Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás: muerte y eternidad en una tarde de domingo
Recorremos el castizo barrio de El Rastro con esta extaña pareja para hablar de su libro, ‘La muerte contada de un sapiens a un neandertal’, y de paso de su particular forma de afrontarla
A ratos parecen Sherlock Arsuaga y Watson Millás, y a ratos, don Arsuaga de Atapuerca y Sancho Millás. La muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara) es un viaje en ocasiones divertido y siempre apasionante de estos dos intelectuales galácticos hacia lo que la ciencia actual sabe sobre el envejecimiento y la muerte. Pero, además, es la secuela del bestseller con el que ya sorprendieron en 2021, La vida contada por un sapiens a un neandertal, y cuyo éxito esperan repetir.
¿Intuíais que vuestro dúo iría tan bien?
JUAN JOSÉ MILLÁS: Arsuaga sí. Desde el principio dijo que esto era una bomba. Tuvimos dos encuentros iniciales y, con lo que surgió de ahí, hice un par de capítulos de prueba y se los envié. Respondió entusiasmado. Decía que nunca se había hecho algo igual y que estábamos condenados al éxito. Yo contesté que, precisamente por eso, podíamos estar abocados al fracaso.
JUAN LUIS ARSUAGA: Yo le puse un símil deportivo, aunque a él no le dice mucho [a Millás no le gusta nada el fútbol; a Arsuaga sí. Este es solo uno de las decenas de ejemplos que evidencian que son dos seres antagónicos, como todos los buenos tándems literarios]. Con esto podía ocurrir como con algunos equipos de fútbol, que piensan: “Si fichamos a fulanito de tal, que marca veinte goles, y a menganito, que marca otros veinte, juntos marcarán cuarenta goles. Y luego se estorban y solo marcan seis. Podía salir bien y sumar lectores o restarnos el uno al otro.
Millás: Ha sido muy sorprendente, porque la gente está acostumbrada a trabajar con etiquetas; a leer novela, ensayo, poesía o teatro… Pero una cosa así, que no es exactamente ni novela, ni ensayo, ni entrevista…
En esta fusión inédita de la que habla Millás, el hilo narrativo lo lleva el periodista, mientras que la voz cantante sobre la acción –lo mismo visitan un desguace para explicar cómo el ser humano “se desgasta” más según los kilómetros recorridos o un ‘restaurante paleolítico’ para establecer la importancia de la alimentación en el envejecimiento– es cosa del paleontólogo, que es quien atesora el conocimiento científico. Sin embargo, a menudo el punto de vista original de Millás abre caminos inesperados y juntos provocan verdaderos fuegos artificiales. Así que enciendo la mecha, empezando por Millás…
De todo lo que descubres en esta entrega, ¿qué es lo que más te ha sorprendido?
Millás: Que todas las copas que hay en un restaurante hay que renovarlas pasado un año. Y no porque hayan envejecido, sino porque se han roto. Es decir, todos los seres humanos, aunque no lleváramos la muerte intrínseca, moriríamos de todas formas porque nos caería una teja encima.
Arsuaga: Tiene una obsesión con las tejas…
Bueno [intervengo intentando mediar con cierto pudor], sería horrible que la vida se acabara de una forma tan absurda…
Arsuaga: Ahí está la diferencia entre la mentalidad de un científico y la del resto de los mortales. Ahí tienes La Palma, que es una putada y ojalá no hubiera habido nadie ahí mientras ocurría, pero la erupción del volcán en sí misma es muy interesante. Pues algo parecido ocurre con la muerte, que para la mayoría es una putada, pero para un científico no deja de ser algo muy interesante, que tiene un componente práctico sobre cómo atrasarla o intentar vencerla… ¿Por qué un ratón envejece a los tres años? Se vuelve viejo con todos los síntomas de vejez que compartimos los mamíferos… ¿Y por qué a mí me están saliendo estas manchitas?
Millás: Yo en esas te llevo algunas de ventaja.
¿Y saber cómo sucede consuela?
Arsuaga: Qué va, sigue siendo una putada. A mí me gusta mucho el baile. Me lo estoy pasando en grande en este guateque.
Millás: Pues a mí me parece que la muerte tiene aspectos consoladores. Yo no le he cogido el punto a la vida que le ha cogido este. Me pasa como con el desierto, que hay gente a la que le parece bellísimo. Yo no le cojo el punto y me pasa lo mismo con la vida…
Arsuaga: Yo se lo cogí con Sugar, sugar [la canción de The Archies suena en el hilo musical mientras tomamos un café] y todavía sigo teniendo las mismas ganas de bailar.
Pero si fuera posible, si la ciencia lo consiguiera, ¿os gustaría poder vivir eternamente?
Arsuaga: A la eterna juventud yo creo que nos apuntaríamos cualquiera. Pero a vivir para siempre siendo viejo no. Yo, por ejemplo, lamento mucho no haber aprendido a surfear, que debe de ser maravilloso.
