Una vida de miedo
El 90% de nuestros temores son infundados, no merece la pena agobiarse por ellos
No se agobie tanto. El 90%de los temores que nos atenazan son infundados. Nueve de cada diez quebraderos de cabeza, de esas tantas cosas que martillean nuestra mente y nos dificultan el sueño, jamás ocurrirán. Lo único que quedará de ellos es la resaca de la angustia, la ‘jamadura’ de tarro y, en definitiva, del cabreo, que eso sí que es malo para la salud física y mental. Aprender a no sufrir por lo que carece de sentido requiere una buena dosis de inteligencia emocional, pero tampoco hay que hacerse el valiente. Los humanos necesitamos del miedo. Con él nos jugamos la supervivencia.
El mensaje que ha popularizado la reconocida psiquiatra Marian Rojas Estapé es, en realidad, el resultado de un estudio realizado por la Universidad de Pensilvania, que llegó a la conclusión de que el 91% de las preocupaciones de las personas nunca acaban convirtiéndose en realidad.
Los miedos nos acorralan. El primer círculo de la angustia se cierra a base de preocupaciones cotidianas. El mantenimiento del empleo, llegar a fin de mes, los estudios de los hijos, ese dolor que no remite… A su alrededor se levanta otra muralla de angustias colectivas que minan aún más nuestra existencia: la crisis, la pandemia, la quiebra del sistema sanitario, el riesgo de una guerra mundial… ¡Como para no faltarnos el aire!
En la selva frente a un león
El miedo es un sentimiento básico para la supervivencia humana. Sin él, podríamos entrar en la selva sin ninguna protección ni cuidado y acabar envenenados o devorados por la primera alimaña que se cruzara en nuestro camino. «El miedo es una emoción;y, como tal, es algo irracional», explica el psiquiatra Celso Iglesias, director clínico del servicio de Salud Mental del Hospital Valle del Nalón, en Asturias. «Las emociones –matiza– son automáticas. Sentimos repugnancia, alegría, tristeza o rechazo antes de preguntarnos si realmente existen razones objetivas para experimentar algo así. ¡Y menos mal que es así! Si tienes delante un león, no te paras a pensar si está vivo o disecado. El susto te lo llevas».
Aunque, a veces, ese sobresalto se vuelve en nuestra contra. Más de cinco millones de años de evolución humana no han servido aún para que el cuerpo y la mente aprendan a distinguir entre el miedo real y el imaginario. Nuestro cerebro, según recuerda la psiquiatra Rojas Estapé, responde de igual manera ante una amenaza real que ante otra infundada. Si alguien grita fuego, el organismo reacciona de un modo concreto, se trate de una falsa alarma o de un incendio real. «El ser humano, sin embargo, no está programado para vivir en situación de alerta de manera constante», advierte la reconocida especialista. «En la sociedad actual, tenemos sometido al cerebro a un estado de alerta constante que está haciendo que el individuo enferme».
El auge actual de las enfermedades mentales –anterior a la pandemia– y el desarrollo de otras patologías en principio más de tipo orgánico responde, según Rojas Estapé, a la presión constante a la que sometemos a nuestra maquinaria cerebral. Ante un riesgo, el cerebro libera cortisol, la hormona del estrés, muy útil en momentos críticos, pero que puede resultar dañina cuando se libera en exceso. En cambio, ante acontecimientos felices produce oxitocina, la hormona del vínculo, el bienestar y la empatía.
El desafío pasa por aprender a utilizar el miedo como mecanismo de defensa, sin que llegue a convertirse en un problema de salud. El escudo no es el enemigo. «Vivimos con mucho miedo irracional, pero eso no debe entenderse como un síntoma de debilidad», advierte el psiquiatra asturiano. «¿El temblor o la pérdida de visión reflejan debilidad? No. En todo caso –subraya– pueden estar anunciando una enfermedad;y ese sí es un problema al que debemos estar atentos», recalca.
«Escuchemos más a los pensamientos, que aconsejan mejor que las emociones»
La frontera emocional
La sobrecarga emocional –y recordemos que nueve de cada diez temores son infundados– favorece la aparición de complicaciones potencialmente graves, como estrés, ansiedad y depresión. «Cualquier sentimiento normal puede acabar generando sufrimiento. Cuando se cruza esa frontera, la cotidianidad corre el riesgo de convertirse en patología», explica el especialista. El momento actual, con una guerra en Europa abierta sin haberse acabado de superar una enorme crisis sanitaria, favorece la aparición de emociones como tristeza y decaimiento. Eso, según detalla el experto, no es patológico. La frontera se cruza cuando esas emociones se convierten en fuente de dolor. Nuestros pensamientos contribuyen a ello.
¿Qué se puede hacer para evitar que ocurra algo así? Algo tan fácil (y al mismo tiempo complejo) como «evitar la sobrecarga emocional». Hay que aprender a relativizar y a determinar qué es lo verdaderamente importante, qué peligros de cuantos nos rodean pueden convertirse en una amenaza real.
Iglesias aconseja poner mayor distancia con la ingente cantidad de mensajes que constantemente nos llegan al móvil, a menudo con visiones pesimistas de la realidad. Su objetivo, con frecuencia, es ser leídas más que informar. «Debemos escuchar más a nuestros pensamientos, que nos aconsejarán bien y en su justa medida», resume el experto. Cuando eso no sea posible, habrá llegado el momento de pedir ayuda profesional. La mente, a veces, también necesita una puesta a punto.
Cuidado, que los temores se contagian, «incluso se heredan»
El miedo no es una enfermedad infecciosa, pero se contagia. Tampoco va en los genes, pero se hereda, porque tiene mucho de aprendido. Así lo explica el psiquiatra Celso Iglesias, director clínico de Salud Mental del Hospital Valle de Nalón. «La gente que nos rodea no es impermeable a las emociones, al contrario». En un momento crítico, el pesimismo se transmite como la valentía, según explica el experto. Los hijos frente a los padres no son una excepción. «El carácter y la personalidad también tienen un componente hereditario. No es automático, pero ocurre».
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