La baronesa de Wilson: ¿por qué no sabes nada de la española más fascinante del XIX?

Una biografía de la investigadora Pura Fernández saca de las sombras a Emilia Serrano García, la misteriosa y fascinante mujer de la centuria de la Revolución Industrial 

Se llamaba Emilia, como la Pardo Bazán, pero sus dos apellidos eran mucho más corrientes: Serrano García. Al contrario de la gallega, no era aristócrata, pero sabía moverse con enorme soltura por los salones más distinguidos. No se sabe bien dónde nació —algunas fuentes apuntan a Granada— ni cuándo —probablemente en la década de 1830—, pero a los 20 años ya se estaba codeando con Eugenia de Montijo y la flor y nata de la intelectualidad y burguesía parisinas. Bajo la autodenominación de ‘baronesa de Wilson’ se convirtió en la agente literaria de Alejandro Dumas (padre e hijo), fue empresaria de éxito con revistas de moda y acabó asesorando a Porfirio Díaz en su gobierno de México, pero lo más seguro es que el lector no tenga ni idea de quién fue esta mujer tan extraordinaria. Con este perfil biográfico, ¿cómo es esto posible?

Esta es la pregunta que la investigadora del CSIC Pura Fernández también se intentó responder cuando se sumergió en la vida de esta mujer, de la que todavía no se sabe bien qué fue cierto y qué no. Y de ahí surgió ‘ 365 relojes’ (Taurus), un vastísimo trabajo que arroja luz sobre esta baronesa (que, por supuesto, no lo era), que tuvo una existencia fascinante que ella misma se dedicó a trufar de falsedades, desde la fecha de su nacimiento hasta prácticamente su muerte.

 '365 relojes'. (Cedida)
‘365 relojes’. (Cedida)

«Ella misma protegió bastante su intimidad. Tenía que demostrar que era una persona respetable, por lo que se fue construyendo una biografía tan respetable que era completamente aburrida. Y también hay que tener en cuenta que una cosa es lo que las mujeres del XIX hicieron y otra lo que contaron, porque no podían contar todo lo que hacían», sostiene Fernández en conversación por Zoom con El Confidencial. Para hallar la verdad, la investigadora ha tenido que contrastar numerosos datos que no lo estaban y limpiar bastante las biografías que se llegaron a escribir de ella todavía en vida. «Es que en el XIX una mujer nunca es mayor de edad, porque está bajo la tutela del padre y del esposo. Y, sin embargo, de repente me encuentro con que las primeras noticias que tengo de ella son las de una mujer de apenas 20 años desembarcando sola en Londres. Es algo completamente insólito», añade.

«Ella misma protegió bastante su intimidad. Fue construyendo una biografía tan respetable que era completamente aburrida»

Por ejemplo, una de esas cosas que no eran tan fáciles de contar es que fue hija natural, es decir, sus padres no estaban casados. Al menos así lo sostiene la investigadora para explicar por qué no están nada claros sus orígenes. El segundo momento que da pie a la fabulación es la hija que tuvo con el dramaturgo José Zorrilla, quien estaba casado y había abandonado a su mujer por ella (y por otras) en los inicios de los años cincuenta del XIX. «Esos son momentos fundacionales en los que su identidad se tiene que construir en otra dirección. Ella tiene a su hija por amor y no lo esconde, pero sí lo edulcora y miente. Tanto ella como su madre van a estar toda su vida alterando sus nombres, sus apellidos, todas las referencias», señala Fernández.

Dos matrimonios falsos

Otra gran mentira: sus matrimonios. Ella nunca se llegó a casar con un barón Wilson. Simplemente fue una gran excusa para desarrollar su vida como gran empresaria periodística. En París fundó la revista femenina ‘La caprichosa’ y le fue extraordinariamente bien. Pero era una época en la que aquello de ‘mujer empresaria’ era un oxímoron y lo de firmar un artículo, una entelequia, porque las mujeres ni escribían ni se hacían un nombre. «Empezó a recibir una campaña de hostigamiento. Es muy joven, es madre soltera y Zorrilla se marcha, por lo que empieza a recibir una campaña de acoso por parte de empresarios franceses. Y ahí se construye otra imagen con la invención del barón Wilson, que se ha muerto y ella es viuda. En el siglo XIX, una viuda era mucho más autónoma y mucho más libre que una mujer soltera”.

