Vaya por delante que cada vez más admiro a las parejas que llevan muchos años juntas.

Alguien de mi edad, en la treintena, que me dice que sale con su marido desde la universidad tiene todo mi respeto: pienso en sus recuerdos inmaculados de Google fotos y Facebook de hace una década y los comparo con los míos y el carrusel de exs que me asaltan de tanto en cuanto, y me imagino cuántas calamidades me habría ahorrado. Ese es un caramelo que yo ya nunca cataré. Presiento, sin embargo, que muchas de esas relaciones largas (y no tan largas) se asientan sobre el sufrimiento de muchas mujeres, y unos pocos hombres, que aguantan carros y carretas para que el barco siga a flote. Páginas y páginas de calendario arrancadas esperando a que el otro cambie, o a cambiar a la otra por una que les dé una nueva ilusión. Hay algo muchísimo peor que una mala relación corta y es una mala relación larga.

El problema, amigas, es cuando llegan los hijos. Últimamente estoy en contacto con varias mujeres que desean divorciarse o que están en proceso de hacerlo y consiguen separarse. En todos los casos, hay hijos de por medio, mucho dolor, violencias económicas, y otras más sutiles y mucho más cotidianas como la falta de cooperación, conciliación y, en general, una falta sangrante de cuidados. Al preguntarles por qué se quieren separar de sus maridos o parejas hay unanimidad en señalar que los tipos no pegan palo en casa, no atienden a sus demandas, ni tampoco a las de sus hijos. Se comportan de manera individualista y son egoístas. La carga mental se sobreentiende. Un interesante estudio del Gobierno de Navarra (Experiencias de mujeres en procesos de separación y divorcio) analizó el proceso de separación de un grupo de mujeres de entre 35 y 47 años con formación feminista donde los hombres, supuestamente, estaban comprometidos con los valores de igualdad a la hora de casarse/emparejarse.

Las conclusiones son las siguientes. En la actualidad, en nuestro contexto social, las mujeres son las que piden más solicitudes de separación y divorcio. Solicitamos el divorcio en dos de cada tres casos. Aunque en el caso de España la mayor parte de los divorcios se resuelven de mutuo acuerdo, siempre hay alguien que se acuerda primero. Esto es paradójico porque, por nuestra socialización de género, también somos nosotras las que más deseamos estar en pareja y/o casadas.

El estudio también señala que, tras el matrimonio, somos nosotras las que perdemos más autonomía, más posibilidades laborales y de promoción que ellos. También se reducen nuestras relaciones sociales. Sin embargo, ellos pueden seguir centrados en si mismos e incluso logran prosperar tanto en formación, como laboralmente.

Además, se manifiestan ejercicios de poder dirigidos a mantener su posición (el trabajo asalariado -el suyo- es lo más importante y no dudan en usarlo como excusa para desentenderse de otras obligaciones y para controlar a sus parejas) y continuas resistencias a las demandas de las mujeres (siempre me pides algo, nunca estás contenta etc). Las dificultades de conciliación para estudiar o trabajar, cuando son femeninas, son vistas como necesidades particulares de ellas.

El cansancio, la pérdida de autonomía y la incapacidad para poner límites o hacer valer su opinión, el desgaste y la frustración derivados de la no reciprocidad, las mentiras, el no cumplir su palabra, la pasividad, y el no reconocimiento crea un malestar que muchas mujeres intentan paliar con terapia psicológica individual o animando también a la terapia de pareja. Compruebo que casi ninguna sale bien parada de las relaciones con expertos en hacernos creer que no estamos bien de la cabeza: la luz de gas es deporte nacional.

Además, mujeres señalan sentirse solas en momentos cruciales de sus vidas (embarazo, parto, aborto, enfermedad duelo) y arrastran traumas derivados de esos abandonos.

Lejos de tópicos machistas como que las mujeres «se quedan con todo: casa, pensión de alimentos, hijos/as, etc.», lo que se ha constatado en la mayoría de casos del estudio es que son ellas las que salen de casa, lo que supone una sobrecarga económica. Las mujeres, en general, también muestran una mayor situación de vulnerabilidad y disponen de menos recursos económicos por haber dedicado varios años a la crianza con reducciones y excedencias. Por si fuera poco, a la hora de separarse, ellas ceden más en las negociaciones por miedo y por evitar el conflicto en relación con las custodias.

Como cada vez más hombres solicitan y obtienen las custodias compartidas, incluso cuando previamente no se han hecho cargo de las criaturas, muchas mujeres se ven obligadas a retrasar la separación lo máximo posible, incluso en situaciones de violencia, hasta que las criaturas crezcan, puesto que no confían en ellos. También se ha constatado que las custodias son utilizadas por algunos de ellos como elemento de chantaje. Mi amiga Cynthia lo llama el Síndrome de paternidad sobrevenida: algunos solo se acuerdan de que tienen hijos cuando van a separarse.

Es increíble, también, el grado de obcecación que ciertos individuos alcanzan para impedir el divorcio aún cuando son ellos y sus actos (o la ausencia de ellos) los causantes de la ruptura. Una de las cosas que más me perturba cuando escucho a mujeres que se quieren divorciar es la cantidad de trabas e impedimentos que sus parejas -recordemos que estamos hablando de hombres comprometidos- les ponen para dificultar el proceso. Desde eludir conversaciones importantes, hasta aislarlas de su entorno y amenazarlas económicamente. Mujeres que se sienten obligadas a seguir conviviendo con un tipo hacia el que sienten asco y resentimiento.

Me siento profundamente afortunada por haberme podido ir siempre de donde no era feliz. Porque en el caso de las mujeres, especialmente, no se divorcia la que quiere, sino la que puede. El divorcio es también una cuestión de clase. En este artículo se explica que las que más se divorcian son las mujeres con dinero: las jefas y ejecutivas. Aunque no solo el dinero importa a la hora de separarse. El feminismo ayuda pero es fundamental el apoyo familiar, emocional y social para conseguir salir de esas situaciones de arresto matrimonial. Porque para irse de un sitio lo primero que hay que tener es otro. La censura social en torno al divorcio y la separación tampoco beneficia para nada a quienes que viven estas situaciones en soledad e incomprensión. Las mujeres divorciadas somos doblemente cuestionadas.

Diana López Varela

https://blogs.publico.es/otrasmiradas/60620/no-se-divorcia-la-que-quiere-si-no-la-que-puede/#md=modulo-portada-fila-de-modulos:4×15-t1;mm=mobile-medium