«De García Lorca se hablará siempre» por Andrés Cárdenas
Los pioneros en las investigaciones sobre la vida y la muerte del poeta de Fuente Vaqueros han sido extranjeros: el norteamericano Penón y el irlandés Gibson.Hasta ahora han fracasado todos los intentos de encontrar los restos del autor de Yerma y La Casa de Bernarda Alba
Cada ciudad necesita un poeta para existir. Los granadinos siempre hemos necesitado de Federico García Lorca, incluso para matarlo. Él hizo de Granada la ciudad en la que comenzar todas sus inquietudes, su inspiración y su musa, encontró aquí los motivos para vivir y una excusa para morir y convertirse en el poeta español más universal. Granada es su primera creación, una ciudad a la que trató de imprimir una vida propia, más dada al futuro que al presente y al pasado. Lorca veía a Granada como un laboratorio donde experimentar con las pasiones y los sentimientos humanos, una ciudad un tanto pacata y atrasada que necesitaba el soplo del aire fresco de sus creaciones literarias. En la obra de Lorca, Granada es el territorio ideal para la supervivencia y sus personajes son los seres humanos que representan una realidad tan esencial como caduca. Él hizo de Granada una ciudad universal, añorada por miles de poetas y convertida en patria del llamado lorquismo, ese amor e inspiración que transmite el de Fuente Vaqueros, sobre todo después de conocerse las circunstancias de su muerte.
También Granada es el corazón de la poesía gracias a Lorca. Creo que no me equivoco al decir que Granada es la provincia española que más poetas tiene por metro cuadrado. Aquí das una patada y te sale un vate. A pesar de todo, los granadinos en general sabemos más de la vida y la muerte de García Lorca que de su propia obra. Son muchos los que se han aprovechado de él y muchos menos los que lo han leído. Eso sí, todos sabemos las circunstancias de su vida y todos podemos tenemos una opinión sobre las circunstancias de su muerte. Nadie se imagina a García Lorca sin Granada y nadie se imagina a Granada sin García Lorca. De él se hablará siempre.
Primer capítulo
En diciembre de 1995 apareció por la redacción del periódico en el que trabajaba una mujer menuda, con pelo canoso y de modales exquisitos. Quería hablar con el responsable de Opinión para entregarle un artículo. El responsable de Opinión era Esteban de las Heras, que tras leer el escrito me llamó a su despacho para que hablara con la portadora del mismo. Según él, aquella mujer tenía una historia que contar y yo podría escribirla.
Fue así como conocí a Marta Osorio. Su voz, apacible y casi apagada, era la de una mujer que parecía estar de vuelta de muchos contratiempos en la vida. Nos fuimos a la salita en la que se recibían las visitas y allí me refirió, como introducción al tema que queríamos tratar, que era de Granada pero que había vivido mucho tiempo en Madrid, de donde venía. De lo que quería hablarme era de Agustín Penón, un amigo suyo americano ya fallecido que había recopilado mucha información sobre Federico García Lorca y que estaba injustamente olvidado. Su amigo había estado en Granada entre los años 1955 y 1956 recopilando datos sobre la vida y la muerte del poeta de Fuente Vaqueros. Yo jamás había oído hablar de Penón. Hasta ese momento para mí los grandes investigadores sobre García Lorca habían sido Ian Gibson y Eduardo Molina Fajardo, ambos con sendos libros sobre la vida y muerte del poeta. El primero un hispanista irlandés nacionalizado español que había escrito una exitosa biografía sobre nuestro poeta universal y el otro un periodista de ideología Falangista que había sido director de Patria y que su libro titulado Los últimos días de Lorca, publicado póstumamente, había originado alguna que otra polémica por algunos de los nombres citados en el libro.
