Historia y leyenda de la Navidad: por qué los evangelios canónicos apenas cuentan nada sobre el nacimiento de Jesús
La importancia de la Natividad sigue residiendo en la fuerza de su simbolismo
Los personajes de la Navidad, como el niño Jesús, la Virgen María, el misterioso y casi escondido José y todas las personas reales, míticas y simbólicas que los rodean, como los pastores, los Reyes Magos o el tirano Herodes, además de episodios como la huida a Egipto o la masacre de niños, reaparecen cada año en estas fechas a pesar de que sobre todo ello, al igual que sobre la fecha de nacimiento de Jesús, no se sabe casi nada con certeza. Es curioso que sigan siendo un misterio los orígenes de un personaje que ha tenido una importancia mundial durante siglos como fundador de la gran religión monoteísta, el cristianismo, nacida de la evolución del judaísmo.
Mientras los cuatro evangelios llamados canónicos, los únicos considerados por la Iglesia de Roma como verdaderos, abundan en detalles menores sobre la pasión y muerte de Jesús, solo dos de ellos, Mateo y Lucas, hablan del nacimiento de Jesús, pero con pequeñas alusiones e ignorando toda su infancia. El origen de la tradición popular en torno a ese episodio, empezando por los nombres de los tres Reyes Magos, que ni siquiera eran reyes, Melchor, Gaspar y Baltasar, así como de las peripecias de la concepción, se conoce solo por los evangelios apócrifos, es decir, los descartados por la Iglesia, que los considera falsos o fantasiosos.
Los cristianos, sin embargo, no han renunciado a conocer el día y el lugar del nacimiento del fundador de su religión. Los papas, ante el silencio de los evangelios canónicos, decidieron escoger como fecha para celebrar oficialmente este acontecimiento el 25 de diciembre, coincidiendo con la festividad pagana de las Saturnales, cristianizándola. Surgieron así alrededor de esa fecha decenas de detalles de una leyenda cuajada de símbolos que evocan sentimientos de alegría familiar, al mismo tiempo que hacen aparecer el nacimiento de Jesús rodeado de un manto de protección divina contra la ira del emperador Herodes, que temía que aquel niño visto como el sucesor del rey David pudiera poner en peligro su poder.
Surgieron también los detalles sobre el viaje de Nazaret a Belén de María, ya encinta, junto a José para empadronarse, los del nacimiento del niño en una gruta, en un pesebre de animales, rodeado de ángeles y pastores, y la llegada de tres Reyes Magos guiados por una estrella.
Históricamente, sin embargo, se sabe hoy, por los escritos romanos, que en aquella fecha no hubo ningún tipo de empadronamiento que obligara a José y María a trasladarse a Belén, lo que convierte en pura leyenda los detalles de aquel viaje y de su huida a Egipto tras el nacimiento de Jesús para escapar de Herodes, que supuestamente mandó sacrificar a todos los niños menores de dos años para librarse de Jesús.
Un pesebre sin vacas ni asnos
El mismo papa Benedicto XVI, el teólogo alemán con fama de conservador Joseph Ratzinger, afirmó en 2013, en un arrebato de progresismo, que seguramente en el pesebre donde nació Jesús no había ni vacas ni asnos.
En el tiempo en que vivió Jesús, a las personas se las llamaba o por el nombre del padre o el lugar de nacimiento. Y en los cuatro evangelios canónicos reconocidos como verdaderos por la Iglesia, al hijo de María se le llama siempre “Jesús de Nazaret”, ni una sola vez “Jesús de Belén”, lo que revela un consenso en las primeras comunidades cristianas de que María dio a luz en Nazaret.
Sin embargo, a pesar de que los expertos bíblicos están de acuerdo en que las peripecias que rodean el nacimiento de Jesús son más bien una leyenda, se cree que esta debe de ser muy antigua. Existe hasta un lugar de culto considerado milagroso en el que, según la leyenda, María se detuvo para dar el pecho a su hijo, y al que hoy acuden las embarazadas para pedir protección a la Virgen María.
¿Disminuye todo ello la fuerza, la belleza y la tensión de la leyenda del nacimiento de Jesús, el fundador del cristianismo que luchó hasta su muerte para ensanchar los límites del judaísmo hasta convertirlo en una creencia universal? Al contrario, esa leyenda refleja el interés que las primeras generaciones de cristianos tenían por conocer los detalles sobre el nacimiento.
En realidad, los cuatro evangelios llamados canónicos (Mateo, Lucas, Marcos y Juan) no son más que una colección de hechos y dichos de Jesús que corrían entre los primeros cristianos y que acabaron mezclando relatos verdaderos de los apóstoles con añadiduras de fantasía para rellenar las lagunas de las noticias más serias.