 Retrato de la baronesa hacia 1880. (C.C.)
Retrato de la baronesa hacia 1880. (C.C.)

El éxito de sus revistas le proporcionó codearse con el mundillo intelectual de la ciudad de las luces. Así consiguió negociar los derechos de traducción de Dumas hijo al español. Hacia 1857, se convertiría en la agente literaria del padre y del hijo, según atestigua una carta que Dumas escribió a la baronesa: «Disponga usted de mi pluma» para llegar «a los habitantes de la América del Sur que hablan el idioma de Cervantes y de Calderón». Este asunto también la hizo entrar en un fuerte combate por la propiedad intelectual y a batallar por los derechos de traducción de ‘El hijo natural’ en España cuando tanto los escritores como los traductores apenas tenían estos derechos reconocidos. En esto coincidió con su tocaya Pardo Bazán, que fue otra gran defensora de los derechos de autor para que los escritores pudieran tener ingresos dignos.

Su segundo supuesto marido tampoco existió nunca. Fue algo más tarde cuando, tras la muerte de su hija con solo cuatro años, decide dejarlo todo e irse a América. El nuevo continente era la tierra del progreso, el lugar donde se están moviendo las inversiones y naciendo los nuevos Estados. Era donde quería empezar una nueva vida, pero, otra vez, viajar sola no era tan fácil, por lo que finge estar casada con alguien que no tardaría en desaparecer y casarse de verdad años después con otra.

El salto a América

El primer viaje es larguísimo, cuenta Fernández. Pero no se arredró. Además, aquello tuvo que ser muy curioso, porque viajó por todo tipo de zonas y climas, desde zonas andinas de un frío glacial a zonas tropicales de una humedad brutal con lluvias intempestivas. Y siempre con su enorme colección de relojes y sus baúles, porque viajaba como toda una señora. «Ella hacía todo como una dama de la alta sociedad, pero se metía en la selva y donde tuviera que meterse. Ella siempre se adaptaba a las circunstancias. Y además, cuando llegaba a las ciudades, lo primero que hacía era mandar invitaciones, sus tarjetas de visita y se daba a conocer entre la buena sociedad», comenta la investigadora.

 La baronesa, a los 20 años. (C.C.)
La baronesa, a los 20 años. (C.C.)

Lo de los relojes tenía su sentido. Hay que trasladarse a una época en que había muchas más fronteras y cambios de divisas. Los relojes y las joyas eran una especie de crédito que se podía cambiar y vender en cada país. Era su tarjeta de crédito.

Como ha quedado en evidencia, otro aspecto que tenía muy en cuenta era su propia imagen y lo que se contaba de ella. Al poco de instalarse en algún lugar instaba para que se escribiera su biografía. En realidad, lo que a ella le daba la gana contar. «Y así ya tenía construida su imagen. La gente no iba a pensar que eso no es verdad. Una mujer con tantas relaciones…», apostilla Fernández.

Red de mujeres

En todos sus viajes e instancias, a la baronesa de Wilson le entusiasmó tejer muchas redes con otras mujeres también fascinantes de su época, como las escritoras Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Juana María Gorriti, Mercedes Cabello de Carbonera y Concepción Gimeno de Flaquer. También se hizo amiga de la primera dama ecuatoriana Marietta de Veintimilla, de la esposa del presidente de Venezuela Ana Teresa de Guzmán y de Carmen Romero Rubio, esposa del presidente de México Porfirio Díaz, de quien llegó a ser asesora.