Marta Osorio vino a decirme que el gran investigador de Lorca había sido Agustín Penón, aunque nunca consiguiera publicar el libro en el que iba a acabar sus pesquisas. Y que todo el material de la investigación -fotos, documentos, notas personales…- lo había metido Penón en una maleta que ahora tenía ella. El reportaje que escribí después de hablar con Marta durante un par de horas, se llamó ‘La maleta de Penón’ y él contaba las vicisitudes por las que había pasado dicha valija hasta llegar a ella. Por lo visto Penón las había pasado canutas para recopilar todo ese material ya que sobre Granada pesaba, en el tiempo que él estuvo aquí, ese ambiente de represión, miedo y resentimiento que la guerra había abierto entre los españoles. Nadie o casi nadie quería hablar de Lorca. Penón había venido a Granada en compañía de un amigo llamado William Layton para conocer la ciudad del poeta que le había hecho sentir tan bien con su poesía y seguramente atraído por haber sido de la misma orientación sexual que él. La obsesión del americano era saber quién mató al autor de Poeta en Nueva York y El romancero gitano, por qué había sido asesinado y donde estaban sus restos. En ese año y medio se dedicó a ir preguntando por todos sitios sobre Lorca. Anduvo por tabernas y saraos en busca de personas que pudieran hablarle de su admirado poeta. Dilapidó parte de su fortuna en juergas a las que invitaba a falangistas destacadas para sonsacarle información sobre los hechos ocurridos tras su detención. Habló con algunas personas que lo detuvieron y las que lo enterraron. Había fotografiado los lugares en donde se creía que había sido sepultado… Y todo ese material, absolutamente todo, lo había metido en esa maleta que, a su muerte (se suicidó en 1976), pasó a manos de su amigo Layton. Éste era actor y había fundado en Madrid una academia de interpretación. Layton no sabía que hacer con la maleta de su amigo (la tuvo varios años debajo de la cama), hasta que se enteró de que había un profesor irlandés llamado Ian Gibson que había venido a Granada a hacer su tesis doctoral sobre García Lorca. Fue a él a quién le entregó la valija con la condición de que escribiera el libro que Penón había proyectado. Según me contó Marta Osorio, Gibson pudo aprovecharse de algunas de las investigaciones que había hecho Penón para publicar su exitoso libro sobre la vida y la muerte del poeta. Fue después de dicha publicación cuando el hispanista irlandés cumplió el compromiso de escribir otro libro sobre las investigaciones del americano, un texto que pasó sin pena ni gloria, sepultado por la fama del anterior. Y fue entonces cuando Layton, un tanto cabreado, recuperó la maleta y se la entregó a Marta Osorio.
Ese mismo día de la visita de Marta Osorio llamé a Gibson para pedirle una entrevista y que me hablara de la maleta de Penón. Por entonces el hispanista ya se había establecido en Restábal. No negó que los documentos recogidos por el investigador americano le habían servido para iniciar sus investigaciones, pero, según me dijo, sus pesquisas sobre la vida y la muerte del poeta habían ido mucho más allá.
Después de la publicación de mi artículo contando todo esto, supe que Marta Osorio en realidad se llamaba Josefina Garrido y que era hija del afamado médico Fermín Garrido. Y que además había sido actriz y una buena escritora de cuentos infantiles. Y que se había ido de Granada al no poder resistir su ambiente cerrado y provinciano de la postguerra. Y que cuando conoció a Penón y a Layton en 1955 ella estaba ensayando una versión de La Celestina que había sido adaptada por el también granadino Víctor Catena. Y que el integrismo político y religioso de aquella época vetó la obra y no se pudo representar en el Palacio de Carlos V tal y como estaba previsto. Y que había sido amenazada de excomunión por parte del arzobispo de Granada. En resumen, que tenía una biografía tan rica e interesante que me arrepentí de no haber tenido más contactos periodísticos con ella. Tras el alboroto ciudadano provocado por el intento de representarse la versión de La Celestina de Víctor Catena, Marta Osorio se fue a Madrid a recibir lecciones de interpretación por parte de su amigo Layton, el cual le confió la maleta de Penón, que a esas alturas de la historia ya había viajado más que la de la Piquer. Marta Osorio falleció en Granada en 2016, no sin antes cumplir su deseo de hacerle justicia a su amigo Penón al escribir Miedo, olvido y fantasía. Crónica de una investigación sobre Federico García Lorca de Agustín Penón, para mí uno de los trabajos más serios y rigurosos que se han hecho sobre García Lorca.