Millás: A mí ‘eternamente’ me suena a domingos por la tarde, que son eternos. No quiero vivir eternamente nada, ni siento ninguna aflicción por no haber aprendido a surfear. Si volviera atrás seguro que no haría tantas cosas como este hombre, que son solo las diez de la mañana y mira cómo viene [dice señalándole] apabullando [risas].
Arsuaga: Bueno, es que a ti no te espera un taco enorme de exámenes que corregir como a mí. Ahora estoy genial, porque he retrasado el problema dos horas. Y lo que es peor: esta tarde mi mujer me lleva a ver La valquiria, de Wagner, de cuatro horas…
Millás: Pues peor me lo pones, ¡no sé por qué vienes tan contento!
Volvamos a la teja. ¿Una pandemia como esta es una teja de las grandes?
Arsuaga: Desde el punto de vista científico no es ninguna sorpresa. Llevamos conviviendo con virus miles de millones de años y ellos hacen su trabajo. No es nada personal.
Millás: Sí. Como dice Arsuaga, es una carrera armamentística. No hay distensión ahí.
Entonces, ¿lo extraordinario como especie es que sabemos que vamos a morir?
Arsuaga: Ayer leí una cosa que no hemos incluido en el libro. Es una primicia intelectual a propósito de que somos la única especie que es consciente de que va a morir. El resto de las especies viven sin la angustia o la preocupación continua de saber que esto se acaba. Ayer estaba leyendo un estudio sobre cómo la mayoría de los primates tienen escasas capacidades de planificación a largo plazo. Y el autor decía que por eso no tienen conciencia de la muerte. Porque ¿qué es la muerte sino algo que sucede a largo plazo? Así que, si viviéramos en el presente absoluto o en un futuro muy cercano, la muerte como horizonte no nos preocuparía, no deja de ser la última planificación. De hecho, en la filosofía cristiana toda la vida es una preparación para la muerte.
Millás: Planificar tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Mark Twain decía que se había pasado la vida preocupándose por cosas que aún no habían ocurrido. Las preocupaciones anticipativas son una condena…
Arsuaga: Estamos condenados porque nosotros nos ponemos siempre en lo peor, porque nuestra mente experimenta con el futuro, planificamos diferentes posibilidades para evitar problemas.
Millás: En el libro cuento el caso de un periodista que entrevistó a Dios a través de una médium y que le dijo: “Es que nosotros [debían de ser muchos dioses] no habíamos imaginado la muerte como la vivís vosotros. Para nosotros no son más que transformaciones en el interior de la vida”. Dios acusaba a la humanidad de tener poco sentido del humor. Para mí, la historia de cada ser humano es la de un desarraigo permanente: el niño no puede nacer si no ha muerto el bebé, el adolescente no puede morir si no ha muerto el niño. Y cuando eres viejo, abandonas la vejez para abrazarte al muerto. Y, si lo piensas, es alucinante que después de todos esos desarraigos que son como cambiarte de país, mantengamos una especie de identidad que está cosida o hilvanada de alguna manera. ¿Y por qué aceptamos todos esos cambios radicales durante nuestra vida, sin quejarnos, y el último no? Yo no lo entiendo, porque a mí me han sedado dos veces y no recuerdo mayor felicidad. Desapareces, no estás, y a mí me parece que no estar es lo mejor que te puede pasar en la vida.
Arsuaga: Pues tranquilo, que te vas a hartar.
En cierto modo, esa planificación de la que hablaba Juan Luis se va conformando a lo largo de la vida. Nuestro cerebro nos va preparando para afrontar la muerte, ¿no?
Arsuaga: La continuidad del yo es un problema de la neurociencia, también apasionante y que deberíamos tratar en nuestro próximo libro. La continuidad del yo, en realidad, no es más que una fantasía, un producto de la mente, porque objetivamente no somos los mismos, estamos continuamente cambiando. Y esto tiene implicaciones de todo tipo, incluso jurídicas. ¿Hasta qué punto yo soy el mismo que cometió aquel delito?
Millás: Y, además, es una imposición social, porque yo me recuerdo en algunos momentos de mi juventud y pienso: “¡Ese idiota no podía ser yo!”. Entonces, ¿por qué tengo que cargar con él si todas las células de mi cuerpo han cambiado? Pueden decir que soy yo, pero en realidad no me reconozco.
Arsuaga: Es que nuestra especie también es la única que tiene recuerdos detallados de sus experiencias vitales, y estas son las que fabrican la idea del yo.
Millás: Un momento: estás aludiendo a la memoria como si la memoria viviera alojada en nosotros y realmente somos nosotros los que vivimos dentro de la memoria. Como si fuera una cárcel de cuatro paredes, dándonos de golpes, porque nuestra memoria es un constructo y muchos de nuestros recuerdos son implantados.
Arsuaga: Efectivamente, pero hay una forma en biología de contestar a esto, en negativo: ¿qué es el yo? Pues el yo es lo que pierdes cuando sufres amnesia, lo que olvidas.
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