Hay que aprender urgentemente a ser personas. Tenemos una oportunidad. Una sola.

.Ha llegado 2022 con su risa de niño desnudo, abrazado al sol y a la esperanza, sabiéndose querido y necesario en un tiempo de nubes y borrascas, justo cuando el mar empezaba a morirse en poco. Pero él llega con bríos nuevos, con la inocencia púber de la infancia, y nos alborota las emociones, nos obliga a pensar que puede haber futuro cuando todo es incierto y hemos dejado de entender el curso de las cosas que suceden, tristezas enlazadas, desencantos ante la actitud humana. Hobbes decía que el hombre es un lobo para el hombre, una batalla eterna contra el otro; y en un tiempo en que sólo puede salvarnos esa imprescindible unidad que debiera ser más fuerte siempre que lo que nos separa no se sabe bien a qué vienen estas luchas fratricidas. Sobre todo cuando lo que está en juego es la vida, el empeño de preservar siquiera algo de aquello que tuvimos y que se va desdibujando por momentos en una neblina cercana a lo quimérico. Pero estuvo aquí, lo vimos y lo palpamos, fue verdad compartida. Quién nos iba a decir que podríamos llegar a creer con Jorge Manrique que cualquiera tiempo pasado fue mejor… Porque no es así, o por lo menos no es así para todos, y este niño recién nacido que es el año se niega a aceptarlo, llora y patalea con sus piececillos frágiles que son una oportunidad de andar de otra manera, de aprender de errores cometidos y empezar de nuevo con la experiencia de lo vivido, de lo sentido y de lo sufrido. Se canta lo que se pierde escribió don Antonio Machado, es verdad, pero cuando estamos en un enero que principia tenemos la obligación moral de mirar frente a frente al futuro y pactar una tregua con nosotros mismos, replantearnos actitudes y tratar de conservar lo que se pueda: compromisos hechos, el beso de la madre, recuerdos que no son fotografías, un pañuelo con unas iniciales, aquel último apretón de manos, la imagen compartida de las hojas del otoño amarilleando las aceras o ese abrazo verdadero y último. Es decir, hay que defender únicamente lo que importa para seguir andando, al menos, con una parte de la dignidad intacta.

Hoy es enero y amanece pronto. Ya se sabe que, cuando pequeños, queremos iniciar rápidamente la mañana, con tanto por descubrir. Hay una brisa calma que nos roza la frente y ese primer paseo madrugador se antoja una comunión, una especie de paz blanca serenísima que convendría extender -no sé bien cómo- a los otros trescientos sesenta y cuatro días. Cuando lleguen momentos de tristeza, cuando el corazón sea un pájaro herido y no pueda volar, hay que regresar a este instante, a las buenas intenciones, a los propósitos de enmienda que se nos habrán ido perdiendo en el camino, para rescatarlos de nuevo y ser luz (que es lo mismo que decir ser alma machadiana), aunque sea una luz pequeña que ilumine levemente a quienes nos rodean. Pronto volverán las oscuridades a sitiarnos, la enfermedad, este Leviatán que no se cansa de devorarnos los sueños, y hay que estar preparados para afrontarlo, impedir desde la responsabilidad colectiva y desde la solidaridad que este barco donde vamos todos se lo trague la tormenta. Hay que aprender urgentemente a ser personas. Tenemos una oportunidad. Una sola.

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