Segundo capítulo
Septiembre de 2009. Aquella mañana estamos allí, en el parque de Alfacar, un grupo de periodistas con los lápices afilados y un grupo de trabajadores con las palas y las excavadoras también a punto porque se va a iniciar la búsqueda de la tumba de García Lorca. Se ha dado luz verde a la iniciativa tantas veces deseada por algunos colectivos de encontrar los huesos del poeta que fue asesinado en 1936. Un año antes, en 2008, el juez Baltasar Garzón había ordenado la exhumación de 19 fosas, entre otras aquella en la que se suponía que estaba Lorca. Pero la Audiencia Nacional paralizó dicha orden, por lo que el llamado juez estrella no pudo apuntarse el tanto de ser el promotor del hallazgo de los seguramente restos más buscados del planeta. La nueva búsqueda de la que yo voy a ser testigo se va a realizar gracias a que la Junta de Andalucía ha destinado 70.000 euros para tal propósito.
Lo datos que tengo y que voy a utilizar para las crónicas periodística que de aquella búsqueda salgan, es que las prospecciones se van a hacer en donde les dijo a Penón y Gibson un tal Manuel Castilla, apodado ‘El Comunista’. Este hombre decía haber participado cuando tenía 17 años en el enterramiento del poeta y declaró a ambos investigadores que Lorca había sido sepultado a cinco metros de un olivo junto al maestro Dióscoro Galindo y a los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Argollas. Así allí estamos expectantes a ver si es verdad lo que dijo ‘El Comunista’.
Pero los que van a llevar a cabo la batida no están dispuestos a que el morbo impregne la búsqueda y que todo aquello se convierta en un circo mediático. Así que han instalado una carpa y han puesto unas vallas para impedir que los periodistas y los curiosos accedan a lugar de las prospecciones. Lo que nos hacen saber es que se van a abrir cuatro fosas en un entorno de 300 metros en las que los georradares de los expertos habían detectado unas sombras que podían corresponder a restos humanos. Después nos dicen que la búsqueda iba a ser larga y que sería inútil estar allí a la espera de algunos resultados. Y así nos echan del lugar.
La intervención de la Junta de Andalucía en el proceso se había iniciado a raíz de la petición cursada por los familiares de los tres de los fusilados que supuestamente yacían en la misma fosa común que el poeta, cuyos descendientes, por contra, no eran partidarios de la exhumación. En numerosas ocasiones, los familiares de García Lorca habían dicho que preferían que los restos de su antepasado siguieran en el lugar en el que estaban enterrados y habían aconsejado que aquel sitio se convirtiera en un cementerio para recordar a los cientos de muertos que por allí fueron fusilados durante la Guerra Civil. Sin embargo, algunos familiares y asociaciones que representaban al resto de los fusilados con el poeta, sí querían que la fosa fuera abierta.
El caso es que aquello fue la historia de una frustración porque lo que habían detectado los georradares no era huesos sino partes de una enorme roca. Los trabajos duraron casi un mes y medio y se gastaron 70.000 euros en nada: no apareció ni una esquirla de hueso. El caso es que las búsquedas de Lorca han continuado. En 1966, José María Nestares, que había sido militar en el frente, le confió al periodista Eduardo Molina Fajardo que los restos del poeta estaban en un paraje conocido como el Peñón del Colorado, a menos de un kilómetro del sitio que decía Manuel ‘El Comunista’. Allí se excavó en 2014 con idéntico resultado: nada de nada. El último intento se hizo en 2016.
Las conjeturas sobre donde se encuentras los restos del poeta son muchas y algunas tan peregrinas como la que apunta que los restos fueron sacados en 1945 y llevados al Valle de los Caídos. Hay quién ha escrito que el padre de Federico García Lorca dio 300.000 pesetas de la época a las autoridades militares para que le permitieran desenterrar a su hijo del lugar donde fue asesinado para llevárselo a la Huerta de San Vicente o al cementerio de Fuente Vaqueros. Otras hipótesis apuntan a que días después del asesinato de Lorca, del maestro y los dos banderilleros, el cadáver del poeta fue desenterrado y trasladado a una fosa común que hay cerca de un lugar llamado ‘El Caracolar’ para evitar que fuera encontrado por las tropas republicanas. Pero hay más. Dentro de esas teorías sobre la exhumación del cadáver posterior al asesinato, están las que sitúan los restos de Lorca en plena Vega de Granada hasta quienes plantean que se encuentran en una finca familiar en Nerja, una vez alcanzado un acuerdo con Franco. En fin. Como digo, siempre se hablará de Lorca.