«LOS NIÑATOS, O SEA» por Remedios Sánchez
La clave de todo está en que los niños y niñas vean en casa y en las escuelas desde el primer día que no hay roles de hombres y roles de mujeres, que no existe supremacía del varón.
En España han sido asesinadas por violencia de género 34 mujeres desde enero. Este dato, que no es baladí, imagino que no se lo han planteado Begoña Villacís al calificar los actos del colegio mayor “Elías Ahúja” como “estupideces de veinteañeros” sin mayor trascendencia; o Ayuso al no condenar los hechos -distanciándose así del posicionamiento de Núñez Feijóo-, por mostrar dos mujeres que, por su relevancia mediática, pueden ser un espejo para muchas residentes del colegio mayor femenino afectado, el “Santa Mónica”.
Lo sucedido, en pleno siglo XXI, nos obliga a buscar el origen del suceso: la educación, la imagen de la mujer que se traslada socialmente en determinados ámbitos y que propicia que estos niñatos chulos, prepotentes, descerebrados y machistas reproduzcan esquemas patriarcales sin pensarlo siquiera. Incluso, dudo de la capacidad de muchos de ellos para hilvanar una idea, lo cual no los exime de su responsabilidad. Y, si gravísima es la conducta de estos prendas que se creen el futuro de España por su poderío económico, me preocupa aún más la actitud de las colegialas del Santa Mónica justificando el comportamiento de quienes las han calificado con tal cantidad de barbaridades que producen asco y vergüenza ajena. Están más dolidas porque les hayan suspendido la capea compartida con sus infamantes vecinos que por los berridos de éstos que explican “como una tradición”. Tradición era también quemar a las mujeres por conocer hierbas sanadoras o formarlas para “ejercer las tareas propias de su sexo” (el cuidado del hogar, los hijos y el marido como ejes de su existencia) al margen de su voluntad y capacidad; tradición también ha sido, en China, vendar los pies a las niñas para que no les crecieran; en Irán o Nigeria casarlas con ocho años o lapidarlas por infidelidad. Tradición aquí ha sido hasta hace poco que el marido pudiera pegar a su esposa sin consecuencias (aparte del aplauso masculino). Pero las tradiciones perversas están para romperlas conforme evolucionamos, cuando implican una vejación y un paso atrás en la lucha secular por la igualdad que tanto les cuesta entender a quienes lo consideran irrelevante; sin darse cuenta de que, retroceder, es abrir paso otra vez a un machismo inconsciente que nos daña como sociedad.
La clave de todo está en que los niños y niñas vean en casa y en las escuelas desde el primer día que no hay roles de hombres y roles de mujeres, que no existe supremacía del varón. Desde ese posicionamiento me consta que trabajan muchos colegios mayores: formando en valores esenciales de ética, compañerismo, igualdad y solidaridad a las nuevas generaciones que llegan a la aulas universitarias. Así son la mayoría de los CC. MM. granadinos, y no hablo de oídas: residí cuatro años en el CM Jesús-María y conozco igualmente la excelencia que caracteriza el modo de proceder en el CM Montaigne. Por eso no podemos equivocarnos atacando la función formativa que casi todos cumplen; es como mirar al dedo que señala a la luna mientras reaparecen esquemas de intento de control de la indumentaria o del comportamiento por estos niñatos a sus parejas con la aquiescencia de ellas, que lo asumen como normal. El problema reside en cómo reeducar a esa parte de la juventud que, en los últimos años, viene banalizado incompresiblemente la trascendencia de poder sentirnos libres e iguales.
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