompa imaginable presente. Ni el rey Alfonso XIII ni Manuel Azaña quisieron perderse el momento.

Vistas desde el Alhambra Palace.

Vistas desde el Alhambra Palace.

Alhambra Palace

PASADO Y PRESENTE EN UNA RUTA

Durante los 19 kilómetros de trayecto que recorrían aquellos coquetos vagones con asientos en madera de castaño, se servía té e infusiones y algunos pastelillos finos como los piononos. Cuatro pesetas costaba el viaje por pasajero, aunque con el tiempo, aquellos vagones pasaron a transportar también mercancías: por ejemplo, la calcopirita de cobre y el mármol de serpentina extraídos de las minas de Sierra Nevada.

Los viajeros que se dirigían al Hotel del Duque –hoy transformado en Seminario Diocesano– eran recogidos en la estación de Maitena en carruajes tirados por caballos, en los que realizaban la última parte del recorrido. Fueron en total 50 años de un proyecto que jamás fue rentable pero que, sin embargo, se mantuvo vivo hasta que no dio más de sí: en 1975 realizó el que fue su último viaje. Los más románticos aún recuerdan con nostalgia aquel recorrido.

Güjar Sierra.

Güéjar Sierra.

Alamy

Animarse a realizar a pie esos últimos kilómetros convertidos en sendero implica, indiscutiblemente, acercarse hasta Güéjar Sierra, desde donde parte la ruta. No estará de más aprovechar para empaparse del aire serrano de la localidad, en la que entre cuestas empedradas y enrevesados callejones repletos de portales –los tradicionales tinaos de la Alpujarra–, se respira el aire puro de Sierra Nevada: ese que en verano limpia; ese que en invierno corta la respiración.

Flores y plantas adornan las entradas a las casas, aquellas donde en el pasado solía aprovecharse para quitarle los arreos al burro. En la Plaza Mayor se concentra gran parte de la vidilla local: el ayuntamiento, la iglesia, y un buen puñado de bares, reúnen a los vecinos cada día. En cualquiera de las numerosas fuentes de Güéjar Sierra –las hay repartidas por todo el pueblo– habrá que rellenar la botella de turno que llevar de excursión: el agua de manantial, dicen, ha hecho que algunos vecinos hayan alcanzado los 103 años de edad. Por probar no perdemos nada.

La Alpujarra.

Miguel Carrizo

MOMENTO DE PONERSE EN MARCHA

A partir de aquí, toca bajar. El objetivo es alcanzar la ribera de ese Genil que discurre montaña abajo con las frías aguas del deshielo, pero para recorrerlas a la inversa: hacia su origen. Un recorrido que se realiza al abrigo de bosques de castaños que en otoño explotan en colores ocres y anaranjados, amarillos y marrones, regalando la estampa idónea para el paseo. No es de extrañar que muchos hayan descrito la ruta del antiguo tranvía como una de las más hermosas de Andalucía. Ahora, toca disfrutarla a pie.

Pronto aparecen los restos de La Fabriquilla, la antigua central hidroeléctrica que un día abasteció de energía a la locomotora, que funcionaba con electricidad, en las subidas más pronunciadas. Se trata de un edificio construido en piedra del que sobresale una torre y que lleva más de 18 años abierto como restaurante de cocina tradicional. 

Espinacas a la Mozrabe.

Espinacas a la Mozárabe.

La Fabriquilla

El camino lleva a que en algunos momentos se atraviesen estrechos túneles por los que en el pasado circulaba el tranvía y que hoy ha dejado espacio también para los coches. En otros, se camina junto al caudal del río, pisando la tierra mojada cubierta de hojarasca y sintiendo la fuerte humedad, mientras que el Genil acompaña con su eterno rumor.

Al llegar a la antigua estación de Maitena, situada a apenas dos kilómetros de Güéjar Sierra, sorprende de nuevo un edificio, también en piedra, levantado casi a orillas del río. Impasible al paso del tiempo, su uso, eso sí, es muy distinto al de aquella época: el olor a la leña en el fuego delata lo que sucede en su interior. 

Y aunque la ruta resulte fácil y aquello de recargar energías en este caso no sirva de excusa, nunca estará de más deleitarse con los sabores locales. En este enclave único, con vistas al lugar en el que el Maitena, afluente del Genil, vuelca sus aguas al río principal, la rica gastronomía local sabe mejor que nunca. Y si no, atención al despliegue: sobre la mesa, un banquete digno del mismísimo Alfonso XIII a base de choto, cochinillo, paletilla de cordero o codillo al horno, que para algo se está en la sierra.

En los alrededores del restaurante Maitena la historia sigue presente, en este caso plasmada en paneles informativos salpicados por el recorrido –aunque, aviso a navegantes, no habrá nada como realizar la ruta con un guía local como Rodi, de Ecoturismo Güéjar Sierra y La Vereda, para conocer los pormenores de la historia. Ojo, porque también ofrece visitas teatralizadas–. 

Junto a paredes que rezuman agua fresca del corazón de la tierra, se hallan también el lugar que en su día sirvió para la venta de billetes o la vivienda en la que habitaba la persona encargada del mantenimiento del lugar.

Carteles en Güjar Sierra.

Carteles en Güéjar Sierra.

Miguel Angel RM / Alamy Stock Photo

DE CAMINO AL FIN

El terreno varía a partir de este punto y el resto del camino transcurre en su mayoría por la estrecha vía convertida en carril que también conduce a los coches hasta el Barranco de San Juan. Impone adentrarse una vez más en los túneles, pero también admirar cómo las montañas abrazan con sus inmensas cumbres y animan a continuar disfrutando de sus paisajes de vértigo. 

Paso a paso, la nostalgia de lo que un día fue se apodera de quien está a punto de finalizar la ruta: cuando se aprobó la construcción del embalse de Canales, la compañía explotadora anunció al Gobierno que, para poder llevar a cabo la obra, el tranvía debería cesar su actividad: la presa del pantano haría que más de cinco kilómetros de trazado acabaran sumergidos.

Y así fue: los restos del puente que unía ambas orillas y de las vías se hallan bajo el agua del embalse, y solo quedan visibles cuando la lluvia escasea y su capacidad desciende. Huellas de un pasado que, a pesar de todo, siguen más presente que nunca.

La Vereda de la Estrella.

La Vereda de la Estrella.

Alamy

Al acabar el sendero, ya en el Barranco de San Juan, se inician otras muchas rutas con nombre propio que invitan a explorar el entorno natural de la zona: un auténtico tesoro. La Vereda de la Estrella, que invita a penetrar en la sierra adentrándose en las faldas del Mulhacén, es una opción. 

 

Pero habrá quienes opten por el plan más sosegado: el de sentarse en la terraza emparrada del restaurante Barranco de San Juan y tomarse un vino en honor al duque, aquel romántico que lo dio todo por convertir un sueño en realidad. Porque las locuras están para hacerlas, y solo así surgen los verdaderos genios.