Para la contabilidad de la guerra, como para la de cualquier negocio, hay un Libro Mayor y un Libro Menor.

 
En realidad, hay libros mayores y menores para todo, también para la Historia. El Libro Mayor de la Historia incluiría las transcripciones de las sesiones del Congreso, mientras que el menor bucearía en las actas de las reuniones de las comunidades de vecinos. Personalmente, soy más dado al estudio de los libros menores.
 
El Libro Menor de esta guerra, por ejemplo, incluiría el número de brazos y piernas amputados en cada bombardeo, así como el de niñas y niños cegados por la metralla, es decir, el número de ojos jóvenes tirados a la basura en tal o cual ciudad para la consecución de los objetivos geoestratégicos diseñados por las autoridades militares. Se registrarían en él la cantidad de vísceras humanas halladas fuera de los cuerpos, al reventar estos debido a las ondas expansivas de los obuses. Convendría precisar qué alimentos contenían esas vísceras y hasta qué punto estaban digeridos a fin de averiguar el tiempo que llevaban sus dueños sin comer o alimentándose de mierda.
 
En el Libro Menor de la guerra en curso deberían registrarse los litros de lágrimas derramadas por la población civil estableciendo, a ser posible, la diferencia entre las provocadas por la muerte de los hijos enviados al frente y las suscitadas por la muerte de los padres o hermanos pequeños asfixiados bajo los escombros de su propia vivienda. El hambre y el frío son difíciles de cuantificar. No obstante, un Libro Menor que se precie debería dar cuenta del grado medio de raquitismo alcanzado por los habitantes del país invadido y del peso, expresado en kilos, de la masa muscular desaparecida de sus cuerpos. Los dedos inflamados, amoratados, y con frecuencia agrietados, indicarían la cuantía del número de sabañones padecidos por las bajas temperaturas y la falta de leña o de carbón.
 
El Libro Menor, en fin, se ocupa de la calderilla de los grandes sucesos históricos, es decir, del valor estimado de los dientes perdidos por el escorbuto y de los pies de los bebés devorados por las ratas (que en los conflictos bélicos abandonan las alcantarillas en busca de carne fresca y sonrosada), y de las orejas humanas cortadas por los vencedores y exhibidas como trofeos en sus guerreras. A no olvidar, por supuesto, las mujeres y niñas violadas, ya que sus cuerpos, en las guerras, suelen formar parte del campo de batalla.
 
J.J.Millás
FOTO: EL ORDEN MUNDIAL
A %d blogueros les gusta esto: