Cuando los derechos son propios y las obligaciones ajenas, se camina cerca del abismo.

La ciudadanía en este país ha recorrido muchos caminos, esto es fácil de ver si se tienen unos años caminados. Si no se tienen aún, se recorren aunque a veces se desconozca la historia de quienes han desmontado montañas, vadeado ríos, aplanado aristas y señalizado recorridos.

Y así se van transitando caminos y con el paso de muchos se van acrecentando y consolidando sus suelos. Luego, cada cual elige destino, aunque hay quienes para alcanzar el propio no les importe destruir el ajeno, incluso si ese ajeno es el de quienes le han facilitado llegar hasta ahí.

Pero eso entra ya en la ética personal de cada cual, al igual que entra en esa ética el que quienes han de estar  atentos a que el respeto sea incorruptible ejerzan sus funcione  sin pretender quedar siempre bien con los que gritan más fuerte. Sabemos que el grito más fuerte no ha de ser obligadamente el que más razón tiene.

 Siquiera ha de tener razón, puede que solo sea un grito. Y todas las personas tenemos derecho al respeto, a que nuestra forma de pensar sea escuchada si la manifestamos como las normas que nos hemos establecido en esos
caminos lo amparan. Porque la norma común hace más grande los derechos individuales, y para cambiarla solo hay que ser mayoría y proponerlo con los argumentos convincentes.

Mientras tanto, la igualdad nos llega con lo que la mayoría ha decidido que sea en este discurrir de caminos.  Después, cada cual en sus fueros internos que camine como pueda o quiera.

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