25 noviembre 2024

La falta de esfuerzo en el colegio, en casa o ante la propia vida provoca hartazgo, aburrimiento y, por consiguiente, poca capacidad crítica y generativa de ideas en el alumnado

La facilidad y la bonanza económica de la que hemos venido disfrutando, durante mucho tiempo, no nos había hecho reparar que no hay bien, ni razón, ni fama ni logros que no tenga siempre su contrario o que estos perduren para siempre y, ahora, en estos difíciles momentos de nuestro presente, parece que hemos caído al otro lado de la navaja y pintan bastos. Los planes de estudio con los que se han educado varias generaciones, la permisividad en las familias, el estancamiento de la escuela y la falta de entusiasmo por la vida -en su plenitud- de niños, niñas, jóvenes y «jóvenas» han dado como fruto el sesteo ante el aprendizaje y la pérdida de aspectos esenciales en la formación de la persona. La falta de esfuerzo en el colegio, en casa, o ante la propia vida provoca hartazgo, aburrimiento y, por consiguiente, poca capacidad crítica y generativa de ideas en el alumnado.

A tal extremo hemos llegado, que nuestros conductores de la vida pública son personajes profundamente mediocres, torpes, toscos, estúpidos, cansados y medio atontados. Estos a fin de cuentas, son el fiel reflejo de un público que aplaude devotamente cualquier majadería que se les ocurra. No ha interesado al sistema productivo transmitir que la dificultad es lo que da valor a las cosas conseguidas y que para superar las dificultades es necesaria la perseverancia, pues de lo contrario viviremos instalados más en la reivindicación que en la generosidad, más en la exigencia que en la comprensión o más en la indiferencia que en la crítica y autocrítica. Sin embargo, no hay nada que agudice más el ingenio que la dificultad y la escasez. Dos circunstancias que nos han llegado prácticamente de la noche a la mañana sin que haya existido más falta por nuestra parte que el jugar a ser todos ricos con poco esfuerzo. Juego que, dicho sea de paso, nos han enseñado el propio sistema financiero, con el apoyo y el ejemplo de nuestros dirigentes. Este ha sido el modelo, y el resultado ya lo estamos padeciendo.

Este sistema productivo ha ido empujando a hombres y mujeres a no saber distinguir lo prescindible de lo imprescindible, hasta tales extremos, que hemos llegado a no valorar y pasar por alto todo cuanto está a nuestro alcance, para correr tras lo que no se tiene hasta alcanzarlo, y valorarlo sólo cuando se pierde. Ya lo decía Machado se valora lo que se pierde. Y así, por ejemplo, cuando perdemos la salud, más fuertemente nos abrazamos a la vida con más apego y hasta esta se ve de otra manera, pues es la propia naturaleza la que se encarga de bajarnos del pedestal de barro; lo mismo sucede cuando vemos peligrar nuestros bienes y tememos vernos privados de ellos. Vamos, como si cuando muriéramos pudiéramos llevarlos adheridos en la caja de difunto.

El hombre actual ha llegado a tal estado de desajuste vivencial con estos modelos que cuando se ha visto privado de sus ficticias posesiones, pues en la inmensa mayoría de los casos pertenecía a la usura bancaria, no ha llegado a comprender el verdadero sentido de su existencia y se ha visto embargado por la angustia, la desesperación y la impotencia más extrema cuando se ha revertido la situación económica y ha comprobado que con sus ingresos no llega a final de mes para subsistir. No nos han enseñado el sentido de la vida, del hombre y de su finalidad en el mundo; por el contrario, nos han dirigido por las veredas que conducen a la esclavitud de un sistema que hoy hace aguas por todas partes.

José Luis Pinillos (1919- 2013), miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en su libro «La mente Humana» justificaba que nuestra evolución espiritual se encontraba en estadios muy primitivos y que nunca había ido de forma paralela en su desarrollo a lo empírico y a lo tangible. Cuántas cosas – interpretaba el profesor – ve nuestro espíritu sin percibirlas, cuando tenemos la mente ocupada en asuntos plenamente relacionados con lo material, con lo racional y lo pragmático. Hoy día existen teorías que indican que el proceso involutivo del ser humano es un hecho contrastable, sobre todo, por su menor capacidad de adaptación al medio, que es cada vez más lenta y menos intuitiva ante la adversidad. Incluso, se ha llegado a decir que si pudiésemos extrapolar a un hombre de nuestra época, de un coeficiente intelectual medio, a la época clásica griega este sería el tonto del pueblo; y a la inversa, si viviera hoy entre nosotros un hombre con coeficiente intelectual también medio de la época helenística, sería el mayor de los superdotados. No deja de ser una teoría, pero a mí me basta con acercarme a Demóstenes y compararlo con cualquiera de los parlamentarios del planeta para sacar algunas conclusiones. Aquí hay que desacelerar el aprendizaje lo antes posible, adelgazando el conocimiento y engrosando la flojera.

Pedro López Ávila: «La abolición del esfuerzo»

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