Arqueólogos, los guardianes del patrimonio granadino grabado en piedra y metal
Tres profesionales de esta especialidad trabajan en la Delegación de Cultura para impedir que los restos del pasado común se pierdan.
En las obras de restauración del Hospital de San Juan de Dios han aparecido dos criptas, una con restos de un enterramiento que quizá perteneció a los hermanos y otra que asemeja un mausoleo de una de las familias benefactoras de la institución. En la iglesia de Tablate, el pueblo fantasma situado entre el valle de Lecrín y la Alpujarra, al abrir la puerta, el arqueólogo encontró una ouija sobre el altar mayor. Bajo las aguas del pantano de Cubillas, reposan los restos de una villa romana casi destruida por el paso del tiempo y el agua, y en una cueva de Sierra Elvira a la que solo puede acceder con garantías un espeleólogo bien entrenado, entró un arqueólogo para descubrir un enterramiento neolítico intacto desde milenios atrás. Todas estas son anécdotas y situaciones vividas por los tres arqueólogos que integran el equipo de la Delegación de Cultura de la Junta, quienes tienen sobre sus hombros el encargo de saber más que nadie sobre lo que se encuentra por debajo del ras del suelo en una provincia por la que han pasado civilizaciones diversas a lo largo de la historia.
Se llaman Antonio Manuel Montufo, María Ángeles Ginés y Sergio Fernández, y su cargo oficial es el de conservadores del patrimonio histórico. Todos ellos llegaron al puesto que ocupan procedentes de licenciaturas relacionadas con la historia y tras haber realizado, amén de la oportuna oposición, numerosos cursos de especialización en una materia que, confiesan, «es inabarcable». Hay que tener en cuenta que, además de contar con una capital construida en capas por habitantes prehistóricos, tribus prerrománicas, romanos, visigodos, árabes y cristianos, tienen que controlar una provincia que fue encrucijada de caminos para todas estas civilizaciones, fuente de riqueza agrícola, escenario de desembarcos y guerras –lo que da como resultado un patrimonio arqueológico submarino de primer orden– y, para rematar la faena, dotada de un patrimonio industrial nada desdeñable, y que constituye el último peldaño en lo temporal de lo que la legislación sobre patrimonio protege.
Además de trabajar en una ciudad construida en capas por distintas civilizaciones, tienen que controlar una provincia que fue encrucijada de caminos, escenario de desembarcos y guerras
Son conscientes de que su labor no siempre es comprendida. «Algunos promotores inmobiliarios no nos quieren mucho», bromean. Pero también miran el otro lado de la moneda –un sestercio romano, por ejemplo– y que es el creciente interés, no solo por los hallazgos en sí, sino por defender el patrimonio en piedra y metal. «Para que un hallazgo arqueológico llegue a la opinión pública hay mucho trabajo detrás, y a veces muchas incomprensiones», afirma Antonio Manuel Montufo.
«Para algunos, eres el intruso que para las obras», tercia Mari Ángeles Ginés. Y a renglón seguido, recuerda una anécdota: «Me llamaron porque habían encontrado, al parecer, restos en las obras de una depuradora. Me acerqué y cuando vi lo que había, paré las hormigoneras. Hubo protestas, claro. Pero aquella obra estaba en Salar y lo que habíamos encontrado es una villa romana que ha puesto al pueblo en boca de todos».
Intereses
Sergio Fernández, como sus compañeros, es consciente de que en torno a los hallazgos se mueve mucho dinero e intereses. «Trabajamos codo con codo con la Guardia Civil y la Policía Nacional, y es frecuente que intervengamos en procedimientos judiciales que se desarrollan lejos de Granada, porque no son pocas las piezas que parten de aquí hacia capitales grandes, donde se trata de conseguir, incluso, un permiso de exportación para sacarlas de España», comenta.
Montufo, Ginés y Fernández reivindican la importancia, no solo económica, sino cultural y social, de una disciplina que dista mucho de la imagen que ofrecen las películas de Indiana Jones –culpable de muchas vocaciones, eso sí– y que se basa en una labor de campo, pero también de despacho. Y en llegar a tiempo. «Hace unos meses paré la destrucción de una caldera en la azucarera de San Isidro. Una estructura industrial de metal de casi 30 metros de altura, difícilmente sustituible, que tenía puesto el lazo para tirarla al suelo y achatarrarla», comenta Montufo. Y la pérdida la habríamos sufrido todos.
Una inversión de 740.000 euros para recuperar el albercón de Cartuja
IDEAL. La rectora de la Universidad de Granada, Pilar Aranda, y la directora general del Patronato de la Alhambra y Generalife, Rocía Díaz, visitaron ayer, junto al Delegado de Cultura y Patrimonio de la Junta de Andalucía en Granada, Antonio Granados, las obras de rehabilitación del albercón del Moro, también conocido como el albercón de Cartuja. El proceso de rehabilitación tendrá varias fases en función de las investigaciones y descubrimientos que se realicen. Las obras de esta primera fase comenzaron el pasado 11 de junio y durarán varios meses. Los trabajos, en todas las fases que se vayan desarrollando en el futuro, son posibles gracias a un convenio de colaboración firmado entre la Universidad de Granada y el Patronato de la Alhambra y el Generalife por la que esta realiza una inversión de 500.000 euros. La UGR también ha firmado otro convenio con Emasagra, que realiza una inversión de 240.000 euros.
Rocío Díaz recordó que «la Alhambra cumple así con el compromiso adquirido con la universidad granadina para invertir en esta intervención que permitirá recuperar un espacio de gran valor patrimonial y convertirlo en un área abierta para la ciudadanía».
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