21 noviembre 2024

La complejidad de la cumbre sobre el clima no debe impedir una respuesta firme y exigente contra la emergencia climática

La Cumbre del Clima que se celebra en Egipto cobra un renovado y justo protagonismo en un año en que la crisis climática ha mostrado su peor rostro en forma de olas de calor, inundaciones, incendios o hambrunas en todo el planeta. Cuando se cumplen treinta años de la adopción de la Convención Marco de Naciones Unidas, todas las miradas están puestas en esta trascendental cita mientras crece el número de voces críticas o escépticas ante anteriores resultados demasiadas veces decepcionantes.

El reto adquiere mayor dificultad porque ha de enfrentarse a tres grandes crisis que estaban ya ahí pero que se han visto exacerbadas por los efectos globales de la guerra de Ucrania. La crisis energética se ha trasladado inmediatamente al conjunto de la economía con el incremento de la inflación, la alimentaria se agudiza con las dificultades acuciantes para exportar granodesde Rusia y Ucrania a las zonas que más lo necesitan y, por último, una tercera crisis relativa al multilateralismo que no nace con la guerra pero la ha acentuado.

En este contexto, la gran protagonista de la COP27 es la adaptación tanto civil como política y financiera al cambio climático pero ese proceso necesita financiación destinada fundamentalmente a los países que carecen de recursos para afrontarlo. Articular estrategias que permitan a cada país ir adaptándose a las nuevas condiciones de la emergencia climática requiere conocimiento, tecnología y financiación, algo especialmente difícil en países africanos o pequeñas islas del Pacífico, por ejemplo. Un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente cifra entre 160.000 y 340.000 millones de dólares al año, de aquí a 2030, lo que necesitarán los países en desarrollo para políticas de adaptación, muy por encima de lo que en estos momentos comprometen los países desarrollados. Pero si es importante que se llegue a compromisos, más lo es que se cumplan, en contra de lo ocurrido con los 100.000 millones de dólares anuales previstos por los países ricos en 2009 y cuyo desembolso apenas ha empezado. Las pérdidas y daños causados por los desastres climáticos no solo han empezado sino que se agravan estación a estación en zonas sin capacidad financiera para hacer frente a sus peores y más letales efectos.

Sin avances significativos y potentes, el malestar y la protesta social —pese a las restricciones que ha impuesto Egipto a las manifestaciones— encontrarán vías de expresión y crecerá el escepticismo hacia una cumbre bienintencionada y de efectos limitados. Hoy sigue siendo imprescindible y sin ella el deterioro de la situación durante las últimas tres décadas hubiera sido muy superior. Pero sus resultados han de estar a la altura de la emergencia que padecen sobre todo los países menos responsables del cambio climático.