La acumulación de datos sobre el agravamiento de la crisis climática exige de la comunidad internacional una respuesta consecuente

En vísperas de la Cumbre del Clima COP 27, que se celebrará en Egipto del 6 al 18 de noviembre, se acumulan las tercas evidencias que muestran hasta dónde llega la crisis climática. A la vivencia de temperaturas anormales en todas las latitudes se suman hechos nuevos que la ciencia está detectando. La Agencia Internacional de la Energía acaba de alertar de que la demanda de combustibles fósiles ha alcanzado máximos, disparando la inflación y poniendo en entredicho los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente ha explicado que si no se intensifican los esfuerzos de reducción de emisiones, a finales de siglo la temperatura media habrá subido más de 2,5°C, muy lejos de los 2°C fijados como objetivo y aún más de los 1,5°C planteados como deseables. The Lancet Countdown, un estudio elaborado durante seis años por un prestigioso grupo de especialistas internacionales, advierte de forma contundente de que el calentamiento global agrava dolencias cardiovasculares y respiratorias y aumenta los problemas mentales y la inseguridad alimentaria. Pero también aumenta la mortandad en cifras que no pueden eludirse: los fallecidos relacionados con la exposición a la contaminación atmosférica fueron 1,3 millones de personas en 2020, de ellas 117.000 en Europa. A la vista de estos datos, el secretario general de la ONU ha evitado cualquier retórica diplomática: “La crisis climática nos está matando”.

Cuando en unos días, los negociadores primero y los máximos responsables políticos de todo el mundo después se citen en Egipto tendrán sobre la mesa dos grandes horizontes de acción: acelerar al máximo posible la transición ecológica para prescindir cuanto antes de los combustibles fósiles y hacer frente a una crisis global por la invasión de Ucrania que ha causado una auténtica convulsión en los mercados energéticos del mundo. Desde que Putin inició la guerra hemos pasado de debatir sobre la retirada de estímulos fiscales al diésel a subvencionar el gasoil y la gasolina; se recuperan infraestructuras gasísticas en todo el mundo, que aplazan el momento de abandonar el gas, se posterga el cierre de centrales nucleares en países como Alemania o la propia Europa importa gas de EE UU procedente de la técnica del fracking que ella misma rechaza.

Nos encontramos en ese punto en el que el camino se bifurca. Una dirección lleva a acelerar la transición ecológica y la otra conduce a su aplazamiento, aun a riesgo de llegar a un punto de irreversibilidad. Una cosa son las decisiones contradictorias que la coyuntura actual obligue a tomar y otra que esas medidas se prolonguen en el tiempo y terminen bloqueando las decisiones necesarias. No es casualidad que la oposición a las políticas climáticas proceda hoy más de posiciones “retardadoras” que propiamente “negacionistas”. La comunidad internacional habrá de decidir en la próxima cumbre de la COP el camino que quiere tomar.

EDITORIAL DEL PAIS

 

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