«La banda sonora de Granada de los años setenta» por Andrés Cárdenas
Recuerdo aquellos guateques a los que asistía a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta en el que conseguir el moratiniano ‘sí’ de las niñas cuando las sacabas a bailar era tan difícil como acertar una quiniela.
Bailar suelto era fácil, te movías al lado de una muchacha que estaba bailando y daba la impresión de que habías ligado. Sin embargo, cuando en el tocadiscos de turno sonaba una lenta, de Adamo, por ejemplo, eran pocos los que conseguían ‘bailar agarrao’, como le decíamos a esa actividad que consistía en que el varón trataba de acercarse cuanto más mejor al cuerpo de la hembra y ella ponía sus rigurosos codos en el pecho de él para evitar que ello sucediera. Un combate puro y duro, y nunca mejor dicho, porque acababa casi siempre con el triunfo de la castidad de ellas y el dolor de testículos de ellos. Normalmente, para tocar carne femenina había antes que comprometerse o iniciar una relación seria. Aquello del ‘amor libre’ o de ‘haz el amor y no la guerra’, era algo que no sucedía en nuestro entorno. Al menos en el mío.
Eso sí. En esos tiempos estaba en marcha la generación que nada tenía que ver con las guerras y que quería vivir la vida sin tener que preocuparse por el pasado ni por el futuro. “Fueron años de ebullición juvenil, de nuevos modos de relacionarse, de otros hábitos de comunicarse, de bonanza económica progresiva y del descubrimiento del ocio como bien de consumo cultural. Guateques, conjuntos, programas de radio, festivales, discos etc, centraron una forma diferente de vivir y gastar el tiempo”, dice Juan Jesús García en su libro, aún sin publicar, Zapatos de piel de caimán, en el que da un importante repaso a la música hecha al amparo de Sierra Nevada.
Y es que la ciudad de la Alhambra ocupaba el liderato en bandas creadas por metro cuadrado. En el libro antes mencionado, se citan los nombres de al menos doscientos grupos musicales que se crearon en Granada en los años sesenta. Fue la fiebre de los conjuntos y el que más y el que menos formaba uno con los sueños puestos en triunfar en el mundo de la música. Era la época de los picús y de los guateques, de las melenas y de los pantalones acampanados y de “padre, déjame hasta las diez”. “Por todos estos sitios pululaba un buen puñado de grupos, que frecuentemente intercambiaban miembros y se pasaban los instrumentos de unos a otros. Era tal la precariedad instrumental y lo ‘simpagos’ que el vendedor acudía frecuentemente a los recitales para recuperarlos. Acuñándose aquello de “Moraleja, esconde la guitarra que viene Calleja”, dice Juan Jesús García. Calleja era un empresario que había puesto una tienda de instrumentos en la calle La Colcha. A él acudían muchos de los jóvenes que querían comprarse una guitarra o una batería a plazos.
Los Ángeles
En aquella época se oían mucho los Windys, los Nevada y los Ángeles Azules, pero eran decenas los que trataban de conseguir el éxito. Sí que lo consiguieron los Ángeles Azules, que tras varios cambios se llamarían simplemente Los Ángeles. Banda mítica donde las haya, alcanzaron buena fama en Granada y en la Costa del Sol durante los primeros años de los sesenta. A mediados de los sesenta les vino el reconocimiento nacional, sobre todo después de grabar aquel estribillo que tanto se oía en los ambientes musicales: Mañana, mañana, mañana, tomorrow.
Compartieron cartel con los mejores artistas del momento e incluso quedaron inmortalizados en dos películas: Un, dos, tres al escondite inglés y A 45 revoluciones por minuto. Hablar de Los Ángeles en Granada es hablar de un pasado glorioso de la música compuesta aquí. Se han escrito libros sobre el grupo, se han hecho ensayos sobre su contribución a la música y se ha llorado mucho tras la muerte en accidente de carretera, cuando regresaban de un concierto, de dos de sus miembros: Alfonso González Poncho y José Luis Avellaneda.
