¿Hay que obligar a los niños a hacer deberes en verano? Los expertos recomiendan actividades que no se parezcan a las tareas escolares
Juegos o lecturas en familia pueden mantener y fijar conocimientos y habilidades sin estorbar el necesario descanso
Debe ser el verano un periodo de desconexión total para los niños o es mejor obligarles a hacer deberes para que mantengan la rutina escolar? En algún lugar entre el abandono total de lo aprendido durante el curso y el sentarse cada día a ejecutar tareas escolares mecánicas y repetitivas, muchos especialistas recomiendan actividades, juegos o lecturas en familia que puedan estimular los conocimientos de los niños durante las vacaciones de verano, sin estorbar su necesario descanso. Pero lo cierto es que las prisas, las urgencias del día a día y la falta de orientaciones pueden dificultar seriamente a las familias crear ese tipo de actividades ideales. En ese caso, afirma con rotundidad el director de la Cátedra de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona, David Bueno: “Si hay que elegir entre que hagan deberes y la desconexión total, prefiero la desconexión. Entre los extremos, yo creo que es mejor porque, así, el cerebro al menos empieza el curso con energías renovadas”. La psicóloga educativa Amaya Prado, sin embargo, opina que siempre es mejor hacer algo que mantenga el hábito de estudio y evite perder parte de lo aprendido, aunque por falta de tiempo de las familias haya que recurrir a los clásicos libros y cuadernillos de tareas vacacionales.
El debate sobre los deberes escolares lleva ya muchas décadas dividiendo a la comunidad educativa; la Ceapa, la principal federación de asociaciones de familias de la escuela pública, lanzó una campaña en 2016 para reducir las tareas que durante todo el curso los alumnos se llevan para casa. Después, ha ido relanzando la iniciativa, incidiendo especialmente en los deberes en vacaciones, pues este “obsoleto” método “roba tiempo de ocio a la infancia, compromete la conciliación familiar, ya que no todas las familias disponen de tiempo para supervisar el trabajo fuera del colegio, y aumenta la desigualdad social”, asegura la confederación en un comunicado de 2019. La cuestión es que muchas veces no hace falta que desde el colegio se manden tareas, pues son los propios padres y madres los que las impulsan, convencidos de sus bondades para que sus hijos no pierdan el pulso académico en vacaciones.
Pero lo cierto es que la investigación no ha conseguido aclarar si los deberes mejoran o no el rendimiento educativo, pues depende de la edad del alumno, el perfil, el tipo de tareas… que no hay conclusiones claras al respecto. Sí se ha demostrado, sin embargo, que durante las vacaciones estivales los alumnos pierden una parte de lo aprendido durante el curso, un “olvido veraniego” que impacta más sobre niños y adolescentes de entornos vulnerables. Harris Cooper, profesor emérito de Psicología y Neurociencia de la Universidad de Duke, en EEUU, es uno de los especialistas que más han estudiado el asunto: “Como mínimo, olvidarán las operaciones matemáticas y cómo deletrear ciertas palabras. Pierden más habilidades matemáticas que de lectura. Los niños de clase media mantendrán bastante sus habilidades lectoras durante el verano, pero los más pobres también perderán en este ámbito”, escribe por correo electrónico.
¿Quiere eso decir que es conveniente hacer deberes? Para los que van mal en la escuela, Cooper plantea algo parecido, pero disfrazado: “Los maestros inteligentes y empáticos no asignarán tareas que parezcan tareas escolares. Lo que harán es hablar con los padres de los niños con dificultades y ver qué se puede hacer para ayudar a su hijo a ponerse al día durante las vacaciones”.
Para la psicóloga Amaya Prado, lo recomendable es que los tutores de los estudiantes den las claves para trabajar en verano, sobre todo si el niño o la niña van renqueando en alguna materia y necesitan ponerse al día. “Y, si no te lo dicen, hay que preguntar e insistir”, recalca. Defendiendo que, efectivamente, lo ideal pueden ser esas actividades lúdicas y significativas con las que los chiquillos repasen casi sin darse cuenta, pero comprendiendo que estas no siempre están al alcance de todas las familias, la especialista no desdeña ningún tipo de tarea que los profesores indiquen como necesaria: “Tanto si es leer dos páginas al día, como si es hacer cuentas”.
El profesor David Bueno, sin embargo, insiste en que no deberían ser, en ningún caso, rutinas estrictamente escolares con contenidos estrictamente académicos: “Si no has aprendido a sumar durante el curso, difícilmente lo vas a hacer en verano repitiendo y repitiendo sumas. Tiene que darse con juegos en los que se practique la dinámica de la suma —o el análisis sintáctico, da igual—, pero siempre de forma que el cerebro no lo viva como si estuviera en el colegio”.
Una idea en la que Cooper también recalca, recomendando a los padres y madres, en general, que “evalúen las fortalezas y debilidades de su hijo” para intentar abordarlas, “especialmente para que aprenda que las habilidades que están desarrollando en la escuela tienen aplicaciones en las cosas que disfrutan cuando terminan las clases”, aprovechando recursos como los que ofrecen bibliotecas y museos. El profesor emérito pone un ejemplo de la guerra civil estadounidense, pero es fácilmente trasladable a España: si el muchacho ha estudiado o va a estudiar la Guerra de la Independencia, una excursión a Aranjuez puede venir estupendamente.
El formador y docente Juanjo Vergara ofrece más ejemplos: “Qué buena noticia sería que se puedan reconocer las diferencias entre el románico y el gótico visitando ciudades, construir colaborativamente los presupuestos del viaje, redactar cartas y diarios de lo que se va viviendo. Comentar películas, escuchar música, ver museos y jugar con lo visto creando, construyendo, hablando, haciendo vídeos y películas. Construyendo blogs o podcast (privados o públicos) sobre los viajes. Distinguir accidentes geográficos, culturas, comidas, etcétera”. Este especialista en innovación educativa insiste en una idea muy parecida a la de Cooper: “Las experiencias que el alumnado vive en las vacaciones escolares pueden ser ricas si conectan lo que han aprendido durante el año con lo que viven en su día a día. En caso contrario, se convierten en una tortura para ellos y sus familiares”.
El problema, quizá, puede ser la falta de tiempo para planearlas. Si la imaginación falla, hay multitud de recursos en red, así como actividades veraniegas de instituciones o ayuntamientos. Por ejemplo, la Dirección de Innovación Educativa del Gobierno Vasco editó una guía de propuestas de actividades veraniegas para alumnos de primaria, divididas por cursos, en el verano de 2020, justo después del peor momento de pandemia que dejó a los escolares varios meses sin clase. Aquel verano, este periódico también publicó una serie de reportajes que pueden dar muchas ideas a las familias, en torno a la lectura, el arte y la naturaleza o los cuadernos de viaje.
Pero en un primer reportaje de aquella serie, numerosos docentes y pedagogos insistían en no sacrificar el descanso, el juego y el tiempo puramente libre de los niños. “El cerebro necesita tiempo también para relajarse y desconectar”, insiste el Bueno.