El 22 del 2 de los 2 Antonios: Machado y Forges
El 22 de febrero ha sido intenso en nostalgias. Forges y Machado: los dos Antonios. Un aniversario tan redondo como los 80 años de la muerte del poeta provocó que casi todos los medios de comunicación le dedicaran un recuerdo. El otro Antonio, el grandérrimo Fraguas, nos dejó plantados hace menos tiempo; hace solo un año, pero la coincidencia de las fechas hará que siempre, siempre, siempre… se les recuerde a la vez e inseparables cada 22 de febrero.
Los dos fallecieron el mismo día y los dos recibieron sepultura al día siguiente. Fueron distintas las circunstancias (peor la de Machado) y muy diferentes los duelos (inmejorable el de Fraguas). Ojalá no hubiera tenido que formar parte del cortejo de Forges, pero, vista la inevitabilidad, me felicito por haber podido estar de principio a fin. Pude ir al velatorio más pluridisciplinar que he visto en mi vida; sin postureos por parte de la inmensa mayoría de los que acudieron: actores, cantantes, periodistas, panaderos, políticos, actrices, humoristas, filólogas, dibujantes, escritores, profesores, hosteleros, músicos… Aquella sala del tanatorio de la M-30 era un chorreo continuo de gente.
Pude asistir también al día siguiente a la ceremonia previa a la cremación, en una minúscula y cutre sala laica que no pudo acoger ni a una cuarta parte de los que acudieron; mientras, en la espaciosa, cómoda y adornadísima sala religiosa de al lado se celebraba un funeral en la que no se cubría, ni de lejos, la mitad del aforo. Y también fui al entierro de las cenizas. Suerte que andaba por allí el compañero Ramón Lobo y pudimos ocupar aquellas cuatro o cinco horas de espera de la forma más “forgiana” posible: haciendo tiempo visitando el antiguo cementerio civil y arrimándonos después un cocido en un bar de barrio mientras daban las cuatro y media de la tarde.
Es una costumbre que tiene el periodista Ramón Lobo esa de, tras una ceremonia de cremación en la que quedan arrumbados todos los arreglos florales en la puerta del crematorio, birlar con el permiso de la familia unas cuantas flores para llevarlas a unas elegidas tumbas del antiguo cementerio civil. Buscó los mejores claveles, hizo un ramo, enfilamos hacia abajo la Avenida de Daroca y entramos al Civil. Qué frío. Y cuánto sol.
Es una costumbre que tiene el periodista Ramón Lobo esa de, tras una ceremonia de cremación en la que quedan arrumbados todos los arreglos florales en la puerta del crematorio, birlar con el permiso de la familia unas cuantas flores para llevarlas a unas elegidas tumbas del antiguo cementerio civil. Buscó los mejores claveles, hizo un ramo, enfilamos hacia abajo la Avenida de Daroca y entramos al Civil. Qué frío. Y cuánto sol.
Fuimos dejando claveles rojos en las tumbas de unos cuantos revoltosos que, con el beneplácito de Toño Fraguas, Ramón Lobo había mangado a las coronas de Forges. Don Pío Baroja tuvo su flor, y la periodista Carmen de Burgos “Colombine”, y Arturo Soria, y el teniente Castillo, y Pablo Iglesias, y un par de conocidos de Ramón Lobo, y dos o tres librepensadores más, y Maravilla Leal -la primera enterrada en el civil, suicida y castigada a finales del siglo XIX por la Iglesia a no tocar tierra bendecida-, y Julián Besteiro y Giner de los Ríos, y Blas de Otero… En el muro donde fusilaron a las Trece Rosas, junto a la puerta de O’Donnell del cementerio de La Almudena, quedaron los dos últimos claveles de Antonio.
Una pena que la corona que sufrió el atraco llegara un tanto perjudicada a la sepultura que esperaba a Forges. Pero ni se notaba; había tal acumulación de flores rodeando toda la tumba y amontonadas sobre la lápida por los empleados del cementerio que las habían llevado hasta allí, que cuando una de las hijas de Antonio vio el jardín allí acumulado, se espantó: “¡¿Esa es la tumba de mi padre?! ¡Pero si parece la de una corista…!”. Es una Fraguas, está claro. Y me mordí los labios por dentro para que no se escapara la carcajada.
Hubo que hacer tiempo mientras llegaba la urna con las cenizas. Cada uno mataba el tiempo como podía: Pilar, la viuda, comentando los planes para el diseño de la nueva lápida; muchos dando paseítos cortos para que aquella despedida definitiva pasara pronto o no llegara nunca; casi todos con las gafas de sol puestas para ocultar unos ojos enrojecidos que parecían recién salidos de un after; otros, leyendo las cintas de las coronas… Una de la radio, otra del Opus, esta otra de unos comunistas… Si Forges tuvo en su entierro dos coronas enviadas por una prelatura fundamentalista católica y por un partido de la extrema izquierda, una de dos, o lo ha hecho muy bien o algunos no han entendido nada. O las dos cosas. (Mira que si Ramón Lobo retiró los claveles de la corona que enviaron los fans de Escrivá de Balaguer…). Qué justicia tan poética sería que las flores del Opus hubieran acabado en las tumbas del cementerio civil a los que se les negó entierro en sagrado…
También disfrutó Forges de una corona que no era suya. Y otro fallecido incinerado aquella misma mañana se llevó alguna de Antonio, porque se juntaron demasiadas coronas y hubo algún despiste en la adjudicación. Al menos la corona que firmaba una compañía de teatro y donde decía “Gracias por enseñarnos ‘La flor de la maravilla’”, esa, seguro, no era para Forges.
Se echaron encima las cuatro y media, llegó Forges, rodó la lápida y, al más puro estilo egipcio, Toño Fraguas no dejó que su padre se fuera a la tumba sin las ofrendas de su instrumental: papel con la forma de las viñetas, una de sus plumas y el paño de algodón usado, con manchas de tinta, que utilizaba para limpiarlas.
Y ya está, Antonio, solo quería contarte que pasaron muchas cosas el día de tu entierro y que me hiciste reír. He estado un año esperando para poder decírtelo. Antes no he podido.
Y ya está, Antonio, solo quería contarte que pasaron muchas cosas el día de tu entierro y que me hiciste reír. He estado un año esperando para poder decírtelo. Antes no he podido.
Nieves Concostrina
https://www.revistaadios.es/articulo/88/El-22-del-2-de-los-2-Antonios-Machado-y-Forges.html