Nacieron así decenas de otros evangelios. Hasta que en un cierto momento los papas decidieron que solo cuatro eran verdaderos e inspirados por Dios y el resto apócrifos o fruto de la fantasía sin fundamento histórico. Y curiosamente son los acontecimientos sobre el nacimiento y la infancia de Jesús los que más abundan en los textos apócrifos, ya que los canónicos casi los ignoran. A los canónicos les interesaba sobre todo la predicación, la pasión y muerte de Jesús, más que su nacimiento. No está claro el criterio que llevó a los papas a considerar, entre las decenas de evangelios que circularon durante los primeros siglos entre los cristianos, solo cuatro como inspirados por Dios.
Según los modernos exégetas, toda la literatura transmitida por las primeras comunidades cristianas, desde la existencia misma de la figura de Jesús y de su familia hasta las razones por las que fue crucificado, se halla contaminada por las discusiones de los primeros cristianos, que fueron acomodando los hechos reales a las discusiones teológicas del momento, sobre todo tras la gran influencia que tuvo el único apóstol que no conoció a Jesús en vida, Pablo de Tarso, cuyos escritos fueron muy importantes en la creación de la primera teología cristiana.
Ello explica que aún hoy sea difícil, incluso con los cuatro evangelios canónicos y los escritos de Pablo, saber qué hay de histórico y de leyenda en lo que se cuenta sobre los inicios del cristianismo, aún empapado de judaísmo y de la doctrina agnóstica. ¿Es por ejemplo cierto, como aparece en las pinturas del siglo II en algunas catacumbas de Roma, que las mujeres eran ya obispos y podían celebrar en sus casas la eucaristía?
No se sabe con exactitud, por ejemplo, cómo nacieron los cuatro evangelios considerados por la Iglesia como auténticos ni sobre sus autores y hasta qué punto son, por ejemplo, verdaderas o literarias muchas de las palabras colocadas en boca de Jesús. Dichos evangelios, que en inicio eran narraciones orales que se transmitían de unos cristianos a otros y que por el camino se iban transformando, acabaron siendo escritos.
Por lo que se refiere a las frases colocadas en boca de Jesús, algunas de ellas clásicos universales como “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” o la de “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico vaya al cielo”, existe un cierto consenso entre los biblistas, sean católicos o protestantes, de que no hay certeza absoluta de que fueran en verdad pronunciadas por él. Hace unos años, 12 expertos en estudios bíblicos católicos y protestantes se reunieron para analizar los dichos atribuidos a Jesús en los cuatro evangelios canónicos y el resultado creó estupor, ya que solo hubo unanimidad sobre la autenticidad de media docena de frases. Sobre el resto cayó el velo de la duda.
¿Qué les queda entonces a los cristianos de histórico en la base de su fe si se llega a dudar hasta de la historicidad de su fundador, de sus palabras, de sus orígenes y de la verdad sobre su condena a muerte y su resurrección? Les queda todo, ya que las creencias superan las barreras de la historia para centrarse en la fuerza de la fe que, como afirmó Jesús (¿será verdad que lo dijo?), “es capaz de mover montañas”.
De ahí que los hechos de la Navidad, sean leyenda o historia, continúan siendo importantes para los cristianos, que los han convertido en un momento del año preñado de significados espirituales y humanos que atañen a algo tan fuerte y simbólico como es la familia, por mucho que hayan cambiado hoy los modelos creados para vivirla.
Hay algo en la Navidad cristiana, incluso al prescindir de su carácter netamente histórico, que provoca fuertes aldabonazos en el interior de grandes y pequeños y que explica la fuerza que han cobrado en el mundo estas fechas aun sin motivaciones históricas.
Y de ahí las quejas, justas y reales, contra el hecho de que en estos tiempos de modernidad y consumismo desenfrenado y pagano la festividad navideña se haya convertido en algo más cercano a las bacanales de las antiguas fiestas paganas de Roma que al recuerdo y la memoria del nacimiento de aquel niño que llegaba al mundo con un mensaje nuevo de amor, de sencillez, de acogimiento de todo lo despreciado por el poder y del calor familiar, simbolizado en el que le habrían ofrecido en un pesebre los animales que rodearon su nacimiento. Que todo fuera historia o leyenda, poco importa. La importancia de la Navidad sigue residiendo en la fuerza de su simbolismo y en el imperativo de la felicidad de estar juntos, amándonos, en cualquier modelo de familia.