21 noviembre 2024

Aquí no caben, frente a recientes ejemplos, valoraciones y manipulaciones que disminuyan su fuerza pues dentro de cuatro años, en 2026, cumpliremos el ‘Quinto Centenario de la Granada de Carlos V y la emperatriz Isabel’

El día 10 de diciembre de 1526 (hace 496 años) Carlos V e Isabel de Portugal, con su extensa comitiva, partieron de nuestra ciudad para no regresar a ella nunca más. Aquella salida supuso el fin de una prolongada residencia de más de seis meses que convirtió a la ciudad en la capital de la monarquía todavía itinerante. Para los granadinos no resultaban infrecuentes las visitas de reyes, por las diversas estancias anteriores de los Reyes Católicos, abuelos de los monarcas, quienes incluso decidieron para su imperecedera memoria instalar en la ciudad el panteón dinástico en la emblemática Capilla Real. Y el favor regio perfiló el símbolo de una ‘Granada ciudad del poder’ que era Corte y eje de la Monarquía.

El emperador, al igual que Fernando e Isabel, entendió que la mejor práctica de gobierno era visitar a sus reinos para la más eficaz administración de sus súbditos. Y la ocasión de conocer Granada surgió tras su enlace en Sevilla con Isabel de Portugal, por lo que después de la boda imperial partieron a nuestra ciudad, a la que llegaron el 4 de junio de 1526, siendo recibidos en una brillante recepción en la Puerta de Elvira convertida en arco triunfal. Y hay que erradicar la imagen edulcorada y romántica de la razón del viaje, pues no fue un ‘viaje de novios’, como algunos todavía reclaman. Su razón era más profunda: el poder viajaba (y viaja) permitiendo la presencia física del rey ante el pueblo con su carisma. Carlos quiso conocer el mosaico de sus posesiones y acercarse al peculiar caso granadino del último reino islámico peninsular, y se encontraron a unos súbditos que conservaban viva la memoria de Al-Andalus por el reciente fin del emirato, con un cruce entremezclado de las identidades y orígenes de sus habitantes: del morisco al cristiano viejo, del judeoconverso al gitano.

Los días granadinos de los monarcas asombran por la densidad de acontecimientos. Así, por la real cédula de 7 de diciembre se instauró el Estudio General del que nació la carolina Universidad de Granada, la única de fundación real plena. En paralelo se convirtió en el eje cultural del esplendor renacentista, ya que la Corte contaba, entre otras personalidades, con Baltasar Castiglione y Andrea Navagiero, con el escultor y pintor Alonso Berruguete, el poeta soldado Gutiérrez de Cetina, el reconocido Boscán, el amigo de la gran figura de la poesía española, Garcilaso, además de Lucio Marineo Sículo o Alfonso Valdés. De hecho, es en Granada donde la literatura hispana incorpora a su poesía el gusto petrarquizante.

La alta política supuso la remodelación del Consejo de Estado para propiciar la entrada en el gobierno de la Monarquía de figuras castellanas, y a ello se unió la redacción de las nuevas Ordenanzas de Indias intentando controlar los abusos sobre los indígenas. En la Alhambra se trazó la estrategia de la política internacional centrada sobre Italia, focalizada en la intensa actividad diplomática que tuvo reflejo en los numerosos embajadores que pululaban por la Corte. Era alarmante la deslealtad de Francisco I de Francia, devuelto a su trono en enero por el Tratado de Madrid, más aún cuando su actitud y rivalidad se unía a la de un papado enemigo de la Monarquía austriaca. Además pesaba el incuestionable peligro otomano, pues incluso la Corte hubo de vestir de luto al llegar la noticia de la muerte de Luis II de Hungría, cuñado del emperador, al caer derrotado en la batalla de Mohács.

En contraste hubo también un tiempo alhambreño de diversión, sucedieron fiestas cortesanas como la del sarao de 6 de julio en honor a Federico II del palatinado, o la contemplación desde el monumento de las luminarias de la noche de San Juan. Los reyes asistieron en plaza pública a escaramuzas y triunfos, junto con la lidia popular de toros del Corpus. Pero sobre todo Carlos adoraba el buen comer y su recreo preferido fue cazar en la Sierra y el Soto de Roma, incluso perdiéndose al perseguir a un jabalí por la Vega, logrando regresar tras la aventura. Y la felicidad se completó el 15 de septiembre al conocerse el embarazo de la emperatriz, cuyo fruto sería el nacimiento en Valladolid del futuro Felipe II, que aseguró la continuidad dinástica.

Nos quedaría, tras salir los reyes, su herencia edilicia escrita en piedra que al tiempo alzaría el simbólico Palacio del Emperador unido con las habitaciones palaciegas y de la Torre del Peinador, junto con el Pilar y Puerta de las Granadas ubicadas en el bosque alhambreño. Por añadido, ya en el corazón de la ciudad, culminaron otros ejemplos como fue la edificación de la cabecera catedralicia y el cierre final del Hospital Real; construyéndose la urbe símbolo del Renacimiento, dotada del patrimonio excepcional que hoy exhibe.

Granada puede, y con orgullo, reclamar la importancia de su ‘tiempo carolino’. Aquí no caben, frente a recientes ejemplos, valoraciones y manipulaciones que disminuyan su fuerza pues dentro de cuatro años, en 2026, cumpliremos el ‘Quinto Centenario de la Granada de Carlos V y la emperatriz Isabel’, un acontecimiento para celebrar desde la perspectiva presente que nos permita comprender la verdadera dimensión de su historia. Muchas localidades pueden competir legítimamente en pos de una ansiada ‘capitalidad cultural’, es un nuevo riesgo, pero ninguna salvo Granada lograría apelar a un pasado excepcional que la convirtió en ‘la ciudad del poder’.

FRANCISCO SÁNCHEZ-MONTES GONZÁLEZ