22 noviembre 2024

Toda la abundante obra pictórica que encierra la colección Ajsaris hunde sus raíces en los frutos que va auspiciando la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Granada a finales del llamado Siglo de las Luces

Como es sabido, la palabra Axares procede del vocablo árabe Ajsharish, que significa jara, jaral, maleza, y al día de hoy se corresponde con el entorno geográfico del granadino barrio de San Pedro. El referido arrabal se encontraba delimitado por el río Darro entre el Paseo de los Tristes y Plaza Nueva, al sur, por la Cuesta del Chapiz, al este, y por la calle de San Juan de los Reyes, al norte.

Hemos leído en este periódico recientemente con interés y no con menos escéptico agrado, la noticia de la petición efectuada al Ayuntamiento de Granada, por parte de los cotitulares de la colección Ajsaris y la plataforma que la cuida, para situarla de modo provisional en las instalaciones del Palacio de los Córdova, en tanto se adecua su localización final, al parecer, el Carmen del Negro. Igualmente, se ha publicado una reseña de similar petición por parte de la empresa pública Paradores y de la propia directora del antiguo convento de San Francisco, para ubicar, como reclamo turístico, alguna pieza del legado en dicho recinto.

Y apuntaba más arriba que con escéptico agrado, por no ser la primera ocasión que un proyecto de esta naturaleza y envergadura chapotea, naufraga o se demora tanto en el tiempo que al cabo, termina por desvanecerse. Hace aproximadamente un año, aparecía una crónica en la que se afirmaba que tras algunos años de parálisis, la corporación municipal retomaba la recepción del legado de Juan Manuel Brazam y exponía una muestra del mismo en los Córdova, en espera del definitivo emplazamiento, singularmente el Palacio del Almirante. ¡Cuánta inmensa herencia, legado, dote, mochila patrimonial más que centenaria disipada y distraída en esta Granada!

Es claro que la Ley de Fundaciones es un buen contenedor normativo para armonizar los intereses de las partes concernidas y dar satisfacción a la exigencia del artículo 34 de la Constitución, que reconoce «el derecho de fundación para fines de interés general». Y es igualmente meridiano que el artículo 53 reserva a la ley la regulación del ejercicio de los derechos y libertades reconocidos en el Capítulo segundo del Título primero, entre los que se encuentra el mentado derecho de fundación.

El Parlamento Europeo, en su resolución sobre fundaciones señala que «merecen apoyo especial las fundaciones que participen en la creación y desarrollo de iniciativas adaptadas a las necesidades sociológicas de la sociedad contemporánea como la cultura», y finalmente el Tribunal Constitucional en sentencia, entre otras, 18/84 de 7 de febrero, apunta que «una de las características del Estado es que los intereses generales se definen a través de una interacción entre el Estado y los agentes sociales, y que esta interpenetración entre lo público y lo privado trasciende al campo de lo organizativo, en donde las fundaciones desempeñan un papel de primera magnitud».

Sin ninguna pretensión de acometer historiografía del arte, no cabe duda de que toda la abundante obra pictórica que encierra la colección Ajsaris hunde sus raíces en los frutos que va auspiciando la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Granada a finales del llamado Siglo de las Luces, y a la inmediata aparición de su Escuela de Pintura. Recibe igualmente la brisa y aroma de los pintores viajeros románticos a la ciudad, y sobre todo, al impulso y arrebato artístico que supuso la aparición en Granada del gran timonel y patrono de la Escuela Granadina de Pintura del XIX, Mariano Fortuny y Marsal. El de Reus, su compaña familiar y ‘troupe’ artística cercana a su figura, va a impregnar con su paleta el imposible cromatismo de una Granada desvaída, elegante y gentilmente decadente, hoy por desgracia no del todo reconocible.

Quizás una de las singularidades de la colección Ajsaris sea la de ser un fresco histórico, un relato dibujado de una sobresaliente generación de virtuosos creadores de perfil diferente, pero comprometidos en un mismo proyecto: el hechizo, la seducción de Granada, su paisaje, sus encuadres, sus personajes o su acento casticista.

Imposible reproducir el repertorio de paisajistas, retratistas o acuarelistas que la integran. Desde el realista Marín Chaves, primer director de la Escuela de Pintura, autor aún anclado en el ‘Realisme’ de Gustave Courbet, movimiento que surge al apagarse la efervescencia romántica de Delacroix y el apasionado ardor napoleónico, hasta los escarceos de González de la Serna con movimientos modernistas cercanos al cubismo de Juan Gris o de George Braque. Entre uno y otro, los Gómez Moreno, Muñoz Degrain, José Larrocha –pintor costumbrista y maestro de delicados pinceles como los Mariano Bertuchi, Aurelia Navarro, aupada en la exposición del Prado ‘Invitadas’–, Rafael Latorre –creador de asombrosos enclaves casticistas–, los Carazo, José María López Mezquita o Manuel Ángeles Ortiz.

La integran asimismo los acuarelistas Isidoro y Enrique Marín. Isidoro, junto a su maestro Martín Rebollo, los dos más ‘fortunyanos’ de toda la panoplia granadina; Eugenio Gómez Mir, tan influido por Santiago Rusiñol; Juan B. de Guzmán, pintor de tabernas, patios granadinos o callejuelas albayzineras donde trasiegan labriegos, toreros o manolas; George Apperley, el pintor del Albayzín, y hasta el simbolista Soria Aedo o Paco Carretero, casi en la actualidad.

Mariano Fortuny y Marsal se inició como pintor en Reus y pasó luego a Barcelona donde estudió Bellas Artes y frecuentó el taller de Claudio Lorenzale. En 1857 obtuvo una beca para Roma con el cuadro Ramón Berenguer III clavando la enseña de Barcelona, cuyo estilo patentiza la impronta de Lorenzale. En marzo de 1858 arriba a la Ciudad Eterna donde percibe que su formación barcelonesa había seguido una línea inactual. La Diputación catalana le invita posteriormente a trasladarse a Marruecos orientando su badila hacia el pintoresquismo, tonalidades luminosas y toques centelleantes. En el verano de 1870 llega a Granada con su esposa Cecilia.

Hace algún tiempo algún saduceo personaje preguntó a un virtuoso instrumentista: ¿Para qué sirve el arte, maestro? Para vivir, contestó.

 

JUAN MANUEL GÓMEZ PARDO

https://www.ideal.es/opinion/coleccion-ajsaris-20221120173137-nt.html

FOTO: Juan Manuel Segura y Francisco Jiménez o el arte granadino por bandera