Muere a los 64 años la fotógrafa Ouka Leele, icono de la Movida madrileña
Bárbara Allende Gil de Biedma fue uno de los rostros visibles del cambio social y artístico de los años ochenta en España con sus instantáneas en blanco y negro coloreadas con acuarelas
La fotógrafa y pintora Ouka Leele, sobrenombre artístico de Bárbara Allende Gil de Biedma, ha fallecido este martes en el hospital Ruber de Madrid a los 64 años, según han informado a Efe fuentes de la familia de la artista. De su muerte, solo ha trascendido que ha sido a causa de una enfermedad. Ouka Leele presentó su última exposición hace apenas un año, en junio de 2021, en el Círculo de Bellas Artes, dentro del festival PHotoEspaña, una muestra con abundante material inédito y que se centró en sus inicios, con material procedente del Archivo Lafuente, que atesora unas 1.200 piezas de la artista, entre documentación y obras. Ouka Leele tenía previsto impartir un taller de fotografía para niños en la próxima edición de los Encuentros Fotográficos de Gijón, en noviembre, en la galería Aurora Vigil-Escalera de la ciudad asturiana.
Nacida en Madrid, en 1957, tomó su nombre artístico de una estrella inventada, un seudónimo prestado, a finales de los años setenta, del cómic Europa Requiem, de El Hortelano, uno de sus compañeros de fatigas de lo que se conoce como la Movida madrileña. Dibujante precoz, Ouka Leele abandonó la carrera de Bellas Artes para ingresar en 1975 en la escuela de fotografía Photocentro, donde se publicaron sus primeras imágenes en un volumen inaugural que, bajo el título Principio: nueve jóvenes fotógrafos españoles (1976), pretendía promover la fotografía “como fenómeno cultural y artístico”. Una renovación surgida tras la muerte de Franco y cuya influencia ha llegado a nuestros días.
En Photocentro, aglutinadora de la vanguardia fotográfica de aquella época en España, coincidió, entre otros, con Pablo Pérez-Mínguez y Jorge Rueda. “Hacíamos sesiones de fotos y llorábamos de risa… fue una semilla de la Movida”, contó en una entrevista con este periódico en junio de 2021.
Ouka Leele había estudiado en un colegio de monjas y esa educación religiosa, junto a los paseos con su madre por el Museo del Prado, fueron medulares en una obra arraigada en la iconografía de los santos. Aunque lo que de verdad determinó su futura carrera artística fue el encuentro, en el entorno del Rastro madrileño, ágora juvenil y contracultural que se fraguó en el ocaso del régimen franquista, con el grupo de la denominada Cascorro Factory, es decir, Ceesepe, Alberto García-Alix y El Hortelano. El pequeño cuarto de revelado que Allende instaló en el piso de la calle Doctor Castelo, en Madrid, donde convivían los integrantes de la Cascorro, fue el primer peldaño de una carrera en la que la fotografía y la pintura se fusionaron en un juguetón y colorista estilo propio, que acabó siendo uno de los estandartes más reconocibles de la España de los años ochenta y noventa.
En esos años, Ouka Leele colaboró con los fanzines y revistas que estuvieron en el principio de la Movida, como Vicios Modernos, de Ceesepe y García-Alix, o la barcelonesa Star. Además, confeccionaba sus propios fotolibros con fotocollages que titulaba con nombres tan extravagantes como Caperucita Roja con mocos y sin una pierna. La eclosión del punk y la influencia dadá se convirtieron en señas de identidad de una obra que también bebía del teatro experimental, que empezó a aterrizar en España en esos años, concretamente, con la compañía de Lindsay Kemp, la del polaco Tadeusz Kantor o el mítico Circo Aligre francés.
Pese a que en su primera exposición en PhotoCentro ya asomaba su particular mundo propio, fue su viaje junto a El Hortelano a Barcelona, donde conoció a Mariscal y a Nazario, el que definió de forma definitiva su reconocible sello. Esa fusión entre la fotografía, la pintura y la escenografía la convertirían en un referente internacional de la Movida y del arte contemporáneo español.
En 1979, en la galería de Albert Guspi de la capital catalana, expuso sus primeras fotografías coloreadas, bajo el título de Peluquería. Se trataba de una serie de retratos de amigos que, a modo de estampitas de santos, la artista adornó con tocados surreales que ella misma construía con todo tipo de objetos o animales muertos: pulpos, jeringuillas, limones, botellas, discos, secadores o tortugas. Son lo que la conocida periodista Paloma Chamorro calificó entonces como “santos modernos”.
Unos meses después, presentó en Madrid este proyecto y lo hizo presentándose en la inauguración con un vestido de fuelle confeccionado por ella misma y con un cochinillo muerto en la cabeza que, con un sistema de bombillas y pilas, aparecía con los ojos iluminados. Ante las cámaras del programa de televisión La Edad de Oro, el artista Dis Berlín la bautizó como Madrina Dadá 80, mientras ella se presentaba así ante las cámaras: “Yo soy Ouka Lele, la creadora de la mística doméstica. Digo esto porque creo que la gente se toma mis imágenes como una crítica social cuando es todo lo contrario, es la sublimación de lo cotidiano y doméstico”.
Amante de la poesía y de los juegos de palabras, Ouka Leele fue Premio Nacional de Fotografía en 2005 “por cuestionar los límites del lenguaje de la fotografía”, según el jurado. Su primera retrospectiva, en el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid, se remonta a 1987, cuando tenía solo 29 años. A partir de ahí siguió una fructífera carrera en la que sus retratos a color recorrieron todo el mundo. De esta artista hay obra en el Museo Reina Sofía, la Fundación La Caixa, la Colección Arco o el Centro Andaluz de Fotografía, entre otros espacios. En 2009 se estrenó un documental sobre su obra, La mirada de Ouka Leele, del cineasta Rafael Gordon.
En la entrevista del año pasado, también recordó a los caídos a causa de las drogas: “Esa parte fue horrible. Una amiga maravillosa al día siguiente tenía los ojos que no te miraba; chicas que de un día para otro les cambiaba la cara y a los meses estaban muertas”. Y, evocando sus primeros años, contaba: “Éramos niños perdidos en el país de Nunca Jamás, los raros de nuestras familias, y nos entendíamos. Uno tocaba, otro pintaba, te pinchaban para hacer fotos… Muy creativos, nos creíamos importantes, que hacíamos algo histórico. No estábamos en el arte por ganar dinero. Lo importante era la libertad para hacer lo que queríamos”.