La astronómica cifra de habitantes de la tierra demanda medidas contra un crecimiento descontrolado

El planeta ha alcanzado este mes de noviembre los 8.000 millones de habitantes. La cifra es inimaginable pero su magnitud puede medirse recordando que en 1950 apenas habitaban la tierra 2.500. Más aún: los últimos 1.000 millones de personas han nacido en los 12 años que van de 2010 a 2022, y aunque se ha ralentizado el ritmo de crecimiento, la población aumentará en otros 1.000 millones en los próximos 15 años, hasta alcanzar en 2080 un pico de 10.400 millones. La evolución del desarrollo económico y social ha permitido sacar de la pobreza en las últimas décadas a miles de millones de seres humanos. De hecho, la mitad de la población mundial actual dispone de más de 12 dólares al día para su mantenimiento y otros 2.000 millones alcanzarán en 2035 ese colchón de seguridad. Pero es evidente que si no se reduce drásticamente la natalidad, el exceso de población planteará un insoluble problema ambiental y de seguridad alimentaria.

Estas cifras sitúan a la comunidad política internacional ante un reto fenomenal: asegurar los medios de vida necesarios para toda la población y cambiar al mismo tiempo la tendencia demográfica hasta lograr un equilibrio estable entre muertes y nacimientos. El crecimiento desbocado de la población obliga a una transición demográfica que garantice niveles sostenibles. El primer problema radica en la desigual distribución del crecimiento poblacional. El 80% se concentra en los países en vías de desarrollo. India superará el próximo año a China como el país más poblado del mundo y una de cada tres personas del planeta vivirá en uno de esos dos países. China demuestra que el mejor instrumento de control de la natalidad es el progreso material y el aumento de la riqueza. La férrea política del hijo único logró contener una demografía disparada asociada a la pobreza. Ante la previsión de que en 2035 los mayores de 60 años alcancen el 30% de la población, China levantó las restricciones. Pero no funcionó: aunque ya permite tener tres hijos, se ha situado entre los países con la fecundidad más baja: 1,3 hijos por mujer, el mismo patrón demográfico que los países ricos occidentales.

El progreso material y la planificación familiar son las claves del control demográfico, y las políticas destinadas a lograrlo están focalizadas en mejorar las condiciones de vida y de libertad de las mujeres. Mientras en los países ricos las mujeres tienen menos hijos de los deseados, en los más pobres ocurre lo contrario: la falta de libertad, la dependencia económica y la ausencia de planificación familiar hacen que tengan más hijos de los que desean. La mayor bomba demográfica se encuentra en África, particularmente en la región subsahariana, donde se espera que la población se duplique en los próximos 30 años. Educación y desarrollo son las únicas herramientas que pueden reducir la velocidad de crecimiento de un planeta ya descomunal.

EDITORIAL EL PAIS

 

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