 La escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda. (Cedida)
La escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda. (Cedida)

«Ahora que hablamos tanto de la sororidad y empoderamiento, hace más de un siglo ella creó una red social muy fuerte de mujeres. En la revista escribían mujeres que a su vez escribían sobre otras mujeres. Se empieza a crear un canon femenino: nosotras no estamos en las antologías, nosotros no aparecemos, pero existimos», señala Fernández. En América Latina, la baronesa se hizo con una agenda fantástica de mujeres escritoras y todo tipo de profesionales «poniéndolas a unas en relación con otras y defendiéndose entre ellas», manifiesta esta investigadora, que destaca la importancia que tuvieron las mujeres del XIX que se abrieron un hueco entre tanto poder masculino: «Creemos que todo viene de la Segunda República, de las Sin Sombrero. Pero es que no habría Sin Sombrero sin las mujeres del XIX».

De ahí que se encontraran con la oposición de tantas instituciones culturales, como la Real Academia Española (RAE) o la Real Academia de Historia, que les negó la entrada una y otra vez. Como le dijo Juan Varela a Marcelino Menéndez Pelayo cuando se debatía la entrada de Emilia Pardo Bazán en 1891, el problema no era la gallega, sino «la turba de candidatas que nos saldrían luego (…) Por poco que abriésemos la mano, la Academia se convertiría en aquelarre».

Juan Varela a Menéndez Pelayo: el problema no era la gallega sino «la turba de candidatas que nos saldrían luego» para entrar en la RAE

«Eran instituciones masculinas. Ellas no podían entrar en las universidades ni en los ateneos. Las mujeres se tenían que formar de una manera autodidacta y nunca obtenían un título. La baronesa quería ser americanista y no la dejaron ser miembro de la Academia. Al final de su vida sí consiguió tener nombramientos por su mérito y su valía», indica Fernández.

El final de su vida

Emilia Serrano García consiguió tener una vida acomodada gracias al ingenio para montárselo bien. Una de las iniciativas que tuvo con su revista fue la de crear una especie de afiliación de productos. Es decir, si hablaba de horquillas o cualquier otro producto de estética o de vestimenta, hacía de intermediaria para su venta y se llevaba una comisión. Otra puerta de ingresos fueron sus libros sobre la sociedad americana que colocó muy bien. Y a finales del XIX supo ver que EEUU se iba a convertir en el gran actor internacional del nuevo siglo por lo que no dudó en instalarse en Barcelona, una ciudad enormemente pujante, como asesora comercial entre España y América.

Y todo podía haberle ido muy bien en los últimos años de su vida pero siempre hay sucesos inesperados como las guerras. El primer golpe fue la pérdida de las colonias en 1898, ya que muchas de las relaciones que mantenía con próceres y empresarios latinoamericanos se rompen. Y, España, además, deja de ser el socio comercial principal para pasar a serlo EEUU. El segundo golpe es el estallido de la I Guerra Mundial en 1914, puesto que ya desaparecen del todo las conexiones comerciales que permanecían. Para entonces, además, la baronesa casi tenía 90 años.

«La baronesa de Wilson fue la potencialidad de una mujer libre con una gran capacidad creativa y lo que hoy llamaríamos una mujer fluida»

Estos últimos años también explican por qué hoy apenas nadie sabe nada de esta mujer. Sin descendencia, sola, sin ingresos de América y sin cobertura sanitaria, a la que fue una de las mejores empresarias, relaciones públicas y asesoras políticas del XIX solo le quedó ir desprendiéndose de sus bienes para pagarse su casa, su comida y sus médicos. Vendió libros y joyas. Por Barcelona hay partes de sus magníficas bibliotecas precolombinas, dice Fernández.

Finalmente, el 1 de enero de 1923 murió y se apagó la voz de quien esta investigadora cree que fue «la potencialidad de una mujer libre con una gran capacidad creativa y lo que hoy llamaríamos una mujer fluida». Se adaptó a todo y a todos. Esta enorme biografía y una posible serie pueden sacarla ahora del ostracismo en el que lleva todo un siglo.

Por Paula Corroto

FOTO: Emilia Serrano, la baronesa de Wilson. (Creative Commons)

https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-04-11/baronesa-wilson-nada-espanola-fascinante-xix_3405196/?fbclid=IwAR1CjGqxe6Kt3eubYOZuemsLvgqynDW1dkpFzl266GleELhpX0k3IPtr3hg

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