25 noviembre 2024

 Pasan los años de este siglo XXI, avanzan las tecnologías, tenemos cada vez más información de lo que sucede y, mientras, el machismo progresa, silente y eficaz, penetrando en todas las capas de la sociedad.

Porque esa idea de prevalencia del hombre sobre la mujer se expande por instantes abrazada a los radicalismos patriarcales, a esta derecha extrema que nos ubica como seres dependientes, incapaces de tomar decisiones, y que se apoya para la amplificación de sus discursos en ciertos medios de desinformación ultraconservadores que alcanzan a los jóvenes y alientan patrones de conducta inaceptables. Sigue teniendo vigencia aquella frase que una señora que acudió a la consulta del profesor Miguel Lorente le espetó: “Mi marido me pega lo normal”. Esas peligrosas actitudes de machos antediluvianos se ven nuevamente ahora en los veinteañeros, y son la evidencia de que las estrategias de Irene Montero no surtieron efecto -salvo en lo negativo- y que seguimos sin tener claro cómo afrontar socialmente un problema gravísimo que ya ha supuesto cuarenta mujeres asesinadas desde enero. No muertas: asesinadas, que hay que utilizar las palabras precisas.

Esas mujeres, ya hoy sangre que se bebe la tierra, como en las tragedias lorquianas, denunciaron a sus asesinos en muy pocos casos porque aún se tiene asentada la peligrosa idea de que los celos son una muestra de amor, que los gritos y los insultos se quedan en nada porque, el fulano, al día siguiente pide perdón entre llantos, que un bofetón -preludio de la primera paliza- ha sido por una crisis de ansiedad ocasional o una borrachera del pobrecito (y luego se repite y se repite); o, sencillamente, se callaron por vergüenza social. Porque no todas las afectadas pertenecen a clases desfavorecidas ni dependen junto a sus hijos del sueldo del canalla de turno y por esto, como si eso fuese una razón, aguantan. Muchas son directivas de empresas, médicos, ingenieras, presentadoras de televisión, o cualquier oficio que se les ocurra.

El perfil de la mujer maltratada es tan heterodoxo como quepa imaginar, pero ellas no siempre son conscientes del daño hasta que es demasiado tarde, hasta que un canalla les ha destrozado externa e interiormente. A veces, no lo olvidemos este 25N, las heridas sólo están por dentro. El maltrato psicológico, esa gota perpetua que va horadando la voluntad con frases del tipo “tú no sirves para nada”, “eres tú la que me provocas y por eso pasa lo que pasa”, “te quedas sin hijos si te separas, tú sabrás”, es tan peligrosa y puede doler tanto como una paliza. También resulta más difícil de demostrar, porque quienes lo perpetran son maquiavélicos en su trabajo, afables con sus amigos, corteses en cualquier espacio público. Parecen ciudadanos ejemplares pero, en cuanto suenan sus llaves en la cerradura de casa, la familia tiembla porque sabe lo que le espera: esa refinada capacidad para la tortura que deja marcas imborrables en el alma. Lo explicita magistralmente Birgit Vanderbeke en su valiosa novela “Mejillones para cenar”, léanla. Por eso no caben más que dos medidas para empezar: unidad institucional para desarrollar medidas legales enérgicas que propicien la protección de las mujeres desde el primer mal gesto que sufran y trabajar sin descanso para reeducar a esta generación que viene en que sólo merece compartir la vida con otra persona desde la libertad y el mutuo respeto.

FOTO: https://www.corella.es/8-de-marzo-silencia-el-machismo/