En una entrevista que le hice a Agustín Rodríguez, uno de los fundadores del grupo, con el que me he tomado más de un vino, dicho sea de paso, me contó que Carlos Álvarez, Paco Quero y él tuvieron que convencer a Poncho para formar el grupo porque éste ultimo había sacado las oposiciones de maestro y quería dedicarse a la enseñanza. “Sabíamos lo importante que era para el grupo Poncho, porque además de cantar y tocar la batería componía canciones. Al final dijo que si le comprábamos una batería, se quedaba, Nos fuimos a Calleja y le compramos una”, me dijo Agustín. Tal vez si Poncho se hubiera dedicado a la enseñanza no hubiera muerto tan joven, pero nos hubierámos privado de uno de los músicos más relevantes de la historia del pop en España. A mediados de los noventa, Agustín y Carlos decidieron unirse a Popi González, hijo del desaparecido Poncho, para recuperar al antiguo grupo, en homenaje permanente a un repertorio que perdura en la memoria de varias generaciones.
Las chicas ye-yés
Pero no solo bandas, en aquellos años la ciudad de la Alhambra dio cantantes solistas que acapararían las listas de éxitos de aquellos años: Gelu, Valen, Li Montante, Julian Granados, Miguel Gallardo, Miguel Ríos… Sin duda, el influjo del monumento nazarí fomentaba la creatividad de los chicos y chicas que tenían buena voz y mejor predisposición para subirse a un escenario. Lo que nunca podía sospechar entonces es que iba a conocer personalmente a los cantantes con cuyas canciones yo intentaba bailar. En 2019 a.c (ante del coronavirus) le hice una entrevista a una de las chichas ye-yés más famosa de los sesenta: la granadina Gelu. El encuentro fue en el hotel Meliá. Resultó ser una charla muy agrable en la que comprobé que estaba muy poco apegada a sus pasado glorioso. Como escribí entonces, durante una década estuvo en lo más alto del pódium de la música, pero ella lo recordaba como una anécdota, como algo que le tenía que ocurrir en su vida porque le gustaba mucho cantar. Se llamaba María de los Ángeles Rodríguez Fernández, pero eligió Gelu como nombre artístico. En aquellos años de los que estoy hablando sus canciones eran de las más escuchadas en la radio y se convirtió, como digo, en la cantante que más discos vendió en nuestro país en la década de los sesenta. Grabó más de cien canciones y consiguió tres discos de oro: por Los Gitanos en 1960, por Siempre es domingo en 1962 y por El partido de fútbol en 1963. Hizo seis giras por América con éxitos clamorosos de público y fue tan popular que su nombre fue utilizado como reclamo publicitario en productos tan dispares como perfumes, naranjas y zapatos. Los críticos musica les decían de ella que transmitía como nadie la ilusión y la alegría de la juventud. Hasta que un día, casi de golpe y porrazo, se apartó de los focos y decidió dedicarse a la familia. Llegó aburrirle el ‘artisteo’, como ella llama a esa circunstancia de ir de escenario en escenario por todo el mundo. Pero en el momento de la entrevista lo recordaba todo desde la distancia de un pasado asumido: sin miedo, sin rencores, sin reproches. Agua pasada. Me dijo que solía venir dos o tres veces al año a Granada, en donde tenía familia.
Otra chica ye-yé granadina que triunfó en el mundo del espectáculo fue Li Morante. Era una de las personas que tenía en la lista para esa serie cuando apareció la pandemia y se prohibieron las entrevistas personales. Me cuenta Juan Jesús que Li Morante comenzó su carrera con dieciséis años gracias a Mercedes Domenech, que desde Radio Granada promocionaba a todos los incipientes valores de la ciudad con primeras actuaciones y concursos en directo. “Su belleza, a medio camino entre buena chica y pícara, un cierto aspecto de estrella americana, y una voz potente hicieron que Philips le propusiera grabar su primer disco en 1962”, dice Juan Jesús García.
Li Morante tuvo menor impacto que Gelu, pero llegó a grabar algunas canciones y a tener éxitos como No tengo edad para amarte, que se hicieron popularísimas. Li Morante publicó cinco discos y protagonizó alguna película como Objetivo las estrellas en 1963 (con Lina Morgan y Tip). “Pero contra todo pronóstico María Dolores no quiso ser Li Morante más tiempo, y se retiró en 1969 puesto que la carrera musical entraba en conflicto con sus convicciones religiosas”, dice García.
La mano de Dios
Unas semanas más tarde de aquella entrevista quedé con Valen en una cafetería cerca del Hospital Virgen de las Nieves. Valen se llamaba Francisco Valenzuela Ávila y había nacido en Brácana, pedanía de Íllora. Sus éxitos se escucharon incansablemente en las emisoras de radio y en los guateques de los años sesenta y setenta. Estaba a punto de cumplir ochenta años cuando lo entrevisté, pero en su memoria guardaba todos aquellos momentos que tuvo de gloria. Valen fue de los primeros en mezclar el pop con el flamenco. En el festival de la canción del Duero, en el que participaban cantantes portugueses y españoles, se quedó entre los primeros con la canción Risa con llanto. A partir de ese momento ganó mucha popularidad en España y su nombre comenzó a sonar en los espacios musicales de las emisoras de radio. En 1967 su futuro se puso en marcha con la firma de un contrato con la discográfica RCA. Su tercer disco, con el famoso tema La mano de Dios, convirtió esta canción en un éxito internacional.
Sus canciones empezaron entonces a oírse mucho en América y Valen se fue un tiempo a vivir allí. Durante nueve años que estuvo ausente de España, Valen residió en Bogotá, Cali, Guayaquil, Santiago de Chile, Buenos Aires, Miami, Jacksonville y Nueva York. Pero Valen siempre llevaba a Granada en el corazón y en la mente. Se casó con una granadina, Guadalupe, a la que le dedicó una canción: Caminito de la playa. La playa, por supuesto, era la de Torrenueva. En Francia era conocido como ‘El trovador de la Alhambra’ y me dijo que la última vez que cantó en Granada, en el Isabel la Católica, el público se había volcado con él. La canción había sido su vida y no imaginaba una existencia sin componer canciones. El 20 de septiembre de 2020 recibí un mensaje de ‘guasap’ de Guadalupe: “Valen nos ha dejado. Quiero darte las gracias por la hermosa entrevista que le hiciste”. Pensé que probablemente había ido a estrecharle la mano a Dios.
Buscando a Lupita
Otro granadino que triunfó en los sesenta fue Julián Granados, que fue conocido mundialmente por una canción en la que decía que iba buscando a Lupita camino de México. Cuando compuso esa canción ya había sido uno de los primigenios creadores de Los Ángeles Azules (germen de los Ángeles) aquí en Granada y había tocado en varios grupos como The Brisks o Los Buenos. El gran éxito le vino cuando decidió cantar en solitario. Hizo bolos por medio mundo y su rostro con melena larga, tupé abundante y pilosas patillas de hacha, salía a menudo en las revistas de música y los programas de televisión. Un crítico musical de cierto prestigio llegó a llamarle el enfant terrible de la canción española. Se bebió la vida a toneles en aquellos años en que la música era la salida emocional de una generación que tenía avidez por cambiar el mundo y hacer lo que le viniera en gana. Dejó de cantar en los escenarios y de grabar discos en 1975 para dedicarse a una clínica veterinaria que abrió en un pueblo de la Sierra de Madrid. Aunque su pasión por la música nunca ha desaparecido y ahora tiene un estudio personal en el que graba melodías country. Cuando hablé con él para la serie sobre personas que triunfaron y que están olvidadas, me contó que hacía mucho tiempo que no venía por Granada, desde que murieron sus padres.
También triunfó por aquellos años Miguel Gallardo, nacido en la recoleta plaza del Comino, en el Albaicín. Miguel Gallardo fue uno de los mitos de la balada moderna. Su padre regentaba una fábrica de jabones y a los 13 años emigró con su familia a Barcelona. Miguel se apuntó al Conservatorio de la ciudad condal y muy jovencito comenzó a tocar con el grupo Los Kifers. Fue la canción Hoy tengo ganas de ti la que le impulsó al estrellato. Esta canción estuvo muchos meses en los 40 principales y con la que vendió casi dos millones de copias. A Miguel le detectaron un cáncer de riñón que no pudo superar. Murió en 2005 a los 56 años de edad.
A todo esto, un muchacho que vendía discos en una tienda de Granada se empeñaba en imitar a Elvis Presley y se puso como nombre artístico Mike Ríos. Sin el rock, es imposible entender nuestra historia y sin Miguel Ríos, es imposible entender nuestro rock. No lo digo yo, lo dijo el rey cuando le entregó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Por eso Miguel Ríos se merece un capítulo aparte.
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FOTO: La primera fotografía de Los Ángeles